La puesta en escena está íntimamente vinculada al trabajo de la dirección. Desde ese rol, se conceptualizan y articulan las capas formales e ideológicas de un espectáculo. En el caso de la dramaturgia clásica, un director podría montar un texto apegándose a la letra, pero resulta más relevante ponerlo a dialogar con el presente. La puesta es, en esa circunstancia, una valiosa oportunidad para producir nuevos sentidos a partir de los viejos textos.
José Pablo Umaña contrasta la dramaturgia de Molière con algunas prácticas del masificado entretenimiento local. De esa manera, una escritura que, en principio, denuncia el abordaje lucrativo de la medicina roza el territorio de la “música plancha” o las telenovelas de baja calidad. El mecanismo para acercar ámbitos tan dispares recae en la banda sonora y en la parodia de los códigos de dichas prácticas.
El aparente encuentro de épocas es, más bien, un desencuentro. Que los personajes imiten a Pimpinela o a los intérpretes de los culebrones no le agrega nada importante al texto ni cuestiona la trivialización de nuestros hábitos de consumo cultural. El resultado es un montaje en el cual Molière y Umaña no tuvieron mucho para decirse. Me pregunto por qué se nos hace tan difícil dialogar con el pasado.
Un ostentoso despliegue de recursos materiales procura subsanar la falta de planteamientos sólidos en la estrategia de puesta. El esfuerzo, lejos de tapar vacíos, los acrecienta ya que no potencia el diálogo de tiempos que esboza el espectáculo como idea medular. Por ejemplo, la escenografía renacentista tiene una factura impecable, pero su funcionalidad se reduce a la entrada y salida de personajes o a un juego de persecuciones en el primer acto.
De ese modo, la suntuosa mole se transforma en un fin en sí mismo. Me atrevo a afirmar que el conjunto de la plástica escénica sustenta el otorgamiento del premio a este proyecto. Eso evidencia un problema de criterios en el seno del jurado y de la Compañía Nacional de Teatro, como instancia organizadora. No olvidemos que el certamen es de puesta, no de plástica. ¡No son conceptos equivalentes, ni pueden serlo!
En otros circuitos teatrales, los directores han entendido que el remontaje significativo de los clásicos debe aprovechar las ventajas del trabajo interdisciplinario. Historiadores, filósofos ydramaturgistasapoyan los procesos de contextualización y análisis ideológico necesarios para que las obras trasciendan su literalidad, se actualicen y se vuelvan relevantes. Quizás, así es cómo se aborda el diálogo con el pasado.
Si deseamos que los clásicos nos sigan “hablando”, los fondos públicos del Concurso de Puesta en Escena deberían invertirse en construir fórmulas creativas más amplias y ambiciosas. La dirección escénica actual está interpelada por la complejidad de su tiempo. Frente a ese enorme reto, tiene la alternativa de desplazar sus responsabilidades autorales hacia otros o alzar su voz para enunciar –con lucidez– su propia época.
¡No son opciones equivalentes, ni pueden serlo!
Dirección general, preparación vocal y versión del texto: José Pablo Umaña
Dramaturgia: Molière
Actuación: Vinicio Rojas (Argán), Ana Ulate (Toñita), María Chaves (Belina, Médico del coro), José Manuel Elizondo (Sr. Bonafé,Beraldo), María Luisa Garita (Angélica,Médico del coro), Ether Porras (Cleanto,Señor Purgón), Mauricio Hernández (Señor Diafoirus,Médico del coro), Fanny Vargas (Tomás Diafoirus,Pastora,Médico del coro)
Diseño y producción de escenografía y utilería, asistencia y confección de pelucas y vestuario: Sonia Suárez
Diseño y confección de vestuario y pelucas: Gabrio Zappelli
Diseño de luces: Giovanni Sandí
Composición musical: Rodrigo Oviedo
Asistentes de dirección: Fernando Ávila, Gloriana Vega
Coreografía y preparación física: Priscilla Gutiérrez
Diseño gráfico: Noé Arias (Changos Inc.)
Fotografía: Leonardo Sandoval
Espacio: Teatro de la Aduana
Fecha: 12 de noviembre de 2017