Costa Rica es un país que se destaca en la danza contemporánea; es más, muchos de nuestros intérpretes y creadores han salido del país para mostrar sus trabajos en otras latitudes. Uno de ellos es el maestro Francisco Centeno, quien no solo dirigió la Compañía Nacional de Danza de Costa Rica, sino que también lo ha hecho con agrupaciones de El Salvador, Perú y, ahora, República Dominicana; además, crea y monta coreografías. Centeno cruzó el Atlántico para montar una coreografía para el bailarín y director Fernando Hurtado, quien cumple 50 años de vida y celebra los 15 años de su compañía de danza.
Francisco creó Confesiones de un primate en el kilómetro 50 , un solo que celebra la vida de Hurtado. Se estrenó el 10 de febrero en Málaga (España); luego, se fue de gira a Bilbao y, por los azares de la vida y también del trabajo, pude ser testigo de estas confesiones bailadas.
Una noche fría de ese invierno malagueño, me encontré sentada en una sala con un escenario lleno de espejos que parpadeaban y se escondían con el humo que salía a chorros por un costado. De repente, entre el humo y las luces, aparece Francisco Centeno, quien agradece a quienes hicieron posible esas confesiones bailadas, para que después se haga la magia, cuando se apagan las luces y empieza la función.
Fernando Hurtado se yergue en el escenario de espejos. Su cuerpo nervudo, fuerte, despierto y entrenado se dispone a bailar, a confesarle al público sus 50 años de vida.
Con movimientos cortados, secos, con mucha tensión en sus brazos, torso y piernas, ataca el escenario y se hace uno con los espejos. Tensión, relajación. Pocos movimientos que parten de posiciones básica: plies , primera posición, decoupé , bailan una historia de vida. Y más que una historia, baila la emoción contenida que empieza a explotar a borbotones y se funde con la música compuesta por Antonio Meliveo.
Dice el coreógrafo que la obra está compuesta por 12 escenas que son interpretadas a lo largo de una hora. Son 12 escenas que se entrelazan imperceptiblemente y salen de un trabajo fuerte, constante y preciso de Hurtado.
Dos secciones
Estas 12 escenas tienen dos partes claramente distinguibles: la primera, en la que el bailarín usa un vestuario beige y la segunda, en la que el beige se transforma en negro. Hurtado se quita su calzoncillo y debajo aparece uno negro; bajo sus medias beige , hay otras negras y también muestra una camiseta negra.
Además, el cambio lo marca también el contenido de lo interpretado. Mientras la primera parte es más intimista, un monólogo que mantiene el bailarín consigo mismo, con su cuerpo, con el espacio y sus emociones.
El segundo segmento, marcado por el negro del vestuario, es más exterior y juguetón. Los espejos, que son paneles móviles, son movidos al antojo del intérprete. Los mueve de lugar, se esconde, se asoma, se mira; bailan con él en el escenario, lo reflejan, lo multiplican. En esta parte está el bailarín acompañado de todos sus múltiples yoes, moviéndose con música más ligera, más festiva.
Los movimientos cambian. Si en la primera parte son cortos, llenos de tensión, en esta segunda parte se relajan, son más suaves, buscan el piso, se ondulan entre los paneles de espejos y el piso, que también es un espejo.
De repente, a una señal del bailarín, se detiene el movimiento, la música y, en tono coloquial, dirigiéndose al público, asegura que va a contarnos un secreto. Habla, dialoga consigo, pero también con el público… y, al fin, cuenta su secreto, que no es más que la danza misma; la danza que sale de lo más profundo de su ser y con la que cuenta quién es, adónde va y qué quiere.
Después vuelve a jugar con los espejos, una escena quizá un poco larga y reiterativa, pero que lo lleva a retomar sus confesiones, de nuevo con palabras. En esta ocasión usa los refranes que esconden verdades pequeñitas y las va desmenuzando ante un público que responde con risas discretas y palabras cortas, susurradas con timidez.
Entonces, se quita su camiseta negra para desgranar con fuerza su ser ante el auditorio. Su cuerpo se mueve con fuerza, con placidez, pero con mucha determinación para terminar desnudando su yo. Al final, repitiendo “¡Cómo se vive, se muere!”, se termina de desvestir, no solo en sentido literal al quitarse las medias y el calzoncillo, sino en sentido metafórico: a lo largo de esta hora se mostró cómo es, con sus miedos, alegrías, con sus secretos compartidos y quedó expuesto ante quienes lo veíamos; en pie, aplaudimos la interpretación de Fernando y la coreografía de Francisco.
Después de esa hora en la que el público se sumergió en las confesiones de ese primate que cumple 50 años, solo queda considerar la excelencia de su interpretación, en la que conjuga fuerza, pasión, técnica y oficio.
Aportes dobles
A partir de los movimientos básicos desarrolla frases complejas y limpias. No necesita de acrobacias ni de virtuosismo, que ostentan hoy muchos bailarines jóvenes, para confesarse bailando. Con movimientos, tensión, simplicidad, muestra la profundidad, la emoción y la vida. Hurtado es un bailarín maduro y experimentado que transmite fuerza y emoción mediante el movimiento y, a ratos, la palabra.
El coreógrafo Francisco Centeno – de quien vimos hace poco en el teatro Melico Salazar, Guar ar iu filin, con el Ballet Nacional Dominicano– está construyendo un lenguaje propio y original para coreografiar. En esta ocasión sigue desarrollando ese lenguaje, pero dándole una vuelta de tuerca: de trabajos con grupos grandes pasó a hacer un solo para celebrar la vida de Hurtado. En otras ocasiones le hemos visto el preciosismo de sus movimientos, así como el virtuosismo que hace desplegar a sus bailarines y la precisión milimétrica de sus grupales. Ahora, él deja de lado esto para centrarse en un solo que pasa de un monólogo íntimo a un diálogo de un único intérprete, siempre exigiendo lo máximo, pero a partir de un repertorio distinto de movimientos y frases.
Va a lo esencial que construye una obra que empieza en lo íntimo, encerrada en las paredes de espejo, para transitar hacia un descubrimiento progresivo del bailar y terminar con la total desnudez del bailarín.
Puede ser que algunas de sus frases se alarguen demasiado o sean muy reiterativas y que el uso de los paneles de espejos sea excesivo, pero eso no quita la síntesis que llega a conseguir y que mantiene al espectador atento y maravillado en su asiento.
Centeno siempre ha puesto especial atención a la música, luces y escenografía; esta ocasión no es la excepción. La puesta en escena está muy cuidada; la luz entre ámbar y blanca ayuda a crear espacios íntimos y atmósferas sugerentes.
La música es el contrapunto necesario para transitar el proceso de desnudez del intérprete y los espejos del escenario consiguen que el ambiente sea íntimo pero, a la vez, visible para todos.
Ir a Málaga, la tierra de Picasso y encontrar en un teatro una coreografía de un costarricense, bailada por un malagueño, es un tesoro que cualquier amante de la danza agradece encontrar, sobre todo, si esa obra llena las expectativas y hace que a la salida del teatro se respire el aire con alegría y satisfacción.