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Juan Luis Rodríguez Sibaja aparece con una prensa empleada para ejecutar la impresión de los grabados. (Adrián Soto.)
Es imposible asaltar a Juan Luis Rodríguez Sibaja; es imposible que él obedezca cuando le ordenen: “¡Quieto ahí!”. Él ha inventado el movimiento perpetuo y se ha saltado así las leyes de la física como se ha saltado las tradiciones, los miedos y ciertas lánguidas costumbres de las artes. Con 80 años, Juan Luis Rodríguez Sibaja vive aún cubierto de la sorpresa adolescente que le infirió el arte, y hoy sigue dibujando, pintando, grabando, tallando, quemando y mezclando todo para ver qué sale: para ver qué hay más allá de ese abismo ante el que muchos se detienen y sobre el que Juan Luis se lanza para correr sobre un puente invisible, de cristal.
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José Figueres aparece en la inaugu ce en la inaugu ce en la inauguaskbf askd asjd asdjka sdjas 56. (Adrian Soto)
Juan Luis vive en las intersecciones del arte y toma el tren que más le gusta; pero, si no pasa un tren, se hace uno y huye para traernos luego un retrato de mujer pintado con polvo de piedra sobre el que ahora pasa, con frescura, la humedad de un trapo sacado del aire, para que el retrato resucite con la intensidad de los colores que Juan Luis le aplicó gozosamente una mañana.
–Así, húmedo, debe verse –dice Rodríguez en la Galería de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica, que expone muestras de la ingente obra elaborada por él.
Exposición antológica del maestro Juan Luis Rodríguez Sibaja (1960-2015) se titula la muestra, curada por la historiadora del arte Ileana Alvarado Venegas. La exposición reúne trabajos hechos con grafito, tintas, grabado, acuarela, fotografía, escultura en madera, fotos intervenidas y collage, y alguna otra técnica para la que ningún ingenio ha inventado aún el nombre.
Fotos, esculturas... Cinco Figuras (1961-1964) se hicieron con crayones diluidos al alcohol sobre papel. Hay rostros y cuerpos erizados por el color que hierve. “Me motivaron la violencia y las guerras que sufrió el mundo a principios de los años 60, y también la conquista de América”, precisa Rodríguez.El artista sorprende ahora con cuatro dibujos hechos con tinta china y a pluma sin alzar la mano del papel. Un limpiabotas alegoriza la sujeción de quienes respiran en la soledad de la pobreza.
Es imposible asaltar a Juan Luis Rodríguez Sibaja; es imposible que él obedezca cuando le ordenen: “¡Quieto ahí!”. Él ha inventado el movimiento perpetuo y se ha saltado así las leyes de la física como se ha saltado las tradiciones, los miedos y ciertas lánguidas costumbres de las artes. Con 80 años, Juan Luis Rodríguez Sibaja vive aún cubierto de la sorpresa adolescente que le infirió el arte, y hoy sigue dibujando, pintando, grabando, tallando, quemando y mezclando todo para ver qué sale: para ver qué hay más allá de ese abismo ante el que muchos se detienen y sobre el que Juan Luis se lanza para correr sobre un puente invisible, de cristal.
Juan Luis vive en las intersecciones del arte y toma el tren que más le gusta; pero, si no pasa un tren, se hace uno y huye para traernos luego un retrato de mujer pintado con polvo de piedra sobre el que ahora pasa, con frescura, la humedad de un trapo sacado del aire, para que el retrato resucite con la intensidad de los colores que Juan Luis le aplicó gozosamente una mañana.
–Así, húmedo, debe verse –dice Rodríguez en la Galería de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica, que expone muestras de la ingente obra que ha elaborado.
Exposición antológica del maestro Juan Luis Rodríguez Sibaja (1960-2015) se titula la muestra, curada por la historiadora del arte Ileana Alvarado Venegas. La exposición reúne trabajos hechos con grafito, tintas, grabado, acuarela, fotografía, escultura en madera, fotos intervenidas y collage, y alguna otra técnica para la que ningún ingenio ha inventado aún el nombre.
Rodríguez ejecutó tres Cabezas con acuarela y tinta de calamar, y trazó las siluetas con el canto de una espátula. Las obras aún son espontáneas y bullentes, aunque datan de 1964.
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Presagio es un grabado al aguafuerte intervenido, sobre aluminio. En el centro aparece, contrastada, una foto del artista con unas esculturas. (Adrian Soto)
Unas fotos atestiguan las esculturas efímeras que suele emprender Juan Luis. En las playas, él sorprende troncos y piedras de formas caprichosas; los une: piedras, raíces, cocos...: todo lo transfigura en siluetas de personas. “Allí las dejo; las devuelvo a la naturaleza”, explica el creador.
Rodríguez ha hecho esas esculturas naturales, por ejemplo, en la isla de Córcega (Francia, 2004); compuso así El jardín de las rocas dormidas: milenarias, esperan a que vuelva a pasar Ulises.
“A las maderas no hay que perderles la maderidad, ni a las piedras la piedricidad”, neologiza Juan Luis.
De un cuaderno de resorte han saltado hojas-acuarelas como de un otoño juvenil: desde ellas nos mira gente que parece acercarse, pero que nunca llegará aquí.
