Edmundo Retana no es poeta a tiempo completo, pero sí debe serlo como lector de poesía. Ese registro de muchos poemas ajenos lo volvió cauto al escribir y más para publicar. Demasiado para los tiempos que corren de producción poética industrial. Por eso es de celebrar cada poemario suyo; apenas llevaba tres en 60 años cuando ha regresado con Reino de las cosas perdidas , un canto a todo aquello trascendente para su evocación que se le ha ido alejando de su entorno y de su memoria.
Todos tenemos una lista de cosas perdidas, Retana las confía en este pequeño libro de pequeños poemas.
El primer poema (que no por nada lo puso ahí) en tres pasos reconstruye ese sitio de la nostalgia que terminan anhelando los que ya han vivido suficiente. Ese lugar en el recuerdo y en la realidad donde toda la ilusión que entraña una familia se sabe irremisiblemente perdida, inútilmente recordada e innecesariamente relatada: Una sola estación/ me lleva/ hacia la orilla,/ las noches/ retroceden/ ante el frío,/ vuelven/ los animales/ al lugar/ donde nací. De ahí, de esa casa ausente, su reino primigenio, emergen muchas de sus cosas perdidas.
También a su poema lo puede justificar el resentimiento, no otra cosa se percibe en el que refiriéndose a su padre se inicia así: Qué lástima/ que no supo usted/ tomarme con la manos,/ (…) y que termina con pesadumbre: más allá/ de nuestras/ orfandades padre. Paradójicamente, en otro de los poemas, que podría tomarse como la vindicación de su padre, confiesa sin ambages su fracaso como papá: “No soy el padre perfecto./ Me entiendo a gritos/ con mis hijos en las aceras, /soy demasiado taciturno/ para la velocidad/ de sus cuerpos. Ayer victimario hoy víctima”.
Para abordar el más allá, Retana acude al lugar común de expresar ese anhelo de integración a la naturaleza tan recurrente en quienes desean alcanzar esa auto promesa de eternidad que parecieran haber experimentado en los sueños cuando vuelan: “Perderme/ entre la hierba/ ser/ un pedacito/ de hoja/ cargado/ por hormigas/ ser agua / ser viento”. Está garantizada la permanencia en el universo y el tiempo de las partículas que hoy nos conforman, pero es la conciencia de ese estado lo que en realidad se desea.
No es Reino de las cosas perdidas un poemario de mentiras hermosas; aún lo hermoso se transmuta en cruda realidad merced al egoísmo y a la incomprensión. ¿No hay lugar para la esperanza en su poesía? Parece que no, así se constata cuando concluye un poema de desaliento con estos versos: Con la traición/ entre los dientes/ te lo dije./ Que nunca se vuelve/ intacto de la dicha./ Que solemos destruir lo que nos ama . ¡Qué aciago destino parece perseguir a los que aman!
Pareciera que Retana buscó (y ganó) intensidad con este poemario en relación con los anteriores, pero a veces se diluye la comunicación, puede volverse ininteligible a menos que el lector esté muy cercano de la experiencia que lo motiva.
Esta poesía podría ser el resultado de un abundante limado de los textos, tanto que pierden los contornos; no todos, afortunadamente, tomaron ese camino y el Reino de las cosas perdidas transporta por recónditos y entrañables rincones de la memoria.
El minimalismo que cimenta la orfebrería poética de Edmundo Retana, donde el cincel ha sido manipulado con destreza variable es su propuesta consciente: Busco una palabra,/ como el dibujante una línea/ sola/ que una la tarde/ con los acantilados.
Aunque a veces haya que aguzar la mirada para disfrutar o intuir su poesía, ese esfuerzo se compensa con el hallazgo de las revelaciones o sugerencias que están ahí.