Lo escribo sin mayor preámbulo: estamos frente al espectáculo más osado que el teatro costarricense haya producido en mucho tiempo. Cada una de sus escenas expone duras críticas sociales y presenta imágenes explícitas sobre variantes cuestionables de la sexualidad. Lo particular de todo esto es que Hollywood abominables criaturas es teatro de títeres.
Asociados al público infantil y familiar, los títeres adquieren, en esta obra, un sentido opuesto a cualquier idea de inocencia. Desfilan, ante nosotros, los protagonistas de tres clásicos del cine hollywoodense: Batman y el Guasón ( Batman ); Regan –la niña posesa– y los padres Merrin y Karras ( El exorcista ), además de King Kong y su idolatrada Ann Darrow ( King Kong ).
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La puesta pervierte la visión maniquea de este tipo de cine que divide a los personajes en bandos positivos y negativos. En el segmento titulado Batman Whisky , el Guasón se convierte –siguiendo esta estrategia– en un objetor de consciencia. Su discurso denuncia la corrupción política, la banalidad del mundo del entretenimiento y la actitud represiva de la policía, entre otros temas.
En El exorcista Plus , los curas son unos pedófilos consumados. Sus métodos para expulsar al demonio del cuerpo de la niña constituyen un refinado acto de tortura y sadismo que disfrutan sin sonrojo. Ellos se describen como “profesionales del castigo”. La crítica a la iglesia Católica es devastadora. La pregunta acerca del verdadero origen de la maldad flota en un ambiente desbordado de violencia sexual.
En King Kong, poeta de la destrucción , el gorila es una bestia con los genitales en erección permanente. Sus poses de artista marginado e intelectual vanguardista encubren sus verdaderas intenciones: devastar la civilización, autodestruirse y penetrar a la mujer que mantiene en cautiverio. Su similitud con el prototipo del machista es una metáfora evidente.
Los formatos de los personajes son diversos. Apreciamos títeres de pequeño y gran tamaño, marionetas y sombras chinas. También se utilizan marotes (cabeza de muñeco y mano del manipulador), actores disfrazados y dibujos sobre transparencias. Esta variedad es acompañada por una banda sonora que parodia melodías emblemáticas de las películas citadas.
El aforo del proscenio –como una pantalla de cine– hace referencia directa al ámbito del audiovisual. Además, enmarca una secuencia –el clímax de King Kong – cuyo lenguaje es de corte cinematográfico: el paso de un plano general a un primer plano (detalle) se logra al variar la magnitud y proporción de los elementos en escena. Con el respaldo de la luz y de animaciones en retroproyección, el resultado es impactante y será grata o ingratamente recordado por el público.
Debo resaltar el trabajo del equipo de manipuladores. La técnica precisa y las caracterizaciones vocales dotaron de vida e identidad a los títeres. La impecable factura de los mismos, sumada a la atención por el detalle de toda la plástica escénica, lograron que la obra fuera visualmente atractiva.
A partir de mecanismos como la parodia y la saturación, estas abominables criaturas se atrevieron a representar el lado más grotesco de temas –ya de por sí– controversiales. Sin duda, este espectáculo será repudiado y celebrado con igual vehemencia. Lo cierto es que esa capacidad de dividir las aguas y las opiniones –enunciando lo que casi nadie más se atreve– la ha tenido el arte desde siempre. Este caso no es la excepción pues estos títeres no dejan títere con cabeza.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Pablo Morales
Dramaturgia: Ángel Hernández (México)
Elenco: Manuel Martín, José Arceyuth, Alice García, Jahel Palmero
Escenografía y títeres: Gabrio Zappelli y Sonia Suárez
Iluminación: Rafa Ávalos
Audiovisuales: Diego Herrera
Diseño sonoro: Javier Leñero, Andrés Saborío
Videoescénica: Leonardo Sandoval
Espacio: Teatro 1887 - Centro Nacional de Cultura (Cenac)
Función: 16 de agosto del 2015