La vida del artista Robert Mapplethorpe podría ser como un rosario mal entendido: la repetición de unas cuantas fórmulas sin entender a qué conducen.
“Controversial”, “blasfemo”, “erótico”, “misterioso”, palabras que se arrojan a un artista cuando seduce más su mito que su obra. Sin embargo, la seducción no puede quedarse en la apariencia, y observar una fotografía de Mapplethorpe –aceptarla, confundirse en ella– puede ser revelador, como al final del zumbido de avemarías se tiene, por un fugaz momento, visión de lo anhelado en la oración.
El fotógrafo más controversial de su época, nació como misterio y mito tras su muerte, cuando la exposición After the Moment (en Cincinnati) fue llevada a juicio por obscenidad, la primera en Estados Unidos. Inauguró así las culture wars (las guerras culturales) que nos traen al presente.
Su amiga más famosa –su hermana espiritual–, Patti Smith, buscó tras la nebulosa de la fama en Just Kids ( Éramos unos niños , 2012), una memoria espléndida que trae más cerca al hombre, al artista y al poeta. Era un niño perdido en sí mismo.
Primer misterio gozoso. En 1970, Sandy Daley, amiga de Robert y Patti, hizo el filme corto Robert perforándose el pezón y le regaló su primera cámara Polaroid. Como escribía Luc Sante en 1995, fue una suerte de rito iniciático.
“Los sujetos y el acercamiento básico que adoptó en su fotografía de la época seguirían siendo los mismos por el resto de su vida”, escribía Sante en The New York Review of Books . Desde el inicio, retratos, figuras escultóricas, flores, poses sadomasoquistas: todas ante un fondo neutro, silenciosas, escandalosas.
Así como las lecturas de poesía de Patti se convertirían a mediados de los años 70 en conciertos de rock , las formas clásicas de Robert se transformarían en actos eróticos, en búsqueda de absolutos en una era de relativismos.
Segundo misterio doloroso. En 1988, Mapplethorpe realizó uno de los retratos más dolorosos de la historia de la fotografía. El sujeto era él mismo, un año antes de fallecer destruido por el sida –como toda una generación de artistas y personajes folclóricos de Nueva York–.
Quien disparó la imagen fue su hermano, Edward, también fotógrafo. Inicialmente, Robert quería tomar una foto de su bastón, cuya empuñadura estaba adornada con una calavera. Quizá se vio a sí mismo en ella. La cara juvenil empieza a demacrarse; la imagen está saturada de negro. Murió el 9 de marzo de 1989 en Boston.
Tercer misterio luminoso. Robert tropezó con la fotografía porque tenía demasiado dentro. No le interesaba la imagen en sí, sino el acto físico de tocarla, sostener la lámina en sus manos.
Es difícil creer que las imágenes de Mapplethorpe no fueran asimilables en su época: a ojos conservadores parecía inconcebible que fueran “arte”.
No ofendían porque mostraran penes (a los que dio “integridad, belleza y estima”, escribió Arno Rafael Minkkinen). Ofendían porque mostraban algo que aún no existía, no era visible en la cultura popular: cuerpos masculinos dominados, vulnerables, íntimos.
Cuarto misterio glorioso. “Más tarde él diría que la Iglesia lo llevó a Dios, y que el LSD lo llevó al universo. También dijo que el arte lo llevó al demonio y que el sexo lo mantuvo con el demonio”, recordaba Patti en su libro.
Las fotos de Mapplethorpe, digamos, son misterios escultóricos. Lo que es católico en Mapplethorpe, siguiendo al crítico Arthur Danto, es el misterio del espíritu y de la carne.
Las poses sadomasoquistas de los sujetos de Mapplethorpe parecen afrentas a ojos píos, pero son lo contrario: son ruegos, viscerales, de algo más. De esta forma lo definió el crítico de arte Peter Schjeldahl: “Su trabajo no es sobre gratificación, ni sexual ni estética. La elegancia lo arruina como pornografía, y la avidez lo estropea como moda. Es acerca de un vigorosamente mantenido estado de desear ”.