
Nueva York
Cherry Peace estaba parada, con los pies firmemente plantados, en la puerta del escenario de la Metropolitan Opera House, en el Lincoln Center de Nueva York, en octubre. Estaba esperando a que Misty Copeland, que acababa de terminar una presentación de matiné de Company B, de Paul Taylor, en el American Ballet Theater (ATB), se quitara las zapatillas de ballet y saliera.

No había señales de Copeland, pero Peace, una escritora de 52 años que había viajado desde Reno, Nevada, expresamente para verla, permaneció en el sitio, con la esperanza, si no de un autógrafo, al menos de echar una mirada a su ídolo.
"Cuando uno envejece", dijo, "hay ciertas cosas que quiere hacer. Ver a Misty Copeland estaba en mi lista de deseos".
Peace estaba entre legiones de fanáticos –desde niñas hasta pensionados, neoyorquinos y visitantes, amantes del ballet y muy variados buscadores de emociones– que habían atestado el Lincoln Center para ver actuar a Copeland, en el ballet de Taylor, y como Odile/Odette en "El lago de los cisnes", un papel culminante para muchas bailarinas, y el primero en la compañía para una bailarina afroamericana.
Otros se sintieron cautivados cuando Copeland giró el verano pasado por los escenarios de Broadway como Ivy Smith en On the Town, y su limitada participación provocó un aumento en las ventas de boletos. El público no se paralizó menos al ver a Copeland, el tema del documental A Ballerina's Tale, superar una lesión que amenazó con poder fin a su carrera.
Algunos fanáticos recitan de memoria fragmentos del canon de Misty Copeland: "Dijeron que su tipo de cuerpo no era el correcto, pero ella siguió bailando", dijo Peace. Luego recitó el catecismo ahora familiar: "Fue la primera afroamericana en ser designada bailarina principal en el ATB".
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Y la primera bailarina clásica desde que Mijail Baryshnikov y Gelsey Kirkland ejecutaron su pas de deux perfecto en los años 70 en cautivar a un público general.
Se tendría que vivir en el séptimo anillo de Saturno para no conocer ese hecho, o, lo que es más, la repetidamente relatada saga de penurias, perseverancia y triunfo definitivo de Copeland, la cual ella relató en su biografía de 2014, Life in Motion: an Unlikely Ballerina.
El libro describió su ascenso desde una niñez caótica, siguiendo a su madre varias veces casada y a seis hermanos de departamentos hacinados a moteles, persiguiendo la fama y la excelencia bajo el ala de un benefactor rico, y seleccionada a los 17 años como una en un puñado de afroamericanas que bailan con el afamado American Ballet Theater.
Fue una historia reciclada muchas veces: en 60 Minutes, en un perfil de portada de Time, en las páginas de The New Yorker, y una vez más el 17 de diciembre en ABC, cuando Barbara Walters llamó a Copeland una de las "10 Personas Más Fascinantes del 2015". Por no hablar de una variedad de revistas que elogiaron a Copeland como un epítome de la moda.
Toda esa atención ferviente alcanzó un crescendo el verano pasado cuando Copeland apareció, con sus pantorrillas curveadas y parada de puntas, como el improbable tema de I Will What I Want, un comercial para Under Armour, la marca de prendas atléticas, que atrajo cuatro millones de visitas en YouTube a la semana de su publicación en julio.
En realidad, y según el propio relato de Copeland, los últimos 12 meses han sido un año maravilloso, un periodo durante el cual cumplió un preciado objetivo.
"No estoy tratando de diluir el mundo del ballet", dijo el verano pasado. "Pero por mucho tiempo quise estar al frente de la cultura pop".
Que Copeland, de 33 años de edad, haya alcanzado tan rápidamente su meta plantea una pregunta: ¿Cómo y por qué ocurrió esa metamorfosis?
El talento y el empeño jugaron un papel, por supuesto, así como la belleza poco común y la condición física de Copeland. Y estuvo el tema de la raza. "El tono de su piel fue una gran parte, obviamente", dijo Nelson George, el crítico de cultura y director de A Ballerina's Tale.
"No es una bailarina de apariencia convencional", dijo George, con su complexión de 1,57 metros y sus curvas femeninas que la vuelven más cercana a un público cada vez más amplio. "Pudiera ser una de esas chicas atléticas en el gimnasio al que uno asiste", dijo. "En su mente, usted pudiera ser esa chica".
Pero hasta este año, Copeland era poco conocida fuera del terreno hermético de la danza.
"Era una estrella que esperaba ser identificada", dijo Kevin Plank, director ejecutivo de Under Armour, quien la contrató para el primero de una serie de comerciales mucho antes de que su fama repuntara.
"Tenía ese factor muy especial, pero no tenía mucho más de 20 años", dijo Plank. "Como todos nosotros, tuvo la misma pregunta: '¿La gente lo nota?'"
Hace un puñado de años, el vasto público no lo había hecho. Copeland tenía defensores, sin duda, especialmente entre un menguante número de críticos influyentes de la danza estadounidense.
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"Es una artista profundamente expresiva, con una forma única, exuberante y muy personal de moverse", la exaltó Sarah L. Kaufman en The Washington Post en febrero. "En su mejor actuación, su danza trasciende su cuerpo, llevándonos más allá de su pirueta perfecta a ... bueno, la maravilla de la vida".
También tiene detractores. "Es admirable pero sin una individualidad asombrosa", escribió Alastair Macaulay, un crítico de The New York Times, en junio pasado, añadiendo, concluyentemente, que su tendencia a bajar la cabeza y mirar duramente en El lago de los cisnes, "la hace verse poco clásica".
No importa. Junto con su talento, tenía una historia que vender.
Era, según la evaluación de Kevin McKenzie, el director artístico del American Ballet Theater, "una fascinante historia del triunfo humano, menos por ser la primera bailarina afroamericana en convertirse en principal con la compañía y más por la adversidad por la que pasó para alcanzar sus sueños".
En el 2011, Gilda Squire, una publicista del entretenimiento, asistió a una fiesta de fin de año y escuchó partes de esa historia.
"Estaban hablando de una bailarina afroamericana que bailó de puntas sobre el piano de Prince", dijo Squire. "Ninguna de las personas ahí sabía su nombre. Pero lo que mantuvo interesada a la sala fue la idea de que 'Vaya, he aquí una bailarina afroamericana en una de las principales compañías en su mundo'".
Squire, quien a solicitud de Copeland se convirtió en su mánager (las bailarinas realmente no tienen publicistas, explicó), recordó que en esa época The Black Swan y Natalie Portman estaban definitivamente en el radar. La gente pensaba en el ballet más de lo que normalmente lo hacía".
Qué mejor momento, razonó Squire, para intentar volverla popular: "Ese fue mi objetivo".
La cautivadora narrativa de Copeland fue un imán para George, quien empezó a filmar su documental poco después de su actuación en 2012 como una bailarina principal del segundo elenco en The Firebird. Fue la última, por un tiempo al menos. Una lesión grave y la inserción de una placa de metal en su barbilla provocaron especulación de que podría no regresar nunca a los escenarios.
"Me di cuenta de que había una oportunidad de documentar su regreso", recordó George. "Tendríamos la mejor versión hollywoodense de su regreso que se pudiera desear. Pero la verdad es que podía haber terminado de manera muy diferente".

Una parte del espectacular salto de Copeland a ser una celebridad popular quizá se aloje en su carácter, derivándose menos de una búsqueda consciente de la fama y más de una impulsora inseguridad en sí misma.
Copeland practica incesantemente, tomando su lugar ante la barra durante cinco o siete horas diarias, incluso en los días de presentación. No hay descanso para una bailarina, "nada se puede fingir en el mundo del ballet", como dijo en una entrevista.
También hay una especie de evangelismo en el trabajo. Es de raza mixta, pero, como señaló George, acepta el color oscuro de su piel, aprovechando todas las oportunidades para expresarse como modelo de rol, transmitiendo su mensaje de que los llamados defectos de una persona, el color de la piel entre ellos, no necesariamente son un obstáculo para el éxito.
"Continuaré hablando sobre la raza", dijo. "Pienso que es parte de mi propósito".