
No me llamen subversivo, ya se me pasó ese cuarto de hora del cual no me arrepiento, pero si hay una película que puede ser emblema del movimiento mundial de los Indignados, es esta que hoy me toca comentar:
Los trazos críticos de dicho cineasta son interesantes y los plantea desde los dilemas de la ciencia ficción (la selección genética), la computación moderna (los programas engañosos) y con el cine de acción (el trasiego globalizado de armas). A él se le deben títulos como
El problema con Andrew Niccol es que le cuesta mantener el mismo brío durante todo el metraje de sus películas, como si lo obligaran a contenerse con sus críticas o como si cada relato se le escapara de la mano. La de ahora es una película a la que se le notan esos altibajos con facilidad.
En todo caso, prefiero recomendar esta película por su habilidosa construcción escénica de un mundo futuro degradado, donde el paisaje y la arquitectura son reflejos de las contradicciones sociales y donde la lucha de clases no solo se mantiene, sino que se ha magnificado con la concentración de la riqueza en pocas manos (no lo digo yo, lo dice el filme).
Desde ahí,
En el filme no solo se ha liquidado el patrón oro, sino también el papel moneda y es el tiempo de vida quien ordena cualquier relación: se vive hasta los 25 años; luego, los minutos de vida se compran, se venden, se intercambian, se alquilan, lo que sea, por lo que los pobres viven menos y los ricos son eternos con un físico de eso, de 25 años.
El filme tiene contradicciones en su relato, por ejemplo, si usted tiene comprada una centuria de años, vida garantizada, ¿cómo lo mata antes un balazo?, pero no se le puede negar al filme la tensión que acumula, pierde y vuelve a ofrecer con la historia de una especie de Robin Hood, quien le roba tiempo de vida a los ricos para repartirlo en las barriadas pobres.
Ese personaje es encarnado con eficacia histriónica por Justin Timberlake, pero no se trata solo de él. Dicho ladrón de tiempos es acompañado por una joven de origen millonario (buena actuación de Amanda Seyfried), por lo que semejan una exégesis al futuro de la conocida pareja de Bonnie y Clyde, gánsteres durante la Gran Depresión, entre 1931 y 1935.
En fin, el resultado es una película conspirativa contra el sistema capitalista, con logros narrativos y con artística habilidad escénica, buenas actuaciones, especie de lema del grupo Occupy Wall Street.