
Los menores que no viven en un hogar bajo la autoridad de sus padres, que carecen de acceso a estudios y a quienes les falta la comida sobre la mesa son el blanco favorito de los narcotraficantes.
Estos criminales aprovechan esta vulnerabilidad para acercárseles y ofrecerles un lugar de pertenencia, a cambio de que se vuelvan parte del grupo.
Primero, los colocan como campanas; es decir, se encargan de alertar de cualquier movimiento policial o de cualquier acercamiento de rivales. Luego les permiten escalar hasta que, generalmente a la mayoría de edad, se convierten en vendedores de droga, traficantes de armas y hasta sicarios.
Hacen una carrera delincuencial. Todo a cambio de droga, dinero y poder. Pero, sobre todo, lo hacen porque aquella banda es su familia, por la que no importa dar la vida.
En cambio, para esa organización, él es simplemente uno más, alguien que les es útil. Y ya.
Sobre el involucramiento de los menores en el fenómeno del narcotráfico y los crueles asesinatos que se han dado en los últimos tiempos a raíz de eso, el fiscal adjunto en material Penal Juvenil, Luis Diego Hernández Araya, conversó con este medio. Este es un extracto de la conversación.
– ¿Cuán común es la presencia de menores en el narcotráfico?
– Cuando las estructuras criminales llegaron al país a inicios de los 80, no se percibió este fenómeno o este tipo de reclutamiento, pero posteriormente sí. A finales de los 90 y principios de los 2000 se empieza a ver este auge de la introducción de menores en materia de crimen organizado. Y es un asunto que va en escalada.
– ¿Por qué los reclutan?
Ha sido un proceso, es un fenómeno social que ha ido evolucionando. Entonces, inicialmente, lo que tenemos es que son reclutados en comunidades marginales donde existen centros de distribución de droga y donde hay menores que están en las calles, que no están en lo que tienen que estar: estudiando.
“Son personas que, además, por su corta edad representan toda una inversión para la banda. Le explico el porqué: Como las penas no son muy altas y, con esto no quiero enviar un mensaje equivocado de que la solución es aumentar las penas, el menor pasará poco tiempo en la cárcel, pero saldrá con mucha más experiencia.
“Además crea vínculos muy fuertes con la banda, porque sustituye a su familia. La banda se convierte en la autoridad parental de menores donde no existe esa figura o es negligente, entonces la organización ve en los menores a personas muy útiles, que les pueden sacar provecho. Por eso los reclutan”.
– ¿Se han dado casos donde los menores son forzados a trabajar para organizaciones de este tipo?
– Hay que romper ese mito: nada es por la fuerza, ninguna situación se da de manera forzada. Todo es por voluntad propia y le puedo decir que, desde muy corta edad, desde los 10 o 12 años, el narco anda detrás de ellos. Detectan vulnerabilidad y ahí se aprovechan.

– ¿Cómo los convencen de trabajar para ellos?
– Lo que hace el narco es ofrecer droga gratis. Desde esa corta edad se les paga con droga gratis y, cuando se da el consumo o la adicción, pues el menor sí está obligado a trabajarles, pero el que lo obliga es el vicio, no la agrupación criminal.
“Hemos visto que, por ejemplo, desde la escuela los narcos hacen labor de mercadeo. Buscan personas, niños o adolescentes, con cierto liderazgo, con carácter y los usan para una labor de mercadeo. Son personas atractivas para las demás y lo que hacen es regalarles dosis para que, a su vez, las regalen e induzcan a otras personas de forma gratuita a consumir.
“En momentos, las bandas hasta les organizan fiestas. En resumen, los buscan para introducir droga en los centros educativos, generar adicción y tener personas a su disposición”.
– ¿Cuáles funciones cumplen los menores en una organización criminal?
– Inicialmente, son usados para dar aviso de cualquier movimiento sospechoso en contra de estas organizaciones: ya sea de vehículos, de operativos policiales. Entonces para lo que son ocupados los de muy corta edad son para avisar; es lo que se conoce como las campanas.
“Pero son personas que pueden, incluso, llegar a desempeñar funciones más especializadas dentro de la estructura. Eso sí, hay que dejar claro que los menores no lideran; es más, cuando son menores ni siquiera son considerados parte de la organización.
“Hay que entender que se da un aprovechamiento de los menores para, de alguna manera, introducir a otros en el consumo. Cuando van creciendo y cumpliendo años, entonces ahí sí se les ocupa para mover droga, para distribuir, para aspectos de seguridad y ya no solo como campanas. Llegan hasta ser vendedores de droga, sicarios y distribuidores de armas de fuego”.
– ¿Cuán rápido es para un menor escalar posiciones dentro de una banda narco?
– Ellos tienen que ir haciendo méritos. Una vez que están dentro de la estructura, tiene que buscar la manera de sobresalir y, dependiendo de los méritos que hagan, van ascendiendo y algún día podrían llegar a liderarla, pero no es algo de la noche a la mañana.
“El sicariato, por ejemplo, se da más que todo en personas adultas, pero a veces sí se da que un menor sea utilizado para acabar con la vida de otro menor, como ocurrió en Bribri de Pavas hace unos años. Y ese tipo de acciones son las que lamentablemente cuentan como méritos dentro de la organización.
“El concepto del temor es crucial, se rigen por la verticalidad”.
– En caso de querer retirarse de la banda, ¿les es posible?
– Podemos hablar desde nuestra experiencia que de esas personas que ingresan a tan corta edad, solo un 20% logra salir adelante, logra escaparse de las garras de este flagelo. Pero un 80% continúa con esa formación delincuencial porque se acostumbra, o porque se les hace fácil permanecer.
– Se dice que una solución para evitar este involucramiento de menores sería haciendo más severas las penas en contra de ellos. ¿Eso es algo realmente sostenible y oportuno?
– Para nada. (...) Hay que entender, también, que en realidad la responsabilidad penal de personas menores de edad es excepcional; se considera como último recurso (...) La sanción, para empezar, no tiene la misma finalidad que en adultos, donde es un castigo.
“En materia juvenil, la sanción tiene un fin psicoterapéutico, pedagógico. Esa persona, una vez sancionada, el sistema de ejecución de las sanciones le hace una sanción a su medida: ya sea algo socioeducativo, una orden de supervisión, etc. No es un castigo, sino que se trata de ver qué es lo que anda mal en el desarrollo de esa persona menor de edad y tratar de recomponerlo.
“Nada se hace con castigar a una persona que está en construcción. Claramente tiene que responder por sus actos y, si tiene que tener un internamiento directo (prisión, en el caso de adultos), lo tendrá que hacer, pero lo que se busca es ayudarlo a ser mejor y evitar recaer en delitos.
“Además, subir las penas no es viable puesto que ahorita la recomendación de organismos internacionales en temas de derechos humanos es de 12 años para penal juvenil. En Costa Rica, más bien, anda un poco diferente a las recomendaciones (pena máxima para menores de entre los 12 y 15 años es de 10 años; para jóvenes de entre 15 y 17, sube a 15 años)”.
– Por último, ¿cómo afecta a la sociedad la inmersión de menores en el narco?
– Es un peligro para la seguridad, pero sobre todo para la sociedad. Si un número importante de menores tiene esas expectativas de vida (delincuenciales), eso significa que como sociedad no brindamos oportunidades o programas o una política pública para evitar que una persona menor de edad se involucre en estructuras. Un menor no debería estar expuesto, debería estar con la familia y estudiar. No expuesto al fenómeno del narcotráfico.
Por eso el llamado es al Gobierno para que busque políticas, campañas educativas, mejorar los programas que hay y mejorar la cobertura de educación para evitar esto.
Un menor que esté recibiendo apoyo emocional, educativo y recreacional por parte de su familia y del Estado no cae en el narco.
