En esta edición de Áncora , amigos y especialistas recuerdan la vida y obra de Nicholas Baker, destacado personaje cultural que falleció el viernes 15 de julio.
Es la historia de un arriesgado empresario, que llegó a Costa Rica por amor; es la historia de un apasionado de las artes, el fútbol, los perros y las carreras de caballos.
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Cuando un amigo se va
Por Wílliam Zúñiga, actor
Nicholas Valentino Baker Campbell, qué bella locura invadía la mente de este quijote inglés enamorado de esta tierra; la amó de tal manera que la cultivó arando la tierra con sus manos y levantando hermosas cosechas en la danza, en el teatro, en la música, en el cine.
Me decía: –William, hoy tomémonos un traguito; vamos a celebrar la llegada del Ballet Bolshói con la coreografía Espartaco . También viene el Ballet de Kiev y las Danzas Folclóricas de Rusia. Y, degustando unas boquitas de mondongo en salsa, se quedaba pensativo y agregaba: –Creo que para el próximo año voy a traer un circo ruso, a Mercedes Sosa, a Serrat, a Ana Belén, a Víctor Manuel y Les Luthiers.
–¿Y cómo los vas a traer, Nico?
–Ah, ya tengo una compañía inscrita (Conciertos Internacionales). Traeré orquestas, ballets , cantantes, concertinos, grupos folclóricos de todas partes del mundo.
–Nico, pero ¿eso no es caro?
–Qué importa. A la gente le gusta y a mí me gusta que disfruten de un buen espectáculo. Tengo planeado para los próximos años las obras Un vestido para su amante , Filomena Marturano , Eduardo II , Asesino , de Anthony Shaffer, una obra de Harold Pinter y con el Castella quiero montar José y la maravillosa túnica multicolor . También pienso montar con la Compañía Nacional de Teatro la obra La cacería real del sol , de Peter Shaffer...
Siempre traer, siempre montar piezas teatrales, siempre la música, siempre el vestuario, siempre las luces del teatro; traer, presentar, dirigir…
Otro día era: –Voy a ir a Inglaterra a ver a la familia–. Vuelta que aprovechaba para traer libretos, vestuarios, música y nuevos contratos para su teatro.
–Mañana tengo una reunión… Gente de Recope en la mañana y en la tarde, ensayo… Y pasado mañana en la Aduana.
–¿A qué vas, Nico?
–Ah, son las luces del nuevo teatro.
Levantó el Teatro Laurence Oliver y lo estrenó con la obra La pulga en la oreja .
Compró las acciones de la Sala Garbo. Como las compañías distribuidoras de cine le quisieron imponer las películas, él se fue a Europa y compró las mejores cintas de los festivales para proyectarlas en sus cines: la Garbo y el Laurence, por medio de pequeños festivales.
Recuerdo que una vez se proyectó La última tentación de Cristo para el clero. Y trataron de prohibir su proyección aduciendo que el público no era lo suficiente culto para mirarla.
Qué incansable, qué luchador, qué energía, cómo alcanzaba todas sus metas.
Recuerdo que con el Circo Ruso, compuesto por gimnastas, él trató de presentarlo en el estadio de Heredia entre el primer y segundo tiempo de un partido… Entonces, el dueño del equipo los echó porque eran comunistas. Con aquella sonrisilla cómplice, Nico lo contaba con una chispa en sus ojos.
–Mañana me voy para Inglaterra.
–Diay, Nico; otra vez…
–William, no puedo despreciar el llamado de la reina madre.
Y en aquellos días la reina le otorgó el título de sir por sus trabajos en ultramar. Sir: un hombre que se distingue en su profesión y conducta; también un tratamiento de respeto y cortesía. Así era mi amigo Nicholas Valentino Baker Campbell.
IN MEMÓRIAM: Sir Nico Baker, mi maestro
Los títulos memorables de la Sala Garbo
Por Wílliam Venegas Segura, crítico de cine
Una anécdota puede definir bien el carácter de lo que ha sido y es la Sala Garbo con su cine de repertorio, independiente o no; igual, esa anécdota nos acerca al ánimo cinéfilo que en vida tuvo el dueño de la Garbo: Nico Baker, quien logró convertir el cine-arte en empresa respetable.
Aquí la anécdota: se había anunciado el estreno en Costa Rica de una película excelente: Los sueños (1990), del japonés Akira Kurosawa. No se sabía en cuáles salas se iba a dar. De repente, algún geniecillo de poco entender, de los que hay muchos dentro de las transnacionales del cine, anunció lo peor.
Alguien había considerado que el filme de Kurosawa sería aburrido para el público en Centroamérica. Por tanto, la película no llegaría. Cuando Nico Baker lo supo, corrió a mover hilos: quería el filme en la Sala Garbo. Lo malo es que le cobraban el valor de la película como si fuese exhibida en todos los países centroamericanos.
Baker tiró su as a la mesa y asumió el riesgo: la Sala Garbo debía dar ese filme, y así sucedió. Fue un éxito. Empresa y cultura fueron un solo asunto y vimos la película de Kurosawa.
Situaciones semejantes hubo otras, como el caso de Cisne negro (2010), de Darren Aronofsky. El filme estuvo a punto de ser engavetado para Costa Rica por parte de las transnacionales. Sin embargo, de nuevo Baker se empeñó en exhibirla, dado el éxito que en la Garbo tuvo Aronofsky con Réquiem por un sueño (2000).
Dicho filme le fue dado a la Garbo; empero, de pronto, Cisne negro apareció en la disputa por el Óscar de Hollywood. Los distribuidores echaron atrás y dieron la película a todos los cines del país. Nico Baker se plantó: a la Garbo también se la tenían que dar. Digamos que él la ‘olió’ de primero en Costa Rica.
Cuando uno comienza a pensar en la gran cantidad de títulos importantes del sétimo arte que aquí se vio gracias a la Sala Garbo y a la terquedad cinéfila del amigo Baker, el cerebro de uno se activa al máximo y debe concentrarse como si estuviese en un juego mundial de ajedrez.
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La Garbo ha ofrecido, desde sus inicios, títulos que, de otra manera, nunca habríamos visto en pantalla grande, desde La prima Angélica (1973), de Carlos Saura, a títulos incluso prohibidos por distintas razones, al estilo de La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, o de Yo te saludo, María (1984), de Jean-Luc Godard.
Podemos agregar, para susto de la sociedad gazmoña, la exhibición de La vida de Brian (1979), de Monty Python, o la de El imperio de los sentidos (1976), de Nagisa Oshima. Nunca podré olvidar el entusiasmo que sentí desde que anunciaron Salmo rojo (1972), de Miklós Jancsó. Fue semejante cuando se dio en la Garbo ese clásico de Kurosawa que es Dersu Uzala (1975).
En la época en que el mundo se partía a favor o en contra del socialismo, a Nico Baker no le tembló la mano para traernos títulos del llamado campo socialista de aquel tiempo. Vimos clásicos soviéticos desde Serguéi Eisenstein a Andréi Tarkovski. Más cercano, se dio buen cine cubano, ¿cómo olvidar Muerte de un burócrata (1966), de Tomás Gutiérrez Alea, por ejemplo?
Igual aparecieron los clásicos festivales de distintas cinematografías e, incluso, Nico Baker apoyó a los cineclubes más importantes: al grupo Diálogo y uno propio: Cinearte Garbo, para acrecentar la ya enriquecida línea cultural.
Hoy ese tipo de cine tiene otros espacios. Sin embargo, en su momento, solo el señor Baker cargó con dicha y generosa mochila, y esto no lo vamos a olvidar.
La Sala Garbo: exhibir y también formar
Por Antonio Yglesias, cineasta
La década de los años 70 fue rica en acontecimientos culturales, entre ellos la invitación que le hicimos a un grupo de cineastas mexicanos que representaban al Nuevo Cine Mexicano: Alfonso Arau, Ofelia Medina, José Estrada, y varios otros que vinieron a Costa Rica con sus trabajos para exhibirlos y dialogar con el público.
Planteaban un cine menos complaciente, más económico, más cuestionador: El águila descalza , de Arau; El castillo de la pureza , de Ripstein; Canoa , de F. Cazals; Mecánica nacional , de Alcoriza; Fe, esperanza y caridad , de Fons; El topo , de Jodorowsky; etc. Alfonso Arau, apresurado, con pelo afro retador, traía una idea y la lanzó: crear una cadena de cines independientes en América Latina. Cuba, Venezuela, Panamá; ya estaban de acuerdo y ya tenían sus salas. Nos clavó la idea.
Me invitó a su casa en México. En el aeropuerto me recogió Laura Esquivel, su esposa. Aún no había escrito Como agua para chocolate , pero la tenía en mente. El objetivo de la visita era conocer la cadena de Salas de Arte fundadas por Gustavo Alatriste e intentar rentar el material en 16 mm que ahí se exhibía. El material era estupendo y muy variado. Conversamos, pero no hubo acuerdo. Un asunto de derechos bloqueó la colaboración.
En San José, Óscar Castillo y yo seguíamos conversando sobre la creación de una Sala de Arte y Ensayo. Óscar empujó la idea con la tenacidad que le es única. Esperaríamos a Samuel Rovinski, que estaba por regresar de Francia. Samuel, además de magnífico escritor, estudió dirección y guion, y estaba interesado en la idea.
Sugerí el nombre de Sala Garbo. Óscar y Samuel lo aprobaron. Carmen Naranjo y Sergio Ramirez Mercado (escritor nicaragüense), que vivía en Costa Rica, se unieron al proyecto por un breve período. Uno de los socios puso una propiedad en garantía y se obtuvo el préstamo para construir el edificio de la Sala Garbo. Año 1977. A la par, había un lote vacío (¿parqueo, ampliación futura?).
Esa hermosa aventura arrancó impulsada por el amor al buen cine, a la producción y a una futura distribución. El proyecto inicial se llamó Istmo Film: Sala Garbo (exhibición); Istmo Film (producción), con el cual realizamos documentales que recibieron premios internacionales y largometrajes); Distribuidora del Istmo (distribución).
Me encomendaron el manejo de la Sala Garbo y la preparación de los Cuadernos de Cine , una publicación bimensual que fomentaba la pasión por el cine en socios y público.
La Sala quedó hermosa, la proyección y el sonido, exquisitos. ¿Qué proyectamos el primer año? Recuerdo algunos nombres: La ceremonia , de Nagisa Oshima; Lenny , de Bob Fosse; Overlord , de Stuart Cooper; Cuerno de cabra , de M. Andonov; Cara a cara , de Bergman; Pan y chocolate , de Brusati; Grupo en familia , de Visconti; Los gitanos van al cielo , de Emil Loteanu; Salmo rojo , de Miklos Jancsó; La prima Angélica , de Saura; El espíritu de la colmena , de Victor Erice… y muchos más.
El lote vecino que mencioné, años después, fue adquirido por Nico Baker, intrépido empresario y hombre de teatro, y allí construyó un edificio que se hermanó con el que ya existía. Creó una sala de teatro muy singular: la Laurence Oliver. Abajo, un bar exquisito, el Shakespeare, y arriba, las oficinas.
Nico compró acciones de Istmo Film. En cierto momento, decidimos venderle nuestras acciones, y la Sala Garbo, segura y complacida, pasó a ser cuidada e impulsada por Nico y su hija Nicolette, quien ha hecho un excelente trabajo.
Un abrazo a Nico en esas dimensiones misteriosas, y a Samuel, luminoso compañero y maestro generoso. Y a Óscar, amigo especialísimo que sabe hacer posible lo que a muchos nos parece imposible.