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Fundación Teorética organizó el recorrido Deambulando por San José con Darién Montañez (lentes oscuros) el 28 de agosto. (Daniela Morales Lisac)
Panamá es una ciudad que mira hacia afuera. En las rendijas que hay entre las torres de metales y vidrio se asoma la cultura local: el ruido, el picante y el ron aparecen en el ornamento y seleccionan el mobiliario de las estancias, y eso es lo que el arquitecto panameño Darién Montañez atesora.
Él nos revela que aplica el siguiente mantra: todas las expresiones culturales y artísticas se deben a su sitio. Por ello, Montañez –cuya obra artística adorna la fachada de la Fundación Teorética– viajó a Costa Rica para que veamos cada proyecto urbano como formas de expresión, sin importar su complejidad o su belleza.
El 28 de agosto, Montañez recorrió la urbe josefina en medio de lo bonito, lo feo, lo limpio y lo sucio, junto a una docena de costarricenses, para escudriñar todas sus inquietudes sobre el urbanismo de nuestra capital.
Llenura de energías. Durante el viaje, el grupo prestó atención a sitios que alguna vez sostuvieron joyas históricas, como el parqueo que tiene como malla el basamento de la antigua Biblioteca Nacional. Para Montañez, aquel caso es un resumen alegórico del desarrollo urbano de San José.
Darién Montañez creció en la ciudad de Panamá, y viceversa; por lo tanto, esa urbe es un prisma por la que mira otros sitios. “Cuando uno viaja a lugares como San José, es imposible verlos como alguien que nació aquí porque uno compara y mide utilizando el modelo de ciudad donde se crio”, afirma.
“Llama la atención que haya tantos contrastes, el uno sobre el otro. La combinación que ha generado el desinterés por el edificio histórico, por el monumento, le da a San José una libertad particular que se nota”, explica el artista.
Montañez advierte que él no viene a celebrar que acá todo se tumba y no pasa nada: “Siento que estar libre del yugo de la historia abre posibilidades que no hay en otros sitios, como Panamá: posibilidades para reutilizar y repoblar”, aclara el arquitecto, quien también es fotógrafo y productor audiovisual.
El recorrido pasó por Avenida Escazú: un nuevo downtown de uso mixto que “sabe a plástico”, dice Montañez. Aún cuando los negocios estaban abiertos y la gente recorría los pasillos, aquel sitio le pareció inhóspito: “Se siente como un simulacro de ciudad para que las personas hagan sus compras en una fantasía de ambiente high-tech , más “gringoso”.
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Poladiano. El arquitecto Andrés Fernández indica que esta tendencia es una aspiración del ‘ american way of life ’ a la tica. (Daniela Morales Lisac)
Paseo poladiano. Luego, aquellos turistas prestaron atención a los suburbios: Los Yoses, barrio Escalante, Rohrmoser, buscando lo que Montañez llama “ arquitectura poladiana ”: casas que lucen como las haciendas de las plantaciones sureñas estadounidenses, con pilastras al frente, blancas, de techo inclinado y contraventanas verdes.
El edificio “poladiano” es un término compuesto por el adjetivo coloquial polo y el estilo inspirado por el trabajo del arquitecto veneciano Andrea Palladio. “Palladio fue la principal inspiración de la arquitectura de las grandes casas de plantación del sur estadounidense. De este lado de Paso Canoas, el ideal es Lo que el viento se llevó ”, afirma Montañez.
A su vez, el arquitecto costarricense Andrés Fernández apunta que dicha tendencia arquitectónica se popularizó a inicios de la década de 1970, cuando volvió a proyectarse Lo que el viento se llevó (1939), clásico de David L. Selznick, en el Gran Cine Universal, en San José.
“Quienes me acompañaron dijeron que ahora no podían dejar de ver columnas por todo lado”, expresa Montañez.
Él considera que su gira en grupo no pretendió ser una cátedra, sino que fue un experimento turístico destinado a llamar la atención en aquello que el ojo local ya no ve: “A veces, por estar mucho en un sitio, uno desarrolla puntos ciegos”.
El arquitecto ve el espíritu de lo que somos como Centroamérica, en la fiebre grecorromana de Panamá y en las manifestaciones ornamentales poladianas de Costa Rica. “Esto explica mi visita a Costa Rica: quería señalar esos detalles y dejar especulaciones al respecto”.
Cariño kitsch. “Nadie se fue deprimido o declarando la guerra al ornamento. Fue como un paseo escolar: relajo, risa, una catarsis alegre”, continúa Montañez. Él se define como un artista que escribe cartas de amor a las cosas que, por ser tan feas, son bonitas. “Mi tesis es que son manifestaciones igual de apropiadas. Podrían estar mejor..., pero hay que tenerles cariño”.
Montañez explica que la tendencia poladiana significa poder: “Los bancos, los juzgados y las iglesias tienen columnas; ellas acarrean un significado, una declaración”.
“Tu hijo se gradúa de médico, comienza a ganar mucho dinero y te remodela la casa, y, pues, te pone las columnas para diferenciarte del vecino: es un asunto de ostentación. Ese tipo de edificios dice que tienes el dinero suficiente para hacerte un templo”, concluye el artista.
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Greco-romano. Montañez ha estudiado la “arquitectura feoclásica”, la cual adorna una gran variedad de edificios en su país.
Decoración aspiracional. El frenesí urbano es muestra de una constante competencia de identidades y poderes. “La casa que yo compre será una representación de mi identidad: una proyección de quien vive dentro”, afirma el arquitecto.
El kitsch es una parte importante de nuestra cultura, prosigue: “Somos muchas acciones que suceden al mismo tiempo. Yo trato de aceptarlo; debemos hablar de esas acciones y darles un valor”.
Como arquitectos, somos buenos cocineros: usamos los ingredientes liberados de cualquier recetario.
"Yo puedo ponerle ventanas francesas a mi casa, y de pronto también quiero techo de tejas, así que hago una combinación sin normas. Romper las reglas es bueno, pero se nos va la mano un poquito”, dice Montañez y añade:
“Nadie se detiene a preguntarse si es apropiado que la casa sea achinada, o que tenga una columna dorada frente a un apartamento. La academia llama kitsch , ignorancia, a eso; pero al dejarlo de lado se omite aquello que somos: una grandísima combinación de influencias. Si quitas eso, entonces somos la ciudad genérica de concreto y vidrio”.
Montañez y su viaje revelan que no debe endiosarse al edificio; hay que apreciar el valor de su uso, de su desgaste, y el paso de la gente en la obra final. La ciudad, incluyendo su avenida más ancha y hasta su florero más cursi, es una obra que siempre está cambiando. Según Darién, la arquitectura es un arte incontrolable.