
Desde hace mucho afirmo que Nicolas Cage es un actor con suerte: es el peor actor de Hollywood, pero siempre tiene trabajo. ¿Será que cobra muy poco? No sé. Lo que sí sé es que, en cada película, dicho “actor” confirma mi aseveración. Esta vez, se trata de una cinta entre acción y suspenso, pero sin acción ni suspenso, que nos llega con el título poco original de
La película está dirigida por el australiano Roger Donaldson, director al que recuerdo cuando estrenó su versión de
Igual recuerdo un par de películas de Roger Donaldson, como
No es solo por culpa de la mala actuación de Nicolas Cage, quien parece dormido o noqueado durante toda la trama y con algunos ocasionales espasmos dramáticos, al estilo de un pésimo actor de teatro. No es solo eso (igual todas las actuaciones son malas), es que este filme cuenta una historia realmente insulsa, lineal, sin puntos de impacto ni expectativas de ningún tipo.
La trama la hemos visto cualquier cantidad de veces: la del esposo dispuesto a asumir la justicia con sus manos cuando su esposa es salvajemente golpeada y violada. Para esto, el inexpresivo marido (Nicolas Cage, por supuesto) se mete en los entreveros y pliegues de una organización contra el hampa, que trabaja al margen de la ley. Para ese grupo está claro que los muertos no muerden.
El problema del filme es que, desde una supuesta posición de suspenso, lo que menos tiene es suspenso. Es como gallina que cacarea, pero no pone huevos. Por eso, su ritmo es atropellado cuando quiere ser ágil y es de piedra si pretende volar, con una escritura fílmica que le queda debiendo mucho no solo al suspenso, sino también al cine de acción cuando asume este registro.
Sus persecuciones, balaceras y demás menesteres son paquete erosionado de imágenes sin mayor creatividad, con movimientos de cámara que no comunican sensaciones ni procuran mayor información, tal la linealidad del argumento. Es cine del montón: esta parece una expresión fácil, solo que –en este caso– es del todo válida.
La banalización de los personajes es absoluta y hasta un actor valioso como Guy Pearce se pierde en ella (como “el malo de la película”). Incluso, durante algunas secuencias, hay personajes allí metidos a la fuerza, como con calzador. Está hecho para justificar algún “punto de giro” y, sobre todo, el final pesimista de la historia. Lógicamente, el final no puedo contarlo aquí, aunque bien quisiera.
Sobre ese final, les digo, me parece que es de lo mejorcito de la película. Es un finito que me deviene interesante por dos razones. Una razón se da dentro del relato fílmico: es un “cierre abierto” para referirse de manera crítica al fenómeno de la corrupción policial con la complicidad de la prensa. La otra razón se da fuera de ese relato fílmico: ¡al fin puede uno salir de la sala de cine!
Afuera, sentí que había visto una película corta en respiración y más corta aún en inspiración y, lo peor, insisto, ¡con Nicolas Cage!