Cine

¿Quién es animador?

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Crítico de televisión Talento. Creo que Rafael Araneda es el mejor animador chileno y quizás el mejor de Latinoamérica, en especial para esos programas en vivo, donde la puesta en escena depende de la participación activa del talento en cámara. Sin embargo, como suele suceder ante las tragedias, el potencial de las figuras se sobredimensiona y son revaloradas porque marcan un momento emocional intenso con el público al calor de un momento.Al decir esto, no resto mérito a Mario Kreutzberger (Don Francisco) ni a la influencia ejercida por él sobre el modelo de animación en la televisión hispana. Mucho menos quiero restar importancia al trabajo de Felipe Camiroaga, recientemente fallecido, y con el que se ha desatado un curioso duelo extra fronteras, porque incluso las personas que no lo conocían de previo, han terminado colgados de la señal de TV Chile, doliéndose por la desdicha de este comunicador de altos quilates.Aprovecho este fenómeno para hablar de cuáles características debe tener un animador para ser considerado como tal. Lo primero es decir que la tele ha cambiado y con ella el talento en pantalla. Antes se creía que el talento era la unión de conocimientos, destrezas y actitudes para llevar el orden y la presentación de un programa. Esa figura era considerada un conductor, y se pensaba que debía estar al servicio de la producción.Hoy se sabe que la tele, además de conducir la dinámica del programa, necesita personas con el potencial para mover la mente y la emoción del televidente. Por eso, el talento debe ser sensible a los centros de interés de los demás, poseer gran agilidad mental y saber proyectar su energía vital de modo especial. Es entonces cuando el conductor pasa a ser animador. Es cuando realmente anima, es decir, despierta interés del público que, en respuesta, se entrega a su juego. Además, el animador con deseos de dejar huella en el público debe cumplir la regla de las tres erres: respetarse a sí mismo, respetar a los demás y ser responsables en todas sus acciones. Como puede notar, construir una imagen pública sólida sobre esos tres principios es difícil, porque requiere tanto de vivacidad como de madurez, algo que muchas personas solo alcanzan con los años. En ese sentido, el animador debe tener capacidad de acción y de comportamiento, debe saber actuar. No en vano, muchos animadores vienen del teatro, porque la falta de preparación profesional en animación hace que los actores estén más cerca del perfil deseado. Es más fácil enseñarle al actor cuestiones de tele que preparar a alguien en las dos capacidades, solo porque es de buen ver, simpático o extrovertido.Entonces, además de dominar la escena, el animador debe proyectar un sentido lúdico del trabajo, ser dialogante y saber escuchar para reaccionar con rapidez, debe ser alegre, pero, especialmente, estar dotado de autocontrol, porque si es demasiado serio, es aburrido; y si es demasiado informal, no despierta respeto y admiración. Sin embargo, por encima de todo, la dimensión afectiva es la base del animador. Su sensibilidad ante los éxitos y fracasos de los demás son vitales porque la afectividad del animador alcanza mayor impacto en cómo dice y hace las cosas y menos en lo que dice y en lo que hace. La gente capta el mensaje en cada gesto, en cada tono, en cada movimiento.Finalmente, el animador estrella tiene un compromiso personal, una actitud que refleje un estilo de vida comprometido, porque sabe que él es modelo para la sociedad.Todas esas características las tenía Felipe. Él sabía que la gente no se sienta solo a ver tele: la gente se sienta a reír o a llorar. Y como él los hizo tanto reír, ahora todos lo lloran.








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