
Juan León, josefino común y corriente, tiene cuatro años de alquilar un caballo y montar en Palmares. Sin embargo, es sincero: esto no lo hace profesional, y, en cada montada, teme “que le suceda cualquier caballada”.
Cada vez que León viene a Palmares, le toca un caballo nuevo: no conoce sus mañas ni su trote.
“Uno solo le pide al dueño que, por favor, sea mansito, dócil, pero el resto es pura suerte. Cada año es un reto”, dijo León ayer, antes de iniciar el tope.
No pasó mucho tiempo para comprobar que lo que decía León era verdad. Minutos antes, a Carlos González, fotógrafo de
“El caballo se paró de manos y me botó”, narró González, quien, luego de unas indicaciones y de agarrarle la maña al cuadrúpedo, pudo continuar con su trabajo.
Uno de los peones que cuidaba los caballos de renta, quien no quiso ser identificado, dijo que hay cientos de anécdotas similares a la de González; no pasan a más y son parte de la aventura de alquilar un animal.
Imagínese usted cómo será la experiencia para quien monta en Palmares por primera vez.
Es una lotería que, dependiendo del humor, se convertirá en una divertida historia; claro, si no hay lesiones físicas.
“Eso es parte de todo, nunca ha pasado nada grave. Es parte del vacilón de montar a caballo, Es más, por esos detalles, mucha gente vuelve año tras año”, agregó el ayudante, restándole importancia a la situación.
“Sí, más que uno no es profesional, pero se disfruta igual. Ahí poco a poco, va uno acostumbrándose al caballo”, explicó.
“Aquí la cosa es disfrutar de la compañía de los amigos. Siempre vengo con varios y se pasa muy bien”, expresó convencido León .
Alquilar un caballo en Palmares costó desde ¢30.000 hasta ¢75.000. Aunque no se sabía cuán manso era cada ejemplar, lo que fue un hecho es que ninguno era de raza, sino un animal bastante pequeño en comparación con los ejemplares finos del tope.
“Eso no me acompleja. Ya se sabe que son pequeños; uno viene aquí por otra cosa”, dijo León.