A la par se abre Perfil de mujer (1967), cuadro rojizo, ejemplo de una técnica aprovechada por Rodríguez con felicidad: la pintura matérica (mezclada con pequeños objetos). En Perfil aplicó pintura mezclada con polvos de piedra sobre yute asedado.
“Todo se puede”. Ciclón mayo 1968 es otro ejercicio de “maderidad”: extraño simbolismo de las rebeliones francesas de aquel tiempo, armado con maderas de ébano y plywood, más polvos de hierro y pintura de óxidos.
La curadora Ileana Alvarado precisa: “En Francia, Juan Luis inició una investigación pictórica que lo llevó a la creación de una pintura construida a partir de piedras pulverizadas, a la que algunas veces incorporó materiales como madera y clavos”.
–Yo hago los colores con óxidos y con los polvos de las piedras, y los aplico entre capas de barniz. Siempre me ha interesado el envejecimiento de la pintura”, describe el artista.
Algunos grabados revelan técnicas mixtas, como la audacia titulada Erre con erre, cigarro (1977): una gran plancha de cinc que Juan Luis trató a la punta seca, pero usando clavos, agujas, cinceles, mazos y... un motor esmerilador. “Lo realicé aquí en una clase maestra para mostrar que todo se puede hacer”, anota Rodríguez sonriendo bajo un sombrero que acaba de aparecer.
Un panel exhibe Crónica cabékar, 23 grabados muy pequeños al aguafuerte que retratan personas indígenas.
“Yo viví entre ellos en 1952”, recuerda Juan Luis. Esos trabajos terminan por redondear la maestría del artista: demuestran que sabe dibujar.
Bidon Villes Nanterre, de 1962, alude a los tugurios que había cerca del arco del Triunfo, en el París en aquel entonces: “Allí vivían unas treinta mil familias emigrantes”, anota el artista.
La exposición incluye diseños de la portada y de la contraportada de la novela Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, que nunca se emplearon por falta de un editor: son grabados expresionistas al aguafuerte sobre cobre.
La aventura de una vida. En Áncora, el historiador del arte Edgar Ulloa Molina recordó la vertiginosa aventura vital de nuestro artista: “Rodríguez Sibaja nació el 24 de noviembre de 1934 en el humilde hogar de Abel Rodríguez y Rosalía Sibaja Zamora, en Cinco Esquinas de Tibás, San José”.
Rodríguez terminó la secundaria en el Colegio Carlos Gagini, en San José, y, por necesidades económicas, trabajó como fogonero y peón del Consejo Nacional de Producción.
En 1950, Rodríguez comenzó a estudiar en la Escuela Casa del Artista, y poco después expuso dos veces en forma individual. En 1960, el gobierno francés le otorgó una beca para estudiar grabado en metal durante nueve meses en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts, de París.
El creador prosiguió sus estudios, con apoyo de la UNESCO, en la Academia de Arte Libre de La Haya, Holanda, y, en 1963, estableció su residencia en París.
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Portada y contraportada de 1962 para una edición inédita de la novela Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas. (Adrian Soto)
En 1969, el gobierno de Francia seleccionó a Juan Luis como representante extranjero ante la IX Bienal de París, donde él presentó la instalación El combate, para la que empleó bloques de hielo. En 1972 volvió a Costa Rica a fin de crear el Taller de Grabado de la UCR. Después realizó una empresa similar en la Universidad Nacional.
“En 1994, con la obra Iconos en cruz, obtuvo el premio único en el Salón de los Maestros de la IV Bienal L&S de Pintura”, recuerda Edgar Ulloa.
A su vez, el rector de la UCR, Henning Jensen, afirma: “Juan Luis es un artista de la libertad. Sus obras son iconoclastas. Es un provocador que desea estremecer al mundo. No se complace en la observación pasiva de la realidad, sino que pretende transformarla y transformarnos”.
Juan Luis gira en torno de una de sus tres esculturas de madera que apenas han dejado de ser árboles. ¿Cuáles ideas bullirán bajo aquel sombrero? “Pienso hacer mosaicos”, adelanta. ¿Cómo hace para estar aquí este hombre que vive en el futuro?
La exposición puede visitarse de lunes a viernes hasta el viernes 27 de marzo.
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Herencia generosa...
“Venga a mi taller y deje la pintura” me dijo Juan Luis Rodríguez en 1976, cuando yo era un pintor recién graduado. Él venía de Francia con un taller de grabado en metal y con el convencimiento de que abriría un espacio en la plástica costarricense.
Como docente, Juan Luis rompía esquemas, levantaba roncha y agrupaba trasgresores. Su obra pictórica rasgada, texturizada y frenética, la trasladó al grabado en metal. Entonces me mostró el valor del dominio técnico y un resultado final con un concepto contemporáneo.
Rudy Espinoza, artista grabador.
La obra del maestro Juan Luis Rodríguez es como un grito, fuerte y ensordecedor, que atrae las miradas. Nos obliga a pasearnos por las líneas de sus dibujos, a recorrer los contornos y las formas en sus esculturas, y a encontrar la huella del ácido que corroe la superficie del metal y que, cubierta de tinta, se imprime en un papel.
Esta exposición es un merecido homenaje a quien introdujo la técnica de huecograbado en metal en la Escuela de Artes Plásticas de la UCR, y probablemente en el país: herencia gráfica de incalculable valor.
Ólger Arias, subdirector de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica.