El 17 de junio de 1956, Rodrigo Facio Brenes (1917-1961), rector de la Universidad de Costa Rica (UCR), publicó en el periódico La Nación un artículo extraordinario, en el que anunció, a “padres de familia y estudiantes” y a “la opinión pública en general”, que en 1957 la institución dirigida por él no realizaría exámenes de admisión. Además, abrió la posibilidad de no volver a hacerlos más.
Desde finales de la década de 1940, en la UCR se había empezado a discutir la necesidad de establecer exámenes de admisión, y a inicios del decenio de 1950, algunas unidades académicas empezaron a practicarlos.
La implementación de tales pruebas se justificó con el argumento de que el número de estudiantes que se graduaban del colegio era cada vez más alto y que esos jóvenes carecían de claridad vocacional, por lo cual muchos fracasaban en sus estudios superiores.
Brecha
Cuando la UCR abrió sus puertas en 1941, solo cinco de cada 100 personas en edad de asistir a la segunda enseñanza lo hacía; en 1950, el número de quienes iban al colegio ascendió a nueve de cada 100 y, en 1952, ya era diez de cada 100 jóvenes.
En los años siguientes, la brecha entre los graduados de secundaria y el total de cupos abiertos por la UCR para estudiantes nuevos tendió a ampliarse: en 1954, 1.161 jóvenes obtuvieron su título de bachiller en segunda enseñanza y la admisión fue para 538 alumnos.
La desproporción se agravó en 1956, cuando 1.365 jóvenes se titularon de bachilleres de colegio y la admisión en la UCR más bien se redujo, al fijarse en 528 cupos, apenas un 38,7% de los graduados. De los admitidos ese año, 40% eran mujeres y 36% provenían de colegios privados.
Frente a esa restrictiva política de admisión, los padres de familia y los estudiantes protestaron con vehemencia, basados principalmente en el argumento de que si los jóvenes habían ganado el examen de bachillerato de segunda enseñanza, ¿por qué tenían que someterse a pruebas de admisión?
Tal descontento se manifestó muy tempranamente: ya en enero de 1952, en un artículo publicado en La Nación se decía: “ahora ha llegado el crugir [sic] de dientes… La Universidad de Costa Rica, sin esperarse a que pasaran las fiestas de Navidad, ha hecho explotar una bomba de amargura en los corazones de los muchachos Bachilleres 1951, al avisar en los periódicos que… para poder ingresar a sus diferentes escuelas, hay que rendir primero exámenes de Matemáticas, de Castellano, de Ciencias Sociales y de un idioma extranjero”.
Conflicto
Las restricciones en la admisión adoptadas por la UCR provocaron también un profundo malestar por los cuantiosos fondos públicos que la institución recibía en ese momento para construir la llamada “ciudad universitaria”.
Además, los exámenes de admisión, al cuestionar tácitamente la calidad de la prueba de bachillerato realizada por el Ministerio de Educación Pública (MEP), condujo a un conflicto creciente entre dicha cartera y la UCR, el cual se intensificó a tal grado que, en 1955, obligó a la intervención, en carácter de mediadora, de una comisión de diputados.
Por si todo lo anterior fuera poco, el Consejo Universitario, a tono con la transparencia que desde su fundación caracteriza a la UCR, declaró que un estudio interno que se realizó sobre los exámenes de admisión era “estrictamente privado”.
El afán por restringir el acceso a ese documento no sorprende porque dentro de la propia UCR había sectores que tenían profundas dudas sobre los exámenes de admisión.
En enero de 1955, Alfonso Peralta, decano de Ingeniería, expresó: “haciendo honor a la verdad, debo manifestar que las pruebas de ingreso no han dado en nuestra Escuela (y creo que en ninguna otra), los resultados que eran de esperarse”.
Fue en este contexto que, en febrero de 1956, varios padres de familia denunciaron en el Diario de Costa Rica que la UCR evidenciaba una “abierta hostilidad en contra de los centenares de estudiantes que desean iniciar sus estudios académicos”. También indicaron que todo el procedimiento para restringir el ingreso era arbitrario y que los jóvenes fueron “engañados por la Universidad, pues de un folleto guía que se les vendió no les pusieron ni un punto en el examen de admisión”.
Suspensión
Enfrentado con múltiples y crecientes conflictos relacionados con la admisión, Facio anunció que en 1957 se suspenderían los exámenes de ingreso, ya que para ese año “la Universidad contará con el nuevo y majestuoso edificio de Ciencias y Letras y todos los nuevos estudiantes tendrán que inscribirse y trabajar en dicha Escuela”.
Según él, como se calculaba que con las nuevas instalaciones “podrán recibirse hasta 1.000 nuevos elementos, se ha considerado posible no exigir esos exámenes… Las circunstancias dirán si la suspensión podrá extenderse a los años venideros o si habrá que volver a exigirlos”.
La nueva política de admisión anunciada por Facio estaba estrechamente relacionada con la creación de los llamados Estudios Generales, que los estudiantes admitidos tendrían que cursar a partir de entonces.
Toda la evidencia conocida muestra que la estrategia puesta en práctica por las altas autoridades universitarias para enfrentar la presión por más cupos consistió en admitir a todos los que lo solicitaran. De esta manera, el proceso de selección de quienes realmente podrían continuar con sus carreras se haría una vez admitidos, no antes.
Al utilizar los Estudios Generales como un filtro, la responsabilidad por no poder seguir estudios superiores recaería directamente sobre los alumnos y sus familias, y no podría atribuirse a los exámenes de admisión de la UCR.
Resentidos
El experimento de utilizar a Estudios Generales de esa manera fracasó porque los estudiantes que perdían materias podían volver a matricularlas al año siguiente, con lo que se incrementaba todavía más la presión sobre los recursos institucionales y se afectaba el número de cupos disponibles para los jóvenes de nuevo ingreso.
En tales circunstancias, la UCR empezó a prepararse para restaurar los exámenes de admisión. El 2 de diciembre de 1959, Facio anunció que a partir de 1960 se implementaría un sistema, diseñado con criterio técnico, para seleccionar a los alumnos nuevos, basado en las notas de bachillerato, en pruebas similares a las practicadas en Estados Unidos y Europa, una evaluación de aptitud o de madurez y un examen de redacción.
Pocos días después, La Nación informó de que alrededor de 2.000 nuevos bachilleres de segunda enseñanza, 1.000 no podrían realizar estudios universitarios. Tras la muerte de Facio en 1961, el nuevo rector, Carlos Monge Alfaro, reconoció tácitamente en 1962 que la política de admisión de la UCR creaba “legiones” de jóvenes “frustrados y resentidos”.
La suspensión de los exámenes entre 1957 y 1959 respondió, por tanto, a una efímera política de admisión, que falló en su propósito central de desactivar el descontento de padres de familia y estudiantes, el cual se amplió y profundizó después de 1960.