
El ensayista mexicano Alfonso Reyes definió que la jitanjáfora es un enunciado carente de sentido para obtener resultados eufónicos. A nuestro díscolo Satanás se le ha escrito esta rica jitanjáfora, de parte del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (en su novela
Hoy, parece que nuestro sufrido demonio se ha devaluado bastante como expresión artística; sin embargo, ahora nos llega una película de bajo presupuesto que quiere poner al
La historia es simple: como hay quienes dicen que uno paga todo lo malo en este mundo, manera de escabullirse de las llamas del averno, ante eso, Belcebú ha decidido venir al encuentro de los humanos antes que estos se le escapen. O sea, estamos ante un leviatán bastante afanoso.
Es así como Satanás logra que se junten los pecadores en un solo lugar, no sé cómo y la película no lo dice. En este caso se trata de cinco personas en un ascensor. Sí, Luzbel gusta de los lugares apretados, por lo visto y allí habrá rendición de cuentas.
Como ven, la trama no se guarda nada, lo que la hace poco sorpresiva, excepto en su propio final (como acostumbra M. Night Shyamalan). Hay algunas subtramas por ahí de menor importancia, que poco o nada ayudan al periplo diabólico ni al policía que lo enfrenta.
Aquí no hay nada de exorcismos ni líos religiosos. El aire de esta cinta prefiere el tono del suspenso dentro de la línea policial.
En esto se luce el director de la película, en mantenerse con corrección dentro de esa fórmula, sin caer en los sustos previsibles ni en el efectismo sonoro (por cierto, ¡qué buena música tiene este filme!, es de Fernando Velázquez).
El director Dowdle apuesta más a destapar las incógnitas emocionales de los sujetos encerrados en ese carcelario ascensor, ambiente claustrofóbico, y a hacerlo con sentido policial, o sea, conocer poco a poco a los personajes, que son tres hombres y dos mujeres.
La fotografía de Tak Fujimoto es importante para mantenerse uno también adentro del ascensor. Fujimoto hace su trabajo con sabiduría en tales momentos, aunque no tanto cuando se trata de secuencias exteriores.
El sostén de esta película es su mundo íntimo, no solo el espacio reducido del elevador de un edificio muy alto, sino el de los propios sujetos ahí encerrados.
De alguna manera, este policial con suspenso logra absorber nuestra atención con su buen manejo del tiempo y del compás de los acontecimientos (gracias a una pantalla que se nos queda en negro mientras oímos las voces aterrorizadas adentro del elevador). Ese apagado y encendido de la imagen como cálculo del sentido del ritmo me resulta lo más acertado del filme.
Lástima que las actuaciones no sean las mejores, excepto por la más convincente Bojana Novakovic, quien maneja muy bien su papel de mujer seductora llevada a un miedo degradante y a la expresión de lo que –en realidad– ha sido en su vida privada. Si ella, como actriz, es la única excepción, es fácil inferir que el problema está en el manejo de la dirección de actores y en la escogencia de un elenco menos profesional acorde con los bajos costos de la película.
El objetivo de esta cinta es entretener, pero logra –además– ser buena película. Es cinta bien narrada desde sus luces y sombras, una sorpresa grata (al menos para mí) y que al final demuestra, como decía el mexicano Octavio Paz que “en un callejón sin salida, la única salida es el callejón”. En fin, les recomiendo esta cajita de sorpresas donde el diablo más sabe por viejo que por diablo, película que cabalga en la misma quijada del Maligno.
“¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la pobredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la pobredumbre, Luzbel de piedralumbre!”.