Néfer Muñoz nefermunoz@post.harvard.edu
Ángel Quintero Rivera nació en un pueblo boricua que fue aplastado por la modernidad: literalmente. Como el pequeño Ángel tenía el mismo nombre que su papá, sus familiares comenzaron a llamarlo “el chiquito”; más tarde, “el chuquito”; finalmente, “Chuco”. Ya no existe aquel pueblo del distrito de Santurce, en San Juan de Puerto Rico, donde Ángel Quintero dejó el ombligo. Hoy es una autopista o, como dicen los puertorriqueños, “un expreso”.
De aquel lejano tiempo y del hogar primigenio, a Ángel solo le quedaron dos cosas: los recuerdos y su popular, inseparable y metonímico apodo.
“La academia puede ser muy solemne, y a mí me gusta romper la solemnidad”, dice este sociólogo de la música. Es por eso que no le molesta –más bien, le gusta– ser llamado “Chuco”.
Fiel a su propia historia, por décadas, Chuco Quintero no ha estudiado las autopistas principales, sino las callejuelas, los meandros y los trillos de la cultura, especialmente los de la música latinoamericana.
Entre otros temas, él ha pensado, investigado y escrito sobre las “músicas mulatas”; es decir, aquellas que son productos de la hibridez o el mulataje cultural.
La próxima semana, Chuco Quintero –quien estudió en la Universidad de Puerto Rico y en la London School of Economics– estará en Costa Rica para hablar sobre estudios culturales y será el conferencista de cierre del Simposio Convergencias Transculturales en el Caribe que organizan varias instituciones, encabezadas por la Universidad de Costa Rica. El simposio se celebrará en San Pedro de Montes de Oca (San José) y en Limón.
–En sus trabajos, usted retoma el término “músicas mulatas” que acuñó el crítico de literatura Pedro Henríquez Ureña. ¿Cómo podemos definir este concepto?
–Es una forma de hablar de una música donde convergen dos tradiciones: la europea y la africana; es decir, hablamos de una hibridez musical.
”También podríamos usar la palabra “mestizaje”, pero este es un concepto muy neutro, y prefiero usar “mulato” porque me gusta reivindicar una palabra que históricamente ha tenido una connotación negativa.
”Las tradiciones europeas y africanas no se mezclaron así como así. Hay una historia de muchas desigualdades de poder, con luchas directas y oblicuas, donde el elemento afro ha sido subalterno. Todas las “músicas mulatas” vienen de una experiencia de desarraigo”.
–¿Qué importancia cultural e histórica considera que tiene el baile en las identidades centroamericanas y caribeñas?
–En Centroamérica y el Caribe, el baile y la producción de sonido son elementos inseparables. No es que los bailarines bailan una música ya hecha, como en Europa.
”Aquí, el bailarín y la bailarina no responden a una música, sino que participan en un proceso de creación. El cuerpo no solamente reacciona: está en un diálogo. En estos años he estudiado cómo el cuerpo participa en la elaboración de cultura”.
–¿Puede decirse que en la música nos encontramos con una reorganización del tiempo y el espacio?
–Sí. El baile es una manera de representar, en el espacio, esa relación entre el tiempo y el cuerpo. En términos sonoros, la tradición occidental se ha movido hacia una concepción de la objetivación del tiempo: se piensa al tiempo como lineal y objetivo. Todos los metros, que son las unidades de tiempo, se hacen con unidades equivalentes.
”En la música occidental, todo se agrupa alrededor de la espina dorsal, que es “el centro”. Lo que está fuera de ese centro es considerado un “caos”.
”Por eso, desde la perspectiva europea, los bailes afros serían vistos como algo caótico porque no están organizados alrededor de la espina dorsal. En la música afro hay un diálogo entre las distintas partes del cuerpo. Simplemente son estéticas diferentes”.
–Usted menciona un elemento muy importante: la separación que la modernidad occidental ha impuesto entre la mente y el cuerpo…
–Exacto. Lo que quiero destacar es que en la tradición afro no hay esa separación; es más, la espiritualidad se da a través del cuerpo. En un sentido, el cuerpo habla y también piensa.
”Muchos de los esclavos africanos que fueron traídos a América eran muy jóvenes. Para evitar rebeliones, sus dueños mezclaban a los esclavos que habla-ban idiomas diferentes.
”Es entonces cuando el tambor y la música se convirtieron en formas de comunicación entre ellos: de ahí que el baile sea tan importante”.
–¿Cómo se originó una música tan importante para la cultura caribeña como la salsa?
–La salsa es producto de las migraciones de jóvenes del Caribe que se van a vivir a Nueva York en la década de 1960. Esos jóvenes querían diferenciarse de lo que entonces era la música para la juventud, el rock, pero también querían diferenciarse de lo que hacían sus padres.
”Es decir, la salsa es una música de migrantes que quieren manifestar su identidad. La salsa es una fusión de muchos ritmos.
”Hoy, la fusión en la música es algo normal, pero no en aquella época. Por esto, al comienzo, los cubanos decían que la salsa eran una música de neoyoricans que no respetaban los géneros, que era una música cubana mal tocada; pero, después, ese concepto cambió.
”En sí, la palabra ‘salsa’ es una metáfora muy linda que evoca la mezcolanza. Lo interesante es que la salsa dejó de ser neoyorquina y se latinoamericanizó.
”Comenzó a difundirse en el mundo no como una música estadounidense, sino como latino-caribeña. Esto habla de la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos en el ámbito cultural”.