La vida de un coleccionista no se rige por las exigencias que impone la vida cotidiana en la mayoría de nosotros. El del coleccionismo es un mundo distinto al habitual, al rutinario: en la vida de quien colecciona no solo importa pagar el alquiler y llegar a fin de quincena. Coleccionar es vivir en un estado de constante búsqueda: una cacería que nunca se detiene.
Siempre hay otra pieza. ¿A quién le va a hacer daño una más?
Eduardo. Hace treinta años, la vida de Eduardo Salazar comenzó a tomar el rumbo que luego no podría –no querría– abandonar nunca. Era la mañana del 25 de diciembre y bajo el árbol de navidad había un regalo para él, quien entonces tenía 6 años. Las manos del niño rompieron el papel de regalo que envolvía la pequeña caja y descubrieron una pequeña figura de He-Man.
Fue cuando tenía unos 13 años que Eduardo, ya de forma consciente, supo que quería dedicar su dinero, su tiempo y sus esfuerzos a coleccionar figuras de acción relacionadas con cómics, superhéroes y otras historias de fantasía y ciencia ficción.
Años más tarde, su colección llegó a alcanzar cifras desorbitantes. Sin pensárselo mucho, Eduardo estima que, en su momento cumbre, llegó a aglutinar hasta 50.000 figuras. Empero, una serie de situaciones personales –que él prefiere guardarse– lo obligaron a vender, en dos oportunidades, su preciado tesoro.
Hoy, su colección asciende a 1.000 figuras en las que ha invertido varios millones de colones.
“Lo mío no tiene que ver con compulsión o con ser un acumulador: no lo soy”, dice Salazar. Tiene más que ver, asegura, con una fijación con determinados personajes, con ciertas historias.
Su propia historia está determinada por su amor por el Joker –organizó, entre otros eventos, el festival Jokermanía, que se celebró hace una semana–, por Star Wars y El Señor de los Anillos –exhibió parte de su colección durante el preestreno de la última película de El hobbit – y, sobre todo, por Batman , en especial el viejo Batman que salía hace años en televisión . No en balde su pieza favorita de su colección es un busto de Adam West, intérprete del hombre murciélago en los años sesenta. Solo otras 149 personas en el mundo tienen uno.
Christian*. Para Christian Zamora, los superhéroes fueron maestros. “Yo aprendí a leer para leer cómics; aprendí inglés para leer cómics en idioma original”, cuenta. Lo primero que entendió, cuando tenía unos 5 o 6 años, fueron los colores y los dibujos. Las historias llegaron después.
A sus 45 años, Zamora es un coleccionista de corazón pero, ante todo, un fanático de sus personajes e historias favoritas.
Su gusto por los cómics nació en su niñez, pero fue cuando cumplió la mayoría de edad que su mente comenzó a funcionar como la de un coleccionista. Ya no se trataba solo de querer leer el siguiente número de una historia determinada; era una cuestión de necesidad, de querer la historia completa más por el hecho de tenerla que por la historia.
“No tengo idea de cuántos cómics tengo; la cifra se me salió de control hace mucho tiempo”, dice Zamora. Tampoco sabe cuánto dinero ha invertido pero, en ese caso, el desconocimiento fue adrede: prefiere no saberlo.
Sin embargo, hace seis años Zamora debió tomar una decisión importante. Su hobby era complicado de mantener, por lo que la opción de seguir las historias en formato digital resultaba cada vez más interesante. Tuvo que cuestionarse si le importaba más leer las historias o coleccionar los cómics, recuerda. Christian escogió las historias.
Marco. Para Marco Ramírez, comprar cómics durante su adolescencia era como conseguir pornografía. No se trataba de un gusto: conseguir el siguiente número era más una necesidad.
“Hacía lo imposible por llenar los huecos en la colección, porque yo necesitaba tenerla completa”, dice hoy, a sus 46 años, sabiéndose dueño de una colección que llega hasta los 900 títulos.
La mayoría de ellos, eso sí, dedicados a su héroe predilecto: Superman. Cuenta Ramírez que, desde la primera vez que leyó un cómic de Superman, sintió una afinidad que ya nunca lo abandonó. “Antes de coleccionar cómics, me gustaba hacerlo con monedas y otras cosas. Pero nada se compara a la sensación de encontrar un cómic faltante”, cuenta. En la década de los ochenta, con sus primeros salarios, pasaba horas en la Casa de las Revistas, buscando con ansiedad números faltantes en su colección. Más tarde encontró la librería Mora Books, en el centro de San José. “Había cajas y cajas llenas de cómics traídos desde Estados Unidos: ¡era Shangr La!”, recuerda. Hoy, aunque sus compras han disminuido, Marco sigue empeñado en mantener completa su colección.
La pregunta es, en todo caso, válida. ¿Por qué alguien –un adulto, en especial– habría de obsesionarse con un superhéroe al punto de coleccionar cuanta cosa se relacione con este? Para Marco, al respuesta es clara: “Se trata de identificación. En mi caso, la historia de Superman me hace pensar en que es posible vivir en un mundo mejor. Cada cómic que colecciono me recuerda eso”.
*Aclaración: el señor Christian Zamora no utilizó, en ningún momento, el término "acumular". Cualquier inconsistencia ha sido corregida.