Fernando Carballo se sienta en el centro de una galería poblada de rostros y brumas, apoya ambas manos sobre el bastón y confiesa que su arte es un acto devorador. Pintar a un ser es poseerlo: lo sabían los habitantes de las cavernas antiguas y lo sabe este incansable morador de Cartago.
Tierno amante de la figura humana y obstinado explorador, mira 22 de sus obras que recorren desde la pieza de mayor edad conservada (1967) hasta plácidos retratos recientes de sus nietas frente a la luna. La Galería Pueblarte, de su hijo Ignacio, mostrará una retrospectiva única durante diciembre, una introducción ideal para un prolífico pintor, dibujante y grabador.
Carballo en retrospectiva recorre varias constantes del trabajo del artista, como las grandes figuras desnudas. “Es mi vida, de alguna manera yo soy lo que hago y lo que hago me va formando también”, afirma el artista.
Este explorador es también coleccionista, uno que no estará satisfecho hasta tenerlo todo. Así ha sido desde muy pequeño. “Para tener acceso a toda la gente yo me pasaba pintándolos en las paredes”, cuenta. Uno entre 17 hermanos, su espacio íntimo se lo daban pedacitos de carbón y puntas de lápices. Con ellos capturaba a quienes llegaban a casa y los fijaba en su pared (hoy, su lienzo).
“Según algunos estudiosos, en el origen del arte de las cavernas, los animales se dibujaban para poseerlos”, recuenta. “Sigue siendo el principio: retener entre mis manos a la gente y las cosas que quiero”, considera, orgulloso de esa caverna poblada por unos 60 años de trabajos y experimentos.
Inmensidad. La revelación centelleó muy temprano: de niño, encontró una perfección inédita en un libro sobre Leonardo Da Vinci. Eso era lo que Carballo quería hacer. Le fascinaba la gente y su modo de conversar con los otros era dibujándolos. “Me fascinaba una persona, no sabía exactamente por qué. Sacaba un cuaderno del trinchante y, para poder participar de lo que estaba conversando, le llevaba el dibujo. Es mi manera de entender el mundo”, declara.
“Me siento más hermanado de los poetas que de la mayoría de los pintores”, afirma. Son tres los más próximos: Walt Whitman, Arthur Rimbaud y Pablo Neruda. Se entiende por qué. Ellos buscaron abarcarlo todo con sus versos; Carballo, con la mancha y la línea.
“Esto es una conversación con uno y con todo el resto, con todo el mundo, con todo el universo, porque somos una parte de todo”, explica. Agrega: “La pintura como yo la concibo es la hermanita de la poesía”. Por eso ¿Por qué sonaron los cascos esta noche? (1984) recuerda a Lorca: es un furor por la vida, la sensualidad y el cuerpo que muchos poetas han comprendido bien.
“El cuerpo es bello”, canta como Whitman. Escandalizaba en su natal Cartago, y reluce en las formas de su San Sebastián (1984) y en redondas formas femeninas. De joven, se las arreglaba para ir al cine a ver películas para adultos, con voluptuosas bailarinas que se plasmaban en sus libretas de dibujo y preocupaban a su madre. “Me producía dolor y molestia”, lamenta, pero siguió haciéndolo.
Últimamente, Carballo ha estado pintando cuadros más serenos. Cuarto creciente y Cuarto menguante son retratos de sus nietas bañados de plácido azul y notas musicales.
“Con 72 años, me queda muy poco tiempo, pero sigo soñando, sigo haciendo planes como cuando tenía 20 años... solo que ya me doy cuenta de que el cuerpo no me responde con la misma flexibilidad de antes”, lamenta. Como un mar embravecido en su juventud, Carballo ahora llega a la orilla suavemente: “Es una cuestión hormonal. Ahora estoy más tranquilo”, dice.
La Galería Pueblarte se ubica en barrio Escalante, 300 m al norte de Bagelmen’s y 10 m al oeste; o 200 m al este del parque Francia. La exposición puede visitarse de lunes a viernes, de 12 m. a 8 p. m. Teléfonos: 2224-7785 y 8995-9326.