
Dolores Morales y Bert Dixon son dos honrados y humildes inspectores del Departamento de Narcóticos de la Policía de Nicaragua que deben desenmarañar el misterio detrás de la muerte de una mujer. Las pistas iniciales: un lujoso yate abandonado, un libro y una camisa ensangrentada no revelan mayor información, pero, poco a poco, los investigadores –también exguerrilleros sandinistas– se dan cuenta de que están tras un caso que involucra a peces muy gordos: los capos de los carteles de la droga de Cali (Colombia) y Sinaloa (México).
Esta es la intrincada trama policiaca que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez deshilvana en su más reciente novela El cielo llora por mí , que se presenta hoy a las 6:30 p. m. en la Librería Internacional de Moravia.
El autor conversó con La Nación sobre varios aspectos de su obra, publicada por Alfaguara.
¿Cuál fue la motivación de explorar el género policiaco?
Me interesaba el tema del narcotráfico y la mejor manera de tratarlo es en una novela policiaca. Es una desafortunada realidad que Nicaragua, como parte de Centroamérica, funciona como un puente para el tráfico de drogas desde el sur del Continente hacia el norte.
El escenario de su novela es la Managua actual, ¿cuánto es ficción y cuánto realidad?
Es una construcción de varios sucesos, pero la piedra de toque fue un hecho verídico que se relata en el libro: el secuestro de un avión rentado por una supuesta organización ecológica para hacer un vuelo de observación sobre la reservas del río Indio, en el Caribe nicaragüense. La aeronave no cumplió su plan, pues fue secuestrada en vuelo y debió aterrizar en la isla de Ometepe, en donde bajaron al copiloto y subieron otros pasajeros. El avión apareció en Cali y luego se descubrió que uno de los pasajeros que subió era nada menos que Miguel Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali. Mi pregunta como novelista fue qué hacía un hombre como él en Nicaragua.
¿Hasta dónde ha calado el narcotráfico en Nicaragua con la complicidad del poder político?
Yo no diría que la situación es tan dramática como en Guatemala o en México, donde la Policía, los fiscales y los jueces están absolutamente al servicio del narcotráfico. En Nicaragua también hay una penetración, sobre todo, entre los fiscales y los jueces. Eso es evidente al observar la facilidad con que los narcotraficantes son enviados a sus casas después de ser capturados por la Policía, por alegatos de enfermedad y otras excusas legales. Se sabe, por ejemplo, que se acondicionan aeropuertos clandestinos a la orilla de las carreteras, y que se iluminan de noche para bajar y subir drogas y pasajeros.
Los personajes principales de la novela son, precisamente, dos inspectores de la Policía.
En mi opinión, quien se salva mejor de los tentáculos de la corrupción es la Policía de Nicaragua. Creo que todavía tenemos un cuerpo policial básicamente honesto, salvo algunas excepciones, por supuesto. Y esta es la base de la novela: un par de policías mal pagados, honestos, que luchan contra el enorme aparato de corrupción que es el narcotráfico. Todos los personajes de la novela están inspirados en la vida real, aunque retocados, claro está.
¿Cómo maneja el sentido del humor, presente en muchos de los personajes y las situaciones?
El autor tiene que administrar el humor y colocarlo como si fuera una bola de billar que siempre esta chocando en las páginas de la novela. Esto de reírse de uno mismo, aun en las situaciones más difíciles o trágicas, es un rasgo muy nicaragüense, está en el alma de la gente.