Cuando pasaba el verano del 2007 en Aspen, Colorado, Walter Isaacson y su esposa Cathy pasaron gran parte de sus momentos de vigilia acosando a su hija para que terminara –o siquiera empezara, hasta donde ellos sabían– el ensayo obligatorio para su curso en la universidad.
Por fin, después de haber oído lo suficiente de sus molestos padres, Betsy Isaacson se encerró en su habitación hasta que salió con un ensayo de dos cuartillas ya terminado.
“Felicitaciones, Betsy”, recuerda Walter Isaacson que le dijo mientras estaban parados en la sala. “¿Sobre qué lo hiciste?”. “Ada Lovelace”, respondió. A ellos siguió un silencio prolongado e incómodo. Walter Isaacson, quien estaba empezando a trabajar en una biografía de Steve Jobs, no podía acordarse de quién era Lovelace. “Es una de las mujeres a las que eliminaron de la historia de la informática”, replicó su hija.
Si bien algunos en la tecnología saben sobre ella, Lovelace, quien vivió de 1815 a 1852, está lejos de ser un personaje famoso. No es ningún secreto que sea frecuente que se borre a la gente de la historia de las grandes compañías de tecnología. Es algo que está tan extendido en Silicon Valley, que se conoce como “El mito de la creación”.
Sin embargo, lo que puede parecer una sorpresa es la cantidad de mujeres que tuvieron un papel fundamental, pero que se les ha olvidado en nuestros días.
Ese es uno de los temas centrales en el nuevo libro de Walter Isaacson, “The Innovators: How a Group of Hackers, Geniuses, and Geeks Created de Digital Revolution” (Los innovadores. De cómo un grupo de piratas cibernéticos, genios y “geeks” crearon la revolución digital).
A diferencia de sus cuatro libros anteriores, todos biografías de personajes, su libro nuevo trata sobre grupos y cómo le dieron forma a todas las grandes innovaciones.
En muchos aspectos, el libro pudo haberse titulado “The Collaborators” (Los colaboradores). Cada capítulo refuerza la premisa esencial que Isaacson elaboró tras 15 años de investigación: cada innovación en la tecnología, ya se trate de códigos de programación, transistores, computadoras personales o internet, la llevaron a cabo grupos de persona (por lo general, sacando ideas de otras anteriores).
Sin embargo, si bien un número de hombres han llegado a ser celebridades, la mayoría de las mujeres están perdidas en una neblina distante.
El papel de Lovelace en la tecnología, por ejemplo, es tan importante que su historia se presenta en los capítulos inicial y final.
Una matemática y escritora inglesa, Lovelace escribió el primer algoritmo informático de todos los tiempos, planteó la idea de que las humanidades y la tecnología deberían coexistir, y se le ocurrió el concepto de inteligencia artificial.
“Ada Lovelace definió la era digital”, dijo Isaacson en una de varias entrevistas recientes sobre el libro. Estaba sentado afuera de la cafetería Blue Bottle en la plaza Mint, en San Francisco, misma a la que se conoce como invernadero de programadores y capitalistas de riesgo. “No obstante, la ignoraron o la olvidaron, junto con todas estas otras mujeres”.
“Si no fuera por Ada Lovelace, existe una posibilidad de que nada de esto siquiera existiría”, agregó Isaacson mientras agitaba la mano al aire, gesticulando como para abarcar a todo Silicon Valley y a los tecnos a nuestro alrededor.
Prácticamente, también la ignoraron en su época. En 1843, cuando se presentaron sus trascendentales notas sobre informática en Scientific Memoirs, una revista científica inglesa de ese entonces, los editores se hicieron para atrás y le dijeron a su colega Charles Babbage que “valientemente” debería firmar con su nombre en lugar del de ella.
Sin embargo, Lovelace es solo la primera de muchas mujeres excluidas de los anales de la historia de la informática. En un irritante pasaje del libro de Isaacson, narra la historia de ENIAC, la primera computadora electrónica de utilidad variada, construida durante la Segunda Guerra Mundial para calcular la trayectoria de los disparos de artillería.
Como lo cuenta Isaacson, se llevó a cabo una importante cena el 14 de febrero de 1946 en la Universidad de Pensilvania para celebrar la demostración pública de la ENIAC ante los medios, pero no invitaron a ninguna de las mujeres que la programaron, incluidas Jean Jennings y Betty Snyder.
“Esa noche hubo una cena a la luz de las velas en el venerable Salón Houston de Penn”, escribe Isaacson. “Estaba lleno de luminarias científicas, militares de alto rango y la mayoría de los hombres que habían trabajado en la ENIAC. Sin embargo, Jean Jennings y Betty Snyder no estuvieron allí, ni tampoco ninguna otra de las programadoras”.
En lugar de eso, dos mujeres abordaron el tren para ir solas a su casa en una fría noche, mientras festejaban los hombres. “Nos ignoraron y nos olvidaron a Betty y a mí después de la demostración”, dijo posteriormente Jennings.
La exclusión de estas mujeres no solo ha reforzado el estereotipo sobre las mujeres y la tecnología, sino que se podría mantener que tuvo el efecto de una profecía que, por su naturaleza, contribuyó a que se cumpliera.
En 1985, las mujeres obtuvieron 37 por ciento de los títulos de licenciatura en ciencias de la computación. Para el 2010, ese número se redujo a la mitad, a 18 por ciento. Ahora, solo 0,4 por ciento de todas las estudiantes de primer año en la educación superior dicen que planean hacer una maestría en ciencias informáticas.
Esto es tristemente visible en las grandes compañías de tecnología. En Google, los hombres representan 83 por ciento de los empleados ingenieros. De los 36 ejecutivos y gerentes de mayor jerarquía, solo tres son mujeres. En Apple, los empleados en tecnología son 80 por ciento de la fuerza laboral. Y en Facebook, 85 por ciento de los trabajadores en tecnología de la compañía es hombres.
“Los estereotipos refuerzan mucho porque, en tanto seres humanos, esperamos lo que nos es conocido”, notó Sheryl Sandberg, la directora de operaciones en Facebook y autora de “Lean In” (Recárgate), en una entrevista. “En la tecnología, las chicas no codifican porque las chicas no codifican”.
Sandberg dijo que es imperativo desacreditar el mito de que a las mujeres no les interesa la tecnología, y demostrar cómo es que no se les da el crédito que merecen. Una forma de cambiar esto, notó, “es documentando cuidadosamente la función que han tenido las mujeres en los albores de la tecnología”.
Reshma Saujani, fundadora y directora ejecutiva de Girls Who Code (Chicas que programan), la cual está orientada a estrechar la brecha de género en las ciencias de la computación y la tecnología, está de acuerdo.
“Si se hubiese hablado en forma más prominente de las mujeres en la informática, tanto en los libros de historia como en las escuelas, literalmente, no tendríamos la carencia de mujeres programadoras que tenemos en la actualidad”, dijo Saujani. “Se trata de ejemplos a seguir. No puedes ser lo que no puedes ver”.
Con ese fin, a los salones de clase en Girls Who Code se les pusieron nombres de las pioneras, como Lovelace y Grace Hopper, quien creó el lenguaje de programación COBOL y acuñó el término “computer bug” (error informático) tras haber descubierto una polilla muerta en una computadora.
Parte del problema, escribe Isaacson en “The Innovators”, es cómo el mito de la creación busca hacer que los individuos sean héroes, en lugar del grupo. Y cuando se ignora la contribución del colectivo, por lo general, es un hombre el que se lleva el crédito. “La mayoría de los grandes avances de la era digital se hicieron en colaboración”, dijo. “No es que a alguien se le encendió el foco en el garaje cuando surge alguna idea”.
Después de leer el libro de Isaacson, busqué a su hija para preguntarle por qué había decidido escribir un ensayo sobre Lovelace para su curso universitario hace años. “Estuve en la clase de ciencias de la computación en el bachillerato y nunca oí hablar sobre estas mujeres, ni una sola vez”, contó. “Pero la primera vez que leí sobre una programadora fue en un cómic de Batman”. Hizo una pausa para agregar después: “Es probable que Ada Lovelace haya desempeñado el papel más importante en la informática”. Ahora, gracias a ese ensayo universitario, por fin, Lovelace está recibiendo el reconocimiento que merece.