“De niño uno tiene una cierta confianza en la vida. Pero cuando ocurre algo como Auschwitz, todo se desmorona”. El que habla es Imre Kertész, el escritor húngaro sobreviviente al Holocausto y que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2002.
Este jueves, a las cuatro de la madrugada y a sus 86 años, murió en su casa en Budapest. Desde el 2000 sufría de Parkinson y, a finales del 2012, se mudó de Berlín a Budapest, al no poder pagar su tratamiento en Alemania.
“Su muerte es una irreparable pérdida para toda la vida intelectual europea y húngara”, afirmó en un comunicado la asociación de editoriales de Hungría.
Kertész nació en una familia judía en noviembre de 1929. A sus 14 años fue deportado por las autoridades húngaras al campo de concentración Auschwitz y posteriormente a Buchenwald, donde fue liberado en 1945.
El horror que vivió en los campos de exterminio nazi lo relató en su obra Sin destino (1975), primera novela que publicó y una de las que lo llevaron a su premio Nobel. En ella, no se ciñó a lo autobiográfico, sino que buscó lejanía al crear a György Köves, un adolescente que sufrió la maquinaria de humillación nazi.
Para el presidente húngaro, Janos Ader, la vida de Kertész fue un “regalo” para todos los quelo amaron, conocieron, leyeron y comprendieron.
“Nos enseñó que no deberíamos olvidar nada sobre nuestro pasado, porque todo pertenece a nuestro destino común, nuestro ‘sin destino’ común”, afirmó Ader en una carta dirigida a la familia del escritor.
“Veía con una agudeza sin igual y hacía que otros vieran exactamente la naturaleza de las dictaduras, ‘la edad de la irracionalidad’”, agregó el mandatario. “Sabía que la falta de libertad exterior puede ser soportada sólo con la libertad del espíritu”.
Kertész vivió en Alemania durante mucho tiempo antes de volver a su tierra natal. En este país, su obra tuvo gran éxito y fue galardonado con el prestigioso Premio Herder de las letras y el galardón de la Feria del Libro de Leipzig. Monika Gruetters, ministra de cultura de Alemania destacó el “gesto noble” que tuvo el escritor al entregar su archivo a la Academia de Artes en Berlín y celebró la estima que mostró hacia los alemanes a pesar de sus aterradoras experiencias en ese país.
“A través de su trabajo, Imre Kertész dio un nuevo tono para recordar los años más oscuros de nuestra historia”, afirmó la mandataria. “Como testigo, escribió con una gran maestría literaria sobre sus desgarradoras experiencias en el campo de concentración. Sus libros son su legado, no serán olvidados y persistirán en la historia de la literatura para las futuras generaciones”.
¿Felicidad en el encierro? Una de las más desconcertantes confesiones de Kertész fue cuando reveló que los momentos más radicales de felicidad no los vivió en libertad, sino en el campo polaco.
“No pueden imaginarse cómo es que le permitan a uno tumbarse en el hospital del campo o tener un descanso de 10 minutos de un trabajo indescriptible“, comentó a la revista Newsweek en una entrevista en 2002. “Estar muy cerca de la muerte es también una cierta felicidad. Simplemente sobrevivir se convierte en la mayor libertad de todas”.
En otra entrevista, se declaró judío no creyente. “Pero como judío fui llevado a Auschwitz. Formo parte de esos judíos a los que Auschwitz transformó en judíos”, exclamó.
Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, Kertész se dedicó a las letras. Trabajó en revistas y como encargado de prensa de un ministerio, pero desde 1953 se volcó a la escritura y la traducción literaria. A partir de los años 70, se centró en la narrativa, con obras como Fiasco (1988), Kaddisch para el hijo no nacido (1990), Liquidación (2004) y Dossier K (2006), entre otras.
Su más afamada obra, Sin destino, fue ignorada por mucho tiempo, tanto por las autoridades comunistas como por el público, en un país donde la reflexión sobre el Holocausto seguía siendo mínima.
Kertész no consideraba el Holocausto como una locura momentánea o un hecho ligado a una época, sino como la manifestación de la naturaleza del poder en la sociedad. Incluso, llegó a denunciar que el tema se ha tratado superficialmente y que se debería “hablar sobre ello, reconocerlo y aprender a arrepentirse de lo que sucedió”.
Esta posición lo llevó a lanzar comentarios provocativos, como que no es recomendable visitar Auschwitz, ya que se ha convertido “en un parque temático para turistas”.
A Kertész se le recordará por ser un escritor que reivindicó la literatura como una forma de preservar la memoria para intentar comprender.
Este jueves, Hungría perdió a su único Premio Nobel de Literatura; el mundo, a una de las visiones literarias más intensas del violento siglo XX.
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