Era joven, muy joven, cuando todo empezó. Se había ido a Santa María de Dota porque no quería otro trabajo: solo quería bailar. Pero su profesora del Conservatorio de Castella, Olga Franco, la llamó para fuera a enseñar al colegio que la había formado. Así llegó a ser profesora Carmen Calderón, a sus 18 años, y allí se quedó tres décadas.
El miércoles 15 y el jueves 16, la profesora retirada volverá a presentar una coreografía suya en escena en el Teatro de la Danza. Es una versión revisada de Mis recuerdos y los otros, que presentó en el homenaje al Castella del Festival de Coreógrafos Graciela Moreno. Se presentará como invitada de Henriette Borbón, quien mostrará su obra Árbol de luz.
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Hace unos días, en el nuevo espacio de Giro Danza (la academia de Borbón en Guadalupe), Calderón recordaba sus 31 años de profesora en el Castella y lo que enseñar a tantísimos alumnos marcó en ella. Se jubiló hace 13 años, pero los ademanes de profesora permanecen; también la voz suave y el trato cálido, la serenidad de la veterana segura de cada palabra.
"Yo hago referencia no solo a mis recuerdos de ese lugar donde crecimos, donde nos desarrollamos como artistas y logramos encontrarnos a nosotros mismos en nuestro espacio, con toda la libertad, sino que quiero traer a memoria los recuerdos de otros", explicaba Calderón, justo antes de un ensayo.
En la pieza se evocan obras del repertorio formativo del Castella, así como los niños que, pegadas al portón, se asomaban durante los ensayos y las lecciones preguntándose cuándo serían ellos quienes danzaran.
"Es muy hermoso estar trabajando en este espectáculo con Henriette porque ella fue alumna mía (generación 92). Es muy bonito saber que lo que uno aportó en algún momento ha dado frutos", dice en referencia a las docenas de exalumnos que terminaron ocupando espacios importantes en la danza tica tras formarse inicialmente con ella.
Para estudiantes del Castella, ver breves referencias a aquellas coreografías del pasado quizá dispare recuerdos queridos. "Uno escucha la música e inmediatamente algo en tu cerebro hace clic: esto lo he oído, lo he bailado. Esa memoria auditiva que a veces es más clara que la visual", dice Borbón.
Niña, maestra, mamá
Oriunda de Alajuelita y formada en el Castella, Carmen Calderón empezó a dar clases en 1974 tras aquella invitación de Olga Franco, que le llegó por telegrama. "Yo era una adolescente cuando empecé a trabajar. Salí del Castella en quinto año. Yo no quería hacer más que bailar. Me fui a Santa María de Dota a esconderme porque para ir a la universidad mi papá me dijo que tenía que trabajar y yo no me veía en una tienda ni en una oficina sentada detrás de un escritorio. Me fui para escapar de mi realidad en ese momento", rememora.
Fue difícil para la adolescente, claro, asumir de pronto la formación de tantas niñas, de cuerpos maleables y esperanzas infladas. No es fácil decirle a una niña que sueña con ser bailarina que quizá no sea para ello; no es fácil sortear las confusiones naturales de la adolescencia en un salón de clases. Pero peor todavía si, como Calderón, la profesora apenas aventajaba a las chicas por uno o dos años.
"Yo tenía 18 años… veía el reloj y había pasado un minuto;una hora después y habían pasado cinco. Yo quería bailar. Hacer coreografía para mí fue un reto muy doloroso porque yo solo quería bailar", confiesa Calderón.
"Después dije, este es mi laboratorio, voy a hacer y deshacer, voy a rectificar, me voy a equivocar. La creación floreció y dar clases es una pasión porque sos el escultor de los cuerpos de las alumnas".
Con el tiempo, ver a tantas personas salir de su salón a los escenarios más importantes del país se convirtió en "su mejor premio". Cuando la llamaron para el proyecto del Teatro Nacional, donde cuatro coreógrafos rindieron homenaje al Castella, confiesa que sintió miedo. ¿Estaría desactualizada? ¿La habrían olvidado? ¿Tendría la fuerza para lograrlo?
Al entrar al salón de ensayos, todo cambió. "Ay, eso fue increíble. Cuando tuve que empezar los ensayos, no les voy a ocultar que mis lloradas me pegué. Yo decía: 'Dios, cómo voy a hacer, estaré desactualizada…' y llegué asustada. El corazón se me iba a salir", acepta. "Puse un pie en el salón y yo fui yo".
Y así como fluyeron los recuerdos hermosos, también los más duros: las dudas, los problemas, las aflicciones de los niños. "La responsabilidad de los maestros de danza es muy grande: no podemos lesionar a un niño, frustarlo, intimidarlo; necesitamos entender que estamos para dar y para hacer felices a las personas", considera Calderón.
Aunque el oficio llegaba más allá: el cuidado que exigían sus niñas podía llegar lejos. "Siempre pienso que a veces la única sonrisa o gesto de afecto que recibe el estudiante es el que recibe de su maestra. No son números, ni son nombres, ni son robots; son seres humanos que sienten, piensan, sueñan y creen en sus maestros".
En cierto modo, Árbol de luz también es una celebración del estilo de formación del Castella y la comunidad estrecha que ha formado a lo largo de docenas de generaciones. "El colegio te empodera. Te empodera para la vida. Aprendés a sobrevivir y aprendés a ser grande desde chiquito. Salís de 16 o 17 años y salís con tablas porque has bailado desde que te acordás. Te da esa semilla con la que salís con ganas de comerte el mundo", dice Borbón.
Su coreografía, Árbol de luz, "es basado en vivencias en el colegio, somos todas parte de un árbol, raíz, fruto y semilla, en un ciclo que se repite una y otra vez".
Esa tarde, contemplando a las chicas repasar sus pasos y posar para las fotografías, Carmen Calderón se veía en casa. Quizá nunca salió de la sala de ensayos.
Árbol de luz y Mis recuerdos y los otros se presentarán el miércoles 15 y el jueves 16 de noviembre en el Teatro de la Danza, en el Centro Nacional de Cultura, ambos días a las 8 p. m. La entrada general vale ¢5.000 y la de estudiantes y ciudadanos de oro, ¢3.500.