
Violentamente, resonaban en el pecho de los asistentes unos bajos profundos y estridentes, que parecían salir del mismo inframundo. Cubriendo el escenario de extremo a extremo, una pantalla proyectaba un juego de luces, el cual fue mudando a un cegador amarillo casi solar, para luego abrirse de par en par: y ahí, tras unas rejas, apareció Mora, el encargado de robarse la noche en un Parque Viva que fue un llenazo indiscutible.
El artista puertorriqueño salió entre humo, láseres y los gritos de miles de jóvenes que con su intensidad pronosticaban que la hora y 10 minutos que duraría el concierto los dejaría con ganas de más. Esto como parte de su gira Lo mismo de la otra vez.
Y sí, jóvenes como generalización, porque en aquel público cuyas edades empezaban desde los 12 años, quien fuera mayor de 25 años era acompañante de un menor, una contada excepción… como también lo fue Christian Bolaños, el exfutbolista del Saprissa que, con todo y los 41 que carga, disfrutó del concierto con un look que lo mimetiza a la perfección entre tanto carajillo.
Como si ya no fueran fáciles las bromas del estilo “se juntó el kinder en el concierto”; la producción del evento hizo una insólita dinámica que generó risas y puso la adrenalina al nivel de un examen de ampliación. Durante la previa, mientras un DJ sonaba música urbana, una pantalla proyectó un quiz sobre el artista, en el que quien quisiera podía conectarse con su celular y participar.

Aunque por lo general responder un cuestionario es motivo de todo menos diversión, el aforo enloqueció y se convirtió en una turba competitiva que vivía pendiente a la tabla de ganadores. De pronto, no importó nada más que ser el de las manos más rápidas para responder cuestiones como: “¿a qué es alérgico Mora?”.
Pero, lo que no fue una broma ni un juego, fue la pasión de un ambiente que derrochaba juventud y que aprobó la velada con nota de 100. El paisaje era como el de una noche en el barrio josefino La California elevada a la quinta potencia. Todo hacía juego: la música, la gente, la vestimenta y hasta las latas de alcohol que ya eran, junto al celular, una extensión más del cuerpo.
Apenas terminó de interpretar la tercera canción, Mora hizo una pausa de no más de 15 segundos y el público ensordeció el recinto con sus gritos de “Mora, Mora”. Casi como si no pudieran creer la montaña rusa de emociones que los hacía sentir ese boricua de no más de 1,70 metros, voz nasal, gorra para atrás y unas letras y melodías que han sido de las irrupciones más notables de la música urbana en los últimos años.
Apenas hace un lustro, casi nadie de los que llenaron Parque Viva sabía quién era Mora (y mucho menos a qué era alérgico). No solo porque muchos no tenían edad para usar un celular, sino porque el artista no era una estrella y su éxito lo tenía componiendo y produciendo para otros grandes nombres como Bad Bunny.

No obstante, salió de la caverna de los estudios de grabación para lograr que hoy miles y miles de costarricenses se emocionen y desgalillen con tan solo las primeras notas de canciones como Lo mismo de siempre, Droga y Cómo has estau?.
Con frialdad y lejanía es imposible explicar el fenómeno que se vivió este 13 de julio en el Anfiteatro Coca Cola. A simple vista, cualquiera podría notar que Mora no es un galán de esos a los que se les tira brasieres y que su voz no es académicamente virtuosa.
Pero no necesita de nada de eso; su poder está en su pluma, que puede juzgarse vulgar o básica para cualquier prejuicioso que crea que la música murió cuando Kurt Cobain partió de este plano, y en su estilo tan genuino y cercano con su público.
Porque es innegable: Mora, al igual que sus seguidores, no es un galán, ni un gángster, ni ningún arquetipo de macho que suelen representar los ídolos de otras generaciones. Y justamente por eso levanta tantas pasiones. Porque a su modo, tan parecido al de tantos que lo escuchan, es el rockstar que cualquiera de sus fanáticos desearía.
Su música es la de un cronista que, sin necesidad de haber pisado San José, ha vivido mil noches como las que se tejen en La Cali o en La Fira. También sabe de los desengaños, traiciones y amores no correspondidos que vive cualquier mortal.
Y de ese material, ha compuesto canciones que son la banda sonora de cabangas e idilios de la generación Z. Los conceptos de sus temas son, en esencia, boleros al ritmo de beats urbanos y electrónicos.

Claro está, haciendo la salvedad de que están plagadas de palabras que no se dicen frente a los mayores, así como de referencias sexuales y a sustancias ilícitas que no hubieran salido de la boca de Los Panchos.
Y si le cuesta creerlo, despójese de ideas preconcebidas y lea estos versos, imaginándose que van al compás de requinto y guitarras: “Te di lo que pedías, y no fue suficiente; tú solo mentías, y yo, tu fiel creyente. Mil sueños me vendías, yo fui tu cliente. Siempre era yo el culpable y tú jugando a la inocente”.
Independientemente de si usted haya comprado la idea de que podría ser un bolero; estos versos de La inocente, una de las canciones estrellas del boricua, fueron coreados de principio a fin y le llegaron al alma a los presentes.
Para ese punto, los cuerpos ya tambaleaban, del efecto etílico de las bebidas y también del frenesí con que se entregaron en cada canción. Pero seguían en pie, como esos borrachos a los que solo la inseguridad les puede terminar la fiesta.
Así, la energía nunca bajó y el boricua correspondió con éxitos como Tuyo o Volando; para cerrar su inigualable velada con una lluvia de confeti rojiazul que se ciñó sobre el aforo.
Aunque lo más seguro es que la noche siguió joven como el público, el after no entra en esta crónica. Así que, hasta aquí el retrato de una velada que el público gozó como pocas; da igual si en casa los padres no pueden entenderlo o en el debate público sobra quién se escandalice.

