En su corazón tenía mala levadura. Morir fue poco castigo para esa bruja maldita, odiada y temida por quienes sufrieron la baba ácida de su rencor y la hiel de su alma negra. ¡Hasta nunca Catalina Creel de Larios!
–Suave, suave-; ¿Quién murió? La vieja maligna del parche negro sobre el ojo derecho, o María Rubio, la primera dama del país de las telenovelas que sentó cátedra televisiva en Cuna de Lobos, uno de los culebrones más vistos “per saecula saeculorum”.
A riesgo de ser cantinflescos fallecieron ambas dos, porque la primera mató a la segunda, aunque Catalina se suicidó con un jugo envenenado y María falleció en la paz de su hogar, el jueves 1° de marzo. Tenía 83 años.
Entre 1986 y 1987 interpretó, en 170 empalagosos capítulos, a la tuerta, que a su vez fue un “clon” de Bette Davis, en El Aniversario, uno de sus últimos filmes.
Al margen de las envidias, todos los exégetas de los folletines televisivos coincidieron en que la Rubio dio vida a la madre de todas las villanas; desde ese día toda su carrera se fue al traste, porque nunca pudo deshacerse de Catalina y adonde iba la confundían y le armaban pleito.
Por más de 30 años los televidentes olvidaron que María actuó en más de 32 telenovelas; algunas de ellas todavía sacan suspiros: Imperio de cristal, Amada enemiga, Amor gitano y Salomé. ¡Claro! No era Sarah Bernhardt, pero tampoco hay que ser malinchistas.
Nunca se tomó en serio la fama y bromeaba con las parodias que hicieron de su personaje; sobre todo en Cuna de perros, donde Héctor “Cholo” Herrera sacó tripas y llantos a la canalla con Patalina Cruel de Varios.
La muerte de María ocurrió casi un año después de la de su hijo Claudio Reyes, un reconocido director teatral. La camioneta que él conducía chocó contra un camión de basura; en el percance murió la actriz Maru Dueñas y cinco personas más.
Darle la noticia fue difícil por su avanzada edad y al oirla exclamó: “¿Por qué él y no yo?” Le perdió el gusto a la vida y solo anhelaba “reunirme con mi hijo.” Su salud decayó lentamente. Una amiga de la familia, Cecilia Gabriela, expresó: “no transcurrió mucho tiempo; hay que celebrar, más que estar triste.”
El dramaturgo fue el primer hijo de su matrimonio con Luis Reyes, quien le ayudó a recrear muchos de sus personajes. La pareja se divorció tras 40 años de convivencia.
Quienes compartieron tablas con María abundaron en elogios. “Era la reina de la manada”, aseguró Diana Bracho. “Una actriz muy querida, alguien que no se daba importancia a sí misma, tenía muchos rasgos de humildad propios de quien sabía quién era.”
Doble cara
La infancia de María Jesús Rubio Tejero tuvo un toque de telenovela. El diplomático y empresario Olayo Rubio, y su mujer, María Tejero, la adoptaron recién nacida el 20 de setiembre de 1934, y se crió como hija única.
Aprendió las primeras letras en su casa, porque a los cuatro años le detectaron una grave anomalía cardíaca. Hasta los nueve años hibernó en su cama. “Nunca estuve hospitalizada y no pude hacer lo que cualquier niño común.”
Los padres se la llevaron de viaje a España, pero estalló la Guerra Civil en aquel país y por diez años quedaron varados en la casa de los abuelos.
La enfermedad y el exceso de mimos familiares marcaron su particular adolescencia, ya que prefería quedarse en la casa y jugar con las muñecas, en lugar de salir a fiestas con jóvenes de su edad.
A los 14 años volvió a México y continuó su educación en los más respetados colegios católicos; la matricularon en la Escuela de Artes Teatrales del Instituto Nacional de Bellas Artes y probó el veneno de la actuación, sin que le hiciera mayor efecto.
Como si fuera el guion de una telenovela, a los 21 años conoció a un joven y se enamoró; pero este la dejó y se casó con otra. Ella hizo lo mismo y contrajo nupcias con Luis Reyes.
Hasta aquí su vida apenas se diferenció de algunos de sus futuros personajes: Livia Arizmendi de Lombardi, en Imperio de Cristal; Clemencia del Junco, en El derecho de nacer; o Rafaela Miranda y Castro viuda de Zubizarreta, en Rina.
El lector habrá notado que nada hacía presumir el rutilante destino reservado a María. La luz se hizo cuando cumplió 22 años y actuó en su ópera prima El portal de Belén. Antes probó suerte en el Teatro Fantástico de Cachirulo, de Enrique Alonso.
Un año después –en 1957– se matriculó en la naciente industria televisiva, con un producto que la catapultaría a los altares: las telenovelas. Por eso fue considerada una de las matriarcas de este subgénero de la pantalla menor.
Pasaron casi 30 años en los que demostró su talento para dar cariño fácil a la audiencia, y en 1986 ganó el premio gordo de la lotería con Cuna de Lobos.
En esta emblemática teleserie creó a la villana por antonomasia y ocasionó una revolución en la manera de producir estos culebrones, que fueron una reacción a las “soap operas” norteamericanas, que por entonces invadían las noches caseras con malvados hiperbólicos: Blake Carrington, en Dinastía; o, el demonio hecho carne de J.R. Ewing, en Dallas.
Los productores nunca le encontraron papeles superiores al de Catalina Creel de Larios. María jamás buscó la gloria actoral; disfrutaba la vida y solía rodearse de jóvenes actores, porque: “lo más feo de ser vieja es ver que tus amigos se mueren y tú te vas quedando sola.”
El clon de Bette Davis
El personaje de Catalina Creel de Larios, recreado por María Rubio, fue una adaptación de Mrs. Taggart, una déspota matriarca de un clan familiar dedicado a la construcción, en la cinta El aniversario.
La película fue un éxito porque le asignaron ese papel a Bette Davis, que ya era perversa por si misma y encima se colocó un parche negro en el ojo derecho, para inspirar más que miedo: ¡Espanto!
El guionista Carlos Olmos copió a la perfección el personaje; escogió a María Rubio, gran actriz mexicana, para tropicalizarlo con el éxito que ya conoce el 99 por ciento de la humanidad.