Morten Tyldum es un director de cine noruego que estudió para tal en Nueva York. En su lista, tiene un filme valioso titulado Headhunters (2011; Hodejegerne en noruego), que le abrió trillo para realizar su película más exitosa hasta el momento: El código Enigma (2014), filme inglés.
Dicha película narra de manera amplia la vida del genio criptoanalista y matemático británico Alan Turing (1912-1954), encarnado por un actor de moda, como lo es Benedict Cumberbatch.
De una vez, aclaremos que su actuación es monolítica, en el sentido de que “pescó” su personaje de una manera y así lo sostiene durante todo el filme: ausente de matices.
Eso no es fácil y es posible que el director Tyldum haya contribuido a ese diseño. El problema es que un personaje así más parece maniquí que un ser humano. Con todo lo bueno que sea ese diseño y con las dificultades que conlleve para el actor, se trata de una caracterización monotemática.
El Alan Turing que vemos en esta película es una persona que parece tener una piedra en el zapato casi siempre, sin ninguna otra reacción ante los matices de la vida que la de una especie de daguerrotipo con movimiento (alguna excepción por ahí).
Un personaje así trazado, me rompe el concepto de verosimilitud que la propia película se esfuerza por crear y mantener.
Los acontecimientos se dan en 1952, cuando Alan Turing es tomado preso y luego acusado de “indecencia grave”. De ahí en adelante, el filme juega bien el manejo del tiempo en su presente histórico y con bien esgrimidas retrospecciones.
Dos líneas han de converger en la trama, lo sabremos pronto. Una es la del Alan Turing pionero informático, quien fue capaz de descifrar los códigos de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, aquellos de la máquina llamada Enigma, y, así, salvar vidas y darles triunfos a los aliados enfrentados al nazismo.
La otra línea es la del Turing incapaz de definirse a sí mismo o de descifrar su código emocional de manera determinante, acusado y castigado de manera harto injusta por ser homosexual, lo que lo lleva al suicidio. La sanción por su homosexualidad fue terrible, devastadora e inhumana.
El código Enigma logra una asombrosa recreación de época y la música del laureado Alexandre Desplat se conjuga en fina sintaxis con las imágenes. La actuación de Keira Knightley es la mejor. Empero, su otro problema (aparte del croquis del personaje) es que cada vertiente argumental tiene sus propias subtramas y, de pronto, la película abarca, pero no aprieta.
Entonces, el director noruego se apropia de ese estilo británico de hacer cine biográfico (ahora lo llaman “biopic”). Dicho arte resulta distante ante los propios hechos narrados: le falta involucrarse más, le falta teñirse con la sangre que corre por las venas de sus personajes, le falta revolcarse en las llagas sociales e, incluso, de alguna manera, tomar partido ante lo que narra.
No hay duda que El código Enigma es buena película para recomendar, pero no puedo evitar acusarla de superficial porque le faltaron garras de gato para rasgar cortinas con respecto a algunos de sus temas: humanidad, máquinas, sexualidad, amor, intolerancia, complejos, niñez fragmentada, guerra, ética, genialidad, presencia de la mujer y manipulación del poder. No es poco.