Bértold Salas Murillo bsalasmurillo@gmail.com
I maginemos a una espectadora o un espectador quien –cosa rara, aunque posible– comienza con el filme Momentos de una vida ( Boyhood , 2014), de Richard Linklater, sin saber de qué va. A lo sumo, que haya escuchado que es uno de los filmes favoritos al premio de la Academia estadounidense de este año.
Pasa un primer cuarto de hora y lo cotidiano de la anécdota, el naturalismo de las interpretaciones y la sencillez de la fotografía y la edición sugieren que se trata de una película “distinta” de las que generalmente compiten por este galardón. Sin embargo, hasta ahora, “todo normal”.
Es a continuación cuando viene lo verdaderamente novedoso: cuando los rasgos físicos de los personajes, en particular de los niños, comienzan a cambiar después de los primeros quince minutos. ¿Se trata de diferentes actores y actrices, muy parecidos, interpretando los mismos papeles? ¿Son los mismos con un tremendo trabajo de maquillaje y de “adecuación” a través del vestuario y de los planos? Bastan tres cuartos de hora para que las dudas desaparezcan: no, se trata siempre de los mismos niños y adultos, creciendo los unos y envejeciendo los otros, frente a nuestros ojos.
Por supuesto, la espectadora o el espectador pudieron ahorrarse esta sorpresa de haber leído un poco (ojalá muy poco) sobre este filme: el último de Richard Linklater es promovido precisamente por la peculiaridad de haber sido rodado con los mismos actores a través de 12 años.
La historia de su extravagante producción y el prestigio de Linklater le abrieron las puertas de festivales como los de San Sebastián y Berlín, y finalmente la colocaron, con otras dos o tres películas, entre las preferidas de las sociedades de críticos y de los gremios profesionales, entre los que se cuenta la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas.
Aquellas son distinciones curiosas para una película que –no por su tema, pero sí por su tono– está en los antípodas de las principales premisas que han guiado el cine de Hollywood (el “Modo de Representación Institucional”) durante alrededor de un siglo.
Sin embargo, Momentos de una vida es algo más que la historia de su curiosa producción: es una propuesta de una notable coherencia estética que reta a los espectadores acostumbrados al modo de narrar hollywoodense. Dicha coherencia es paradójicamente la que le resta posibilidades para triunfar en los premios Oscar de este 22 de febrero.
Sin artificios. –Papá, ¿no hay magia en el mundo, verdad?
–¿Qué quieres decir?
–Tú sabes, como elfos y esas cosas.
–No sé. ¿Qué te hace pensar que los elfos son más mágicos que una ballena, por ejemplo? ¿Qué si te cuento una historia sobre cómo bajo la superficie del océano hay un mamífero gigante que usa un sonar y canta canciones y es tan grande que su corazón tiene el tamaño de un auto y que puedes andar a gatas por sus arterias? ¿No pensarías que es muy mágico?
Este breve diálogo entre Mason, Jr., un niño de ocho años (el actor Ellar Coltrane) y su padre (Ethan Hawke) resume ideológicamente la propuesta del filme de Linklater. Nos invita a descubrir la magia de un niño convirtiéndose en un muchacho, y muy pronto en un adulto.
Por supuesto, Momentos de una vida no es un documental, pero está lejos de ser un filme de ficción convencional. Si decidiésemos asignarle un género, diríamos que es un filme de ficción sobre la no-ficción. Durante sus casi tres horas, la película nos aproxima a lo cotidiano, incluso a lo anodino, y nos pregunta a continuación: ¿No les parece que esto es también mágico?
Por otra parte, el naturalismo de la puesta en escena de Linklater provoca una reflexión en torno al dispositivo cinematográfico que el grueso de los filmes de ficción soslayan: por lo general, los espectadores no nos preguntamos por la producción de una película como lo hacemos al ver Momentos de una vida .
El casting , la escritura del guion, la construcción de los personajes –entre otros elementos que están detrás de casi toda obra cinematográfica de ficción y suelen pasar inadvertidos– resultan en este caso centrales en el mismo momento de la apreciación del filme.
Por ejemplo, nos preguntamos cuánto hubo de improvisación y cuánto estaba previsto al comenzar la producción del filme, allá por el año 2002.
Una secuencia como la de los muchachos que reparten carteles de Obama, en el segundo semestre del 2008, no podía estar prevista al inicio del rodaje; tampoco la posterior conversación de la adolescente y la esposa de su papá con respecto a Lady Gaga, una cantante cuyo primer éxito musical es también del 2008.
En el cine, no es frecuente que veamos a los actores y los actrices crecer y envejecer con sus personajes. Entre las excepciones se cuentan el ciclo de François Truffaut protagonizado por su alter ego Antoine Doinel, quien pasa de la infancia a la vida adulta en cinco filmes entre 1959 ( Los 400 golpes ) a 1979 ( El amor en fuga ).
El mismo Linklater acompañó a Jesse y Céline en la hermosa trilogía compuesta por Before Sunrise (Antes que amanezca, 1995), Before Sunset ( Antes que anochezca , 2004) y Before Midnight ( Antes de la medianoche , 2013).
El Oscar y sus circunstancias. La historia de Hollywood está plena de filmes sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia, y de esta a la vida adulta. En este sentido, Momentos de una vida complace rigurosamente los gustos promovidos por la industria norteamericana. No es un asunto exclusivo del cine estadounidense: el mismo tema se encontró entre los preferidos del mencionado Truffaut, y fue en algún momento tratado por Federico Fellini, Sergio Leone y Giuseppe Tornatore, entre otros directores.
Sin embargo, Linklater escogió para su filme un tono que contradice los principales rasgos de la narración clásica. La historia de Momentos de una vida gira alrededor de los personajes, y no en torno a un conflicto en específico.
Los pasajes se suceden con groseras elipsis y la efectiva economía de un álbum fotográfico que ha registrado la cotidianidad familiar. Los episodios cuyo dramatismo sería subrayado en otros filmes, aquí se presentan al pasar (la violencia intrafamiliar, el descubrimiento de la sexualidad).
La puesta en escena evade los efectismos melodramáticos e incluso el suspenso: la música apenas subraya las atmósferas, los primeros planos no están dedicados a rostros tensos o a muecas histéricas. La fotografía no destaca ni por la belleza de los planos ni por la virtud de sus desplazamientos.
Es sorprendente que Momentos de una vida se encuentre entre los candidatos al Oscar, ni qué decir hay del hecho de que sea una de las favoritas. ¿Cómo explicarlo? Ya mencionamos dos factores: la peculiar producción, la cual es por sí misma una historia de perseverancia y osadía, y el prestigio de Linklater, un indie (independiente) que merodea la órbita de Hollywood desde hace un par de décadas.
A todo ello sumemos un argumento que es, en principio, aséptico, capaz de no entrar en polémicas con algún grupo de los que se encuentra representado en la academia estadounidense.
Sin embargo, si Momentos de una vida es candidato al Oscar, e incluso si está entre los favoritos, es porque habla con sencillez y franqueza de la microhistoria de los Estados Unidos. Mason Jr. es una suerte de Forrest Gump: testigo de los cambios culturales y cotidianos en el nuevo milenio. Nos dibuja las gentes y los paisajes de las primeras dos décadas del siglo XXI, de la misma manera que los primeros filmes de Linklater –como Slacker (1991), Dazed and Confused (1993) y SubUrbia (1996)– eran un retrato de la generación X, esa que llegaba a la adultez en los 80 y 90.
A los estadounidenses les encanta verse representados. Esto no es ni malo ni infrecuente. Hace poco, el cine costarricense se apuntó su mayor éxito con un filme que, con sus diferencias, proponía el mismo efecto especular.