El grito de “¡Ayuda!” de Paola Amador resonó entre la neblina y el barro de los cerros de Escazú el 25 de noviembre de 2024. La joven madre se convirtió en la única sobreviviente del accidente de una avioneta que dejó cinco víctimas mortales, uniendo en su caída historias humanas, desafíos y un heroico rescate que marcó al país.
La alerta se activó de inmediato tras la desaparición del Cessna 206. Equipos de la Cruz Roja, bomberos, baquianos y voluntarios con experiencia en rescates de montaña respondieron con celeridad al llamado. A las 2 p. m., tras horas de vuelo en condiciones adversas, el piloto Everardo Carmona divisó los restos de la aeronave a 2.133 metros de altura, entre los cerros Pico Blanco, Pico Alto y Rabo de Mico, sumidos en una ladera empinada y rodeados de vegetación densa.
Un equipo de más de 40 socorristas inició el ascenso. La misión era un desafío monumental: lluvias persistentes, neblina espesa y un terreno cubierto de barro hicieron cada paso una prueba de resistencia física y mental.
La única sobreviviente, Paola Amador, relató más tarde a su madre lo que vivió en esos instantes cruciales. Según sus palabras, tras el impacto, escuchó voces de sus compañeros que poco a poco se apagaron. Al ver el accidente Paola pensó: “¡Esto es una pesadilla, esto es una pesadilla!”.
La copilota (Ruth Mora), le dijo: “Pao, tranquila, ya vienen por nosotros”. Pero la noche llegó, y ya no hubo más voces que la acompañaran. Ella permaneció consciente, aunque inmovilizada por sus heridas, en medio de la lluvia y el frío de la montaña.
En la noche, al escuchar sonidos de los rescatistas, Paola reunió fuerzas para gritar por ayuda. Su voz fue la clave para que los rescatistas la escucharan.
Una extracción con grandes desafíos
Neruda Céspedes Mora, uno de los baquianos que colaboró en la misión de rescate, describió la complejidad de la operación. “Fue un trabajo en conjunto de la Cruz Roja, los Bomberos y baquianos. Todas las entidades se sumaron a la búsqueda. Yo solo aporté mi granito de arena con la experiencia de conocer el terreno. Pensé en los familiares que estaban preocupados por sus seres queridos y los duros momentos que estaban pasando. Sabía que el tiempo era primordial para encontrar a las personas con vida”, expresó.
Una vez estabilizada, comenzó la complicada tarea de trasladarla a un punto accesible para la evacuación. La operación tomó más de ocho horas. Los senderos eran angostos y estaban cubiertos de maleza, barro y arbustos. Además, el frío de la noche y las bajas temperaturas dificultaron el avance. Los rescatistas avanzaron con extrema precaución debido a la delicada condición de la sobreviviente.
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Céspedes recordó que Amador permaneció consciente durante todo el trayecto, respondiendo con claridad a las preguntas de los rescatistas. Aunque se quejaba de dolores, se mantenía estable mientras el equipo la trasladaba por el empinado terreno. Poco a poco, los primeros rayos de sol iluminaron el sendero.
Al llegar al sector de la Ventolera, la esperanza se materializó en los rostros de los socorristas. Paola fue trasladada en una ambulancia al hospital, donde comenzó su recuperación. Mientras tanto, los equipos continuaron el desgarrador proceso de