Jorge Luis Borges decía que los sueños constituyen el más antiguo de los géneros literarios. “El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día”, detallaba el erudito argentino. Los sueños han estado presentes desde los orígenes de la narrativa. Daniel interpreta y descifra los sueños del rey Nabucodonosor, según la leyenda bíblica, escrita hace más de 2.000 años.
Es posible que los sueños hayan caminado paralelos al milenario arte de narrar. Ahora, el escritor costarricense Bernabé Berrocal nos sorprende con una novela, Archosaurio (Uruk Editores, 2017), que echa mano, con gran acierto, a este recurso ancestral.
Esta es la segunda obra narrativa de Berrocal, miembro de una generación de jóvenes y prometedores escritores que están contribuyendo al refrescamiento a las letras costarricenses, con novedosas temáticas y originales recursos, como lo hace el autor de Archosaurio . Antes había publicado un volumen de cuentos: Hombre hormiga (Uruk Editores, 2011).
Aunque con un texto de mayor aliento, ahora repite un elemento que podría convertirse en característica de su obra, la publicada hasta ahora y –esperamos– la futura: el humor, un arte tan difícil de manejar como –o más– que el drama.
Este otro Juan
Archosaurio es una novela bien lograda, con juegos con el tiempo y los personajes, entre ellos próceres nacionales, figuras acartonadas, rescatadas a veces del olvido o de la indiferencia para cada fecha patria. El mismo personaje principal, Juan Santamaría, no deja de ser una parodia de nuestro héroe nacional.
Es un médico alajuelense, desempleado, hijo de Manuela Santamaría, que huye a Jacob Beach en busca de un mejor destino, donde logra colocarse en una clínica mientras sigue ahogado en deudas y sobreviviendo a duras penas.
La obra comienza con un soñador, un hombre que tenía “un único y mismo sueño” (¿una evocación las Ruinas circulares de Borges?), un “monosoñador”, pero, más adelante, un personaje nos dice que este “monosueño” no es otro que el de la identidad nacional. Posteriormente, la novela oscila entre el mundo onírico y el de la vida real de sus protagonistas, “donde lo vivido y lo soñado se vuelve inclasificable”.
Alajuela, cuna del héroe nacional, y Jacob Beach son los escenarios principales por los que transitan los personajes. “Jacob”, una playa, donde circula el dólar igual que la moneda nacional, tomada en buena medida por turistas nacionales y extranjeros, por la prostitución y el comercio y el consumo de drogas, como lo ha revelado la prensa en los últimos años. ¿Y por qué el protagonista recala en Jacob Beach?, cabe preguntarse.
Al igual que la novela se desarrolla principalmente en estos dos espacios, algunos personajes oscilan entre la vigilia y el sueño, a los que se suman fantásticos diálogos entre las estatuas de los próceres de la Campana Nacional (1856-57) e incluso previo, como es el caso del jefe de Estado Braulio Carrillo.
“El busto de Madriz se sacudía convulsamente, las medallas de su pecho tintineaban y Montealegre disimulaba la risa bajo su sombrero. Mora Porras no te quitó la vista. Es en serio, gritaste, ese hombre lo matará, tratará de quitarle el poder. Madriz se contorsionaba por la tos y Montealegre agarrándose la panza se deslizó sobre su silla (…). Cree usted que pueda ocurrir algo en este palacio, o en ese país, y, en el caso de Montealegre, dentro del seno de mi propia familia, que yo desconozca (…). Yo sé que este hombre ha de matarme, así es la historia, Juan, el país necesita de una, es lo que hace a un pueblo”.
Entre las peripecias de la vida contemporánea y las reminiscencias históricas, con los mitos construidos a través del tiempo para dar unidad a una población encerrada entre fronteras, para dar validez a un proyecto político, con propósitos comunes que surgen del mito de una sociedad heroica, el asentamiento del médico en Jacob no es el más afortunado. Se moviliza en una destartalada bicicleta (que luego le roban) sin frenos porque con lo que le costaba repararlos podía comprar dos latas de atún y una bolsa de arroz.
Ironías
Su ejercicio en una clínica no logra sacarlo a flote económicamente y Juan Santamaría termina hundido en deudas, en “bancarrota”, entre el descontrol de sus finanzas y los implacables acreedores, bancos inescrupulosos que succionan sus limitados ingresos y terminan obligándolo a vender su alma al diablo para poder sobrevivir.
En su momento más crítico, conoce a un estadounidense, asimilado a la cultura costarricense, cuyo nombre no podía ser otro que William Walker.
Igual ironía parece encontrarse en el quehacer de este tipo, como lo evidencia su tarjeta de presentación, aunque se muestre despojado de aires imperiales: REAL STATE/ BIENES RAÍCES/ WILLIAM WALKER, MÁNAGER (este texto aparece en mayúscula en la novela), dice llamarse.
El misterioso personaje, divorciado de una mujer que lo dejó en la quiebra, se moviliza en un viejo Nissan Sentra, pero está vinculado con el negocio de las apuestas en línea y maneja fabulosas sumas de dólares, que dice que no le pertenecen. Indirectamente y por medio de Walker, Juan Santamaría termina involucrado con oscuros personajes, que le dan un sorpresivo giro a su vida.
Archosaurio no es una novela histórica. Se puede decir que es magnífica novela y Berrocal es un escritor que da un paso en firme para poder colocarse entre los buenos narradores jóvenes de la Costa Rica actual.