Sobre el entablado de la habitación de poquito más de 30 metros cuadrados que ocupa la academia Al Ándalus caminan, a pasitos rítmicos y sonoros, las cuatro profesoras que ya no pueden imaginar sus vidas sin la danza flamenca.
El baile de Al Ándalus lo conforman las hermanas de sangre Rocío y Alicia González Urrutia; por otro lado, las veteranas de la academia, Natalia Rodríguez y Verónica Rojas.
Desde hace una década la academia cuenta con su propia vestuarista, Hannia Amador y, en los últimos años, también ha incorporado a una profesora de interpretación escénica, Sylvia Sossa.
Al flamenco lo visten, lo bailan y, en sus propias palabras, se lo ‘devoran’: “El flamenco es como dormir, como comer, lo necesitamos todos los días”, asegura Rocío, quien fundó Al Ándalus.
Hace 25 años, Rocío era una quinceañera que asumió sin pestañear las riendas de una academia que no tenía nombre. Por varios años, su mamá, Patricia Urrutia, hospedó en su casa de habitación un salón de ensayos para las chiquitas del barrio.
A finales de la década de 1980, zapateaban en el piso rojo de la casa las vecinas, las primas y las amigas de sus dos hijas.
“Llegué a tener 60 alumnas en diferentes clases”, recuerda Urrutia. “Participé en el Festival de Jóvenes Coreógrafos cuando estaba Graciela Moreno, empecé con un solo mío y personas como Cristina Gigirey (coreógrafa que falleció en el 2006) se me acercaron a felicitarme”.
La familia González Urrutia llegó aquí expatriada por la dictadura de Efraín Ríos Montt en Guatemala. Casada con un tico, Urrutia vivió en Nicaragua antes de finalmente establecerse en Sabanilla con su familia.
Cuando llegó aquí, convocó a las niñas del barrio y las primas ticas de sus hijas. Al inicio, las clases eran gratuitas; más tarde, comenzó a cobrar un costo nominal por su instrucción.
A pesar de tener tanta sangre española como cualquier otro mestizo latinoamericano, Urrutia heredó su pasión por el movimiento, el ritmo y la filosofía del flamenco a Rocío y Alicia.
“Yo empecé a bailar flamenco más o menos a los 5 años; lo hice más porque en mi casa todo el mundo lo hacía”, explica Alicia. “Ahora hablo, como y respiro flamenco. Disfruto muchísimo de dar las clases”.
Rocío fue la única profesora de Al Ándalus hasta el 2008, el año en que dio a luz a su hija Triana. Aunque durante 17 años se encargó ella misma de motivar, formar y corregir a sus pupilas, tuvo que ceder para mantener a flote a la academia.
Sin planearlo siquiera, ya para ese año había educado a una generación completa de bailaoras.
De las niñas que recibió en 1991, escogió a su hermana Alicia y a Natalia Rodríguez para entrenarlas como profesoras,
“Mi mamá me llevó con tutú, panties y cuando llegué era otra cosa. Me parecieron raros los zapatos de tacón y las enaguas de bolitas. En Costa Rica, no sabíamos qué era el flamenco, no llegaba video, no había YouTube, no venían grupos de flamenco”, contó Rodríguez sobre la primera vez que llegó a la academia, en 1991.
Esa ausencia de roce internacional le dificultó a la academia producirse el vestuario adecuado y proyectar su labor fuera de Sabanilla.
El marcaje. En los primeros años de la academia, el montaje de espectáculos era escaso. Aunque se presentaron por primera vez en 1993, la primera función que recuerdan con cariño fue en el Teatro Eugene O’Neill, en su quinto aniversario.
En el 2001, bailaron en el Teatro Nacional con La vida por sevillanas durante el Festival Internacional de Flamenco. La actividad se organizó una segunda vez en el Teatro Nacional (en el 2003) y una tercera en Jazz Café Escazú, en el 2011, antes de fenecer.
“Aspirar a que nos viera el Teatro Nacional era un sueño. Nosotras ni siquiera teníamos un espacio para ensayar, todo era muy caro y se salía de nuestros presupuestos”, asegura Rocío.
En la década de 1990, las González Urrutia conocieron a la familia Mejías, una familia de músicos sevillanos que las acompaña siempre en sus espectáculos.
José Mejías, cantaor oficial de Al Ándalus, eventualmente se casó con Rocío, sellando una alianza que fortaleció la organización de la academia.
Asimismo, la difusión de la segunda década de los 2000 dio buenos frutos.
Después de estudiar periodismo, Rodríguez apoyó la comunicación del grupo y creó un sitio web, un blog y redes sociales que, hasta la fecha, continúan creando vínculos con las 60 estudiantes y los miles de seguidore de la academia.
“Somos una familia. La Casa Al Ándalus, es literalmente una casa a la que una llega, se muere de risa y hasta llora. Es un refugio”, describe Rodríguez. “Es una manada evangelizadora, es un grupo religioso”, se ríe.
Obtener un fondo de Proartes en el 2008 motivó a la academia a presentarse en otros espacios.
El proyecto ganador, Contigo Andalucía –un espectáculo con tres palos del flamenco: caracoles, tiento y seguiriya– fue escogido para el Festival Nacional de las Artes del 2011.
ARCHIVO: Al Andalus impresionó y dejó a la campiña encantada
Desplante. Bailar flamenco requiere una actitud que trasciende a los paseíllos, los toques y los desplantes de las bailarinas.
Las buenas y las malas han convertido a las profesoras y estudiantes en una hermandad prácticamente indisoluble.
“Mi logro es generar un espacio donde las personas puedan sentirse contentas, tranquilas y donde puedan sentir que si tienen un problema puedan expresarlo”, declara Rocío.
“Esto no lo puedo hacer yo sola. Tienen que ayudarme a mantener esta casa tal y como la mantenemos”,
En ausencia de espacios formales de ensayo, Al Ándalus se trasladó por varias casas residenciales –incluyendo la de Rodríguez cuando las González Urrutia se mudaron del barrio–.
Al Ándalus sigue viviendo en Sabanilla. Desde hace cuatro años ocupan el local actual, una casa de una única habitación, un baño pequeño y un cuarto que sirve de bodega.
En la habitación acumulan los recuerdos de un cuarto de siglo: las faldas adornadas con exuberantes faralaes (volantes) y un sinfín de adornos para el cabello y joyería que han reunido entre lo que encuentran en bazares y lo que ellas mismas confeccionan.
De las paredes cuelgan los méritos: las fotos de las bailarinas, los maestros que han dado talleres adicionales, los afiches que Red Cultura diseñó para sus últimos espectáculos –el último, Al Ándalus en Nochebuena fue un remontaje que se presentó en diciembre del 2015– .
¿Hay planes para celebrar los 25 años? Rocío explica que tienen el propósito de cerrar todos los años con un espectáculo y que este año lo harán en grande: quieren sorprender al público con algo nuevo y agradecer a todos los que han aportado su labor a la historia de la academia, comenzando con Patricia Urrutia.
“Más a llá que enseñar flamenco esto es compartir la vida”, dice Alicia. “Cuando alguien llega al flamenco tiene algo que trabajar emocionalmente y solo el flamenco le permite explorarlo.”
Nota del editor: esta nota fue corregida a las 9:50 a. m. del 16 de marzo para consignar el nombre correcto de la bailarina Verónica Rojas en la imagen que acompaña la publicación.