
De verdad que los estudios Disney son del todo predecibles. Casi siempre son muy buenos con los filmes animados y, también casi siempre, resultan cursis, tontos y ridículos con sus dramas, pasados más bien por la zaranda del melodrama en estilo telenovelesco.
La película
El argumento de este filme se basa en una historia real, la de un caballo de carreras llamado Secretariat y su conocida aventura de ganar la Triple Corona en 1973, en Estados Unidos, cuando nadie daba un centavo para que eso sucediera. La historia está contada de manera sosa, solo con algunos momentos de tensión anteriores al triunfo definitivo del equino en distintos hipódromos.
A la par de la historia del buen rocín, como una especie de subtrama, tenemos la novela de la mujer dueña del caballo.
Ella está a punto de perder su fortuna, con caballos incluidos, pero tiene el empuje de seguir adelante con mucha fe y con más energía hasta conseguir el triunfo y, por supuesto, la riqueza que estaba a punto de perder.
Por aquí, la cofradía Disney vuelve a su hartamente conocido discursito, el del esfuerzo individual para lograr el éxito en la vida (cada quien con lo suyo). Este personaje, encarnado de manera aceptable (nada más) por la actriz Diane Lane, tiene una dudosa arista apenas sugerida por la película.
En realidad se trata de una mujer irresponsable, porque es casada y ella deja al marido (lo que no es tan grave) y a sus cuatro pequeños hijos para andar por ahí con su adicción ecuestre.
¿Cuatro hijos, para dejarlos a la buena de la suerte y al solo cuido del padre, quien es abogado de profesión? ¿Toda esa insensatez por un caballo? Está bien, pienso, si se hubiera aguantado las ganas de tener tantos hijos.
Lo que sí llama la atención es que la escudería Disney siempre defiende el valor de la familia convencional y esta vez no lo hace.
Por lo menos en la película –no sé si en la vida real–, vemos que a mayores triunfos del energético caballo, más se desintegra el núcleo familiar. Son dos procesos paralelos: el de mejoramiento en los hipódromos y el de degradación con la familia.
Lo malo del filme es que su guion desaprovecha esos ejes dramáticos, dados en dirección inversa. Al filme solo le interesa ponernos a ver el caballo en distintas carreras. De paso, la película muestra poca creatividad visual y ninguna energía: son carreras totalmente desaprovechadas desde su propia tensión y poco sirven para el dinamismo del relato.
No hay ningún aliciente visual. Hasta son secuencias aburridas por sus repeticiones. Ya dijimos que la actriz Diane Lane se mantiene de manera apenas aceptable con su actuación, mientras resulta mejor el trabajo de John Malkovich como el entrenador de caballos.
Esta película es poca cosa para este buen actor y más bien pareciera que Malkovich se divierte con su actuación, pero no para nosotros como espectadores, sino para él mismo.
En fin, lo que tenemos es una cinta manufacturera, de escaso rigor sentimental –como drama– y más bien presuntuosa y afectada, lo que la pone en el contravalor del folletín pasajero y olvidable.
En función de esto van sus elementos cinematográficos, al grado de que se siente como una película pobre, no solo en ideas, sino también en recursos o logística. Como bien dice la expresión popular: ¡es pura tusa!