A propósito del estreno de la película costarricense
Óscar Castillo echa mano a su experiencia y a su talento acumulado para narrarnos, con pericia cinematográfica, la historia de un hombre que –especie de sujeto colectivo– representa la vivencia de una generación altamente comprometida en lo social, que soñó con una nueva sociedad y luchó por alcanzar lo que se llamó, en los años 70, el hombre nuevo.
América Latina fue, entonces, cultivo de ideas y de actitudes realmente generosas. Hombres y mujeres murieron por sus utopías o sufrieron torturas. Surgió la figura romántica del guerrillero. Sin embargo, esa generación fue apabullada por fuerzas políticas, económicas y militares más fuertes. Los sobrevivientes viven hoy la suerte de haber fracasado.
Nada de lo que aquí he escrito es ocurrencia mía o interpretación gratuita de la película
¿Dos vertientes? Sí. Con la historia de los personajes Federico y Germán, vemos los dilemas existenciales de aquellas personas que deben adaptarse a un mundo distinto al que soñaron. Ellos son el signo de los derrotados con sus tristezas, enojos, amores y contradicciones. Por otra parte, con logradas tonalidades en blanco y negro, vemos la película que Federico –cineasta– desea filmar para testimoniar la bondad militante de los jóvenes de los años 70. Así es como tenemos cine en el cine.
Estos dos hilos narrativos se entretejen bien dentro de un solo concepto dramático. Acepto que hay debilidades en el guion que le hacen perder tensión al filme, sobre todo por licencias melodramáticas a los conflictos de pareja o por ardor idealista remarcado en secuencias como la misa de los guerrilleros en la montaña.
El filme mantiene importante riqueza de ideas, que hacen valiosos los diálogos y el trámite de los acontecimientos hacia un final esperanzador, afincado en los niños, para evitar que se continúe con esta sociedad movida por el egoísmo, el individualismo y la codicia. Los actores toman conciencia de la importancia del filme y hacen propio el buen diseño de los personajes.
De esa manera, al buen tratamiento del tema se suman las logradas actuaciones de Rubén Pagura, Rodrigo Durán Bunster, Anabelle Ulloa, Silvia Rojas, Beatriz Brenes, Rocío Carranza, Fabián Sales y Claudia Catania. No así la del niño Josué Peña, de donde el director obtuvo poca credibilidad. También es incómodo y falso ver a un muchacho aniñado (encarnado por Dionisio Morales) flirteando con la señora Berta (Rocío Carranza). Se pierde verosimilitud.
La música oportuna y dramática de Adrián Goizueta es un magnífico plus, por donde trasuntan