
Tiene más de 40 años de elaborar mascaradas, pero se confiesa absolutamente enamorado de este quehacer. Ese es Luis Fernando Vargas, un personaje y artesano de Barva, Heredia, a quien conocen como Bombi .
“A mí no me ponga a pelear con los cartagineses; yo sé que ellos también hacen mascaradas, pero ellos desperdiciaron la oportunidad, y los de Barva adoptamos las mascaradas”, dijo Vargas al contar su versión del origen de los mascareros en Costa Rica.
Diariamente, Vargas desempeña labores administrativas en una escuela, y allí su trabajo es muy variado.
Sin embargo, expresó sentirse realmente cómodo y feliz solo cuando hace mascaradas tradicionales, como la giganta (que vale más de ¢100.000), el diablo y las calaveras, pero que hace de todo. “Ahora el mercantilismo obliga a algunos mascareros a hacer obras de todo tipo de personajes, incluso los de la televisión”.
Como la mayoría de mascareros costarricenses, Vargas utiliza la fibra de vidrio como materia prima. Según él, las mascaradas de papel maché –material con el que tradicionalmente se fabricaban las mascaradas– “requieren mucho más trabajo y la durabilidad es mucho menor”.
Bombi indicó que “está tan bueno el negocio” que todas las horas que no pasa en la oficina las dedica a las mascaradas. Hay fines de semana –afirma– en los que ofrece espectáculos con cimarronas y en eventos privados.