A las 12 mediodía del viernes, en el centro de San José, el bullicio de la ciudad se mezcla con el humo del tabaco, la basura y hasta de heces humanas en algunos puntos.
Un equipo de La Nación recorrió las calles capitalinas para verificar el ilegal negocio de los cigarros de contrabando. El periplo empezó frente al edificio de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), en las cercanías del Parque de las Garantías Sociales. El sol quemaba indiscriminadamente y obligaba a los transeúntes a buscar techos y aleros.
Ahí cerca, entre las sombras de los árboles, una joven veinteañera, menuda y de tez morena gritaba una oferta que ya forma parte del paisaje cotidiano. “¡Llévelos, fume, fume!”, exclamaba mientras sostenía en una mano dos paquetes de cigarros: uno regular, a ¢100, y otros más famosos que, al presionarse, liberan sabor a menta. Su precio: ¢200.
Aunque estos últimos tienen permiso sanitario de venta, está prohibida su comercialización al menudeo.
Aún sin cambio, la joven pidió ayuda a otra vendedora instalada en un chinamo cercano. “Macha, cámbieme 5.000”, le dijo con confianza. “Ya vengo mi amor, cuídeme esto”, añadió señalando un bolso negro y algunos dulces en el suelo. Era evidente: comenzaba su jornada.

Una vez regresó con el menudo, entregó tres cigarros del paquete de mentolados, sonrió y se despidió con una frase que posiblemente repitió varias veces durante el día a sus clientes: “Que Dios lo acompañe, mi amor”.
Cigarros al paso
A menos de 100 metros del Parque Central, otra mujer, de mediana edad, ofrecía cigarros sin tener nada a la vista. Cuando accedimos a comprar, se acercó a una bolsa plástica ubicada sobre un banco de madera. Entre algunas legumbres, sacó tres tipos distintos de cigarros.
“Los mentolados se los dejo a cien colones (más baratos que la primera joven), son muy ricos, con sabor a uva y menta”, dijo con soltura, antes de esconderlos nuevamente.
Este tipo de ventas —ocultas pero presentes— son parte del engranaje informal que opera a plena luz del día, incluso a escasos metros de oficiales de la Fuerza Pública.
Continuando el recorrido, llegamos a la zona de La Soledad, a 400 metros de la Catedral Metropolitana. En la entrada de un minisúper, un joven nicaragüense ofrecía cigarros entre distracciones con su teléfono. Tenía marcas variadas, aunque la primera en salir tiene el logotipo de un animal africano y se vende a ¢1.700 y unos mentolados a ¢1.900. Sin rodeos, vendió un paquete, regresó a su asiento y continuó en su mundo digital.
Negocios por volumen
Más adelante, cerca del Colegio Superior de Señoritas, nos adentramos en un pequeño local atendido por personas de origen haitiano. Ahí, los cigarrillos no se vendían por unidad, sino por cajetillas o bien “en ruedas”.
“Tenemos de marca E...t, sale en ¢21.000 la rueda”, dijo la dependiente con cierta desconfianza.
Le preguntamos cuánto se le podía sacar por cajetilla en reventa. “A usted le sale a unos ¢2.000 y para la venta al público los puede dar a ¢2.200… eso depende de usted”, respondió la mujer, sin querer ahondar en detalles. A su lado, un hombre observaba la escena en silencio, solo intervino para decir que “tenían bastante”, si queríamos volver.
Tras concretar la compra, él nos despidió con una frase ya familiar: “Que Dios los acompañe, cuídense mucho”.
Un mercado al margen
Durante el recorrido por avenidas tan transitadas como la central y la segunda, el equipo de La Nación constató al menos tres puntos donde se ofrecían cigarros contrabandeados o sin registro sanitario.
La venta se da abiertamente y parece formar parte del ecosistema urbano, mezclado con la oferta de medias, verduras, confites y lotería. El humo acompaña el recorrido, son los vapores de los vehículos, los cigarros y las bolsas de basura, pudriéndose al sol.
