Víctor Marsden –un veterano sindicalista– padece una leucemia incurable. Las atenciones de su esposa Sonia y las visitas de su amigo Mauricio lo confortan. Las extensas pláticas de los hombres son interrumpidas por las cartas amorosas que Sonia le envía a su marido. Este núcleo dramático plantea dos líneas principales de conflicto: el reconocimiento doloroso de la propia mortalidad (Víctor) y la lucha para impedir el declive de los afectos (Sonia).
A su manera, cada cónyuge libra una batalla particular que termina por alejarlos entre sí, a pesar de lo mucho que se quieren y necesitan. Tal paradoja es la base de esta pieza que trasciende los límites de lo doméstico para convertirse en una importante reflexión sobre la vida y la muerte. La relevancia del tema y el diseño de personajes son los valores más destacables del espectáculo.
Al mismo tiempo, la puesta en escena evidencia algunos rasgos problemáticos. En primer lugar, estamos ante una obra intimista en la cual los pequeños gestos y reacciones llegan a ser más elocuentes que las demás dinámicas actorales. El experimentado elenco lo entiende y lo asume con esmero. Sin embargo, esa labor detallista es desafiada por un teatro que impone distancias considerables entre las butacas y el escenario.
El elenco se esfuerza para solucionar ese desequilibrio, amplificando y subrayando la intención de lo que desean comunicar. Cuando esto sucede, se debilita la naturalidad que requiere, por ejemplo, la amistad de Víctor y Mauricio. De allí que, en varios pasajes, no vemos un vínculo de amigos cercanos, sino algo parecido a la interacción de un médico con su paciente quejumbroso.
Por otra parte, no entiendo la razón por la cual los hallazgos presentes en el desenlace no se extendieron al resto del espectáculo. La decidida transformación del espacio, las imágenes llenas de emotividad y la adecuada síntesis de las capas formales e interpretativas posibilitaron uno de esos cierres en los que el público traga grueso y se deja arrastrar a donde los actores quieran llevarlo.
Me pregunto por qué no fue este el nivel de toda la obra. De hecho, notamos escenas estáticas en exceso o, peor aún, mal planteadas en términos de su composición. Por ejemplo, cuando Sonia espía una de las tantas pláticas entre Víctor y Mauricio, ella está colocada detrás y a la misma altura que los hombres. Para el sector central de luneta, las reacciones de Sonia se pierden pues no son visibles.
Lo anterior no es justificable si consideramos que el dispositivo escenográfico permite ubicar a la actriz en una altura más elevada. Tampoco fue notoria alguna estrategia para generar cambios de ritmo en los extensos diálogos de los protagonistas masculinos y en la lectura de las cartas de Sonia. Esa tarea de la dirección podría abordarse con urgencia a fin de potenciar los recursos del texto dramático y del elenco.
Cartas de amor en papel azul es un montaje para verlo y sentirlo de cerca. A modo de legado vital, Víctor y Sonia Marsden nos recuerdan que la libertad de amar es fundamento de la propia realización. Por ello y, a pesar de los entornos amenazantes, todos los amores le sobrevivirán al tiempo, las enfermedades, el rencor y la muerte.
Eso, aquí y ahora, debería decirnos algo.
Ficha artística
Dirección: Mariano González
Dramaturgia: Arnold Wesker (Inglaterra). Traducción de Elsa Atencio Brunelli y adaptación de Luis Fernando Gómez
Actuación: Óscar Castillo (Víctor Marsden), Ivonne Brenes (Sonia Marsden), Rodrigo Durán Bunster (Profesor Mauricio Stapleton), Pablo Morales (Dirigente sindical joven)
Asistencia de dirección: Elsa Atencio Brunelli
Escenografía: Mariano González
Vestuario: Rolando Trejos
Utilería: Carlos Ureña
Iluminación: Telémaco Martínez
Banda sonora: Claudio Schifani
Realización de la escenografía: Giovanni Sandí Castillo
Música: Leoš Janácek
Diseño gráfico: Ana Mariela Rodríguez
Comunicación y prensa: Gilda González, Cynthia Arias, Lorena Bogantes
Mercadeo: Ana Cristina Castillo
Producción de campo: Pablo Morales
Producción: Grupo Teatro Crono
Espacio: Teatro Nacional
Fecha: 18 de febrero de 2018