La visión muchas veces pesimista de la vida y del mundo de Albert Camus tiene su asidero en el convulso siglo XX. Camus –hombre de genio excepcional– dejó una trascendente herencia comprendida en su trayectoria y vivencia como hombre, escritor, dramaturgo, periodista y filósofo. Se le confirió el Premio Nobel de Literatura en 1957. Murió en Francia en 1960 de apenas 46 años, a causa de un accidente automovilístico.
Albert Camus nació al norte de África en Argelia de padres francés y madre española, el 7 de noviembre de 1913. El primer centenario de su nacimiento expone un inmenso interés universal por sus obras literarias y sus celebradas obras para el teatro, que exaltan ese movimiento filosófico conocido como el existencialismo.
Esa línea de pensamiento podría delimitarse como la expresión sustentada por la angustiosa crisis espiritual de aquellos años. Ideologías extremas enfrentadas que provocan el caos y la agresividad. Solo hay que evocar las dos atroces guerras mundiales en el siglo XX, separadas por apenas dos decenios (la primera de 1914 a 1919, y la segunda de 1939 a 1945).
Muchos de los movimientos artísticos y literarios de esa época reflejan el ansia, la violenta y la atemorizada respuesta creativa de artistas y escritores. Todo se tambalea y estremece. Surgen el desconcierto, la amargura e inevitablemente el cambio.
La creatividad y el talento logran imponerse. Pese a su aturdimiento y a su pesimismo, artistas como Camus se obligan a crear, a escribir, a pintar o a hacer cine. Los creadores de esa aciaga época tratan de hacer, de la vida, algo que signifique una señal reveladora de su estado de ánimo, su desilusión y su asombro ante el escenario del mundo.
Camus consideró siempre la vida misma como un absurdo. En su obra son fácilmente detectables elementos de repudio a lo que el mundo y la vida representan.
Camus y los arlequines. En enero de 1960, mi esposa Daisy y yo viajamos a Nueva York con el propósito fundamental de ver teatro. Bueno, a Nueva York se debe ir por mil diferentes razones cada vez que ello sea posible. En todo caso, la obra Calígula , de Albert Camus, se estrenaba en Broadway en esos días, y fue precisamente en esa temporada neoyorquina cuando nos enteramos de la trágica muerte por accidente de Camus.
Yo conocía muy bien Calígula porque nos habíamos propuesto montarla en nuestro teatro El Arlequín dirigida por Lenin Garrido. Yo iba a ser Calígula, el personaje Calígula de Camus. Lamentablemente, por equis o zeta razones, no llegamos a terminar la puesta en escena de la célebre obra camusiana, fascinante y sobrecogedora pieza teatral de ese dramaturgo francés, de ese gran nombre que en estos días cumple un siglo de sobrevivencia.
La obra está sustentada en el aquel monstruoso emperador romano que gobernó del año 37 al 41 y que, razonablemente, fue asesinado. La frustrada experiencia de no estrenarla en Costa Rica todavía me toca y me hace sentir viejas nostalgias.
El teatro de Camus nos dejó una profunda huella a los arlequines, posiblemente para el resto de nuestros días. Intensamente pesimista, consideraba la vida como un absurdo, mas poseía una clarividencia tal que mantuvo siempre la actitud y la voluntad profundas de combinar acción política –que la tuvo– con estricta adherencia a principios morales. Su rigurosa búsqueda del orden moral lo orientó siempre hacia un organizado sentido estético que es perceptible en el clasicismo de su arte.
Hacia el equilibrio. En nuestro país se han montado otras piezas de Albert Camus. El malentendido fue una producción de El Arlequín, propuesta y dirigida por Lenin Garrido: obra cruel y terrible donde el autor sustenta la acción en problemas familiares que terminan en muertes y suicidio.
En París, la relación de Camus con el también celebrado autor Jean-Paul Sartre –quien se dio el lujo de rechazar el Premio Nobel– fue en extremo accidentada. Sus encuentros, discusiones y posiciones alcanzaron tantos anticuerpos que terminaron por distanciarse. Sartre estaba orientado hacia una radical izquierda, posición no compartida por Camus, quien contemplaba la vida y la sociedad humanas en alerta búsqueda del equilibrio.
Camus rechazaba la fórmula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón. Se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo.
Aquí me detengo. Uno de los aspectos más curiosos dentro de la información que he recopilado y dentro de la cual me he manejado en estos días, me procuró un aspecto de su vida que nunca había conocido ni jamás hubiera imaginado. En su juventud, Albert Camus fue futbolista. Jugó en el equipo de la Universidad de Argelia como arquero, y se dice que en el futbol fue excepcionalmente bueno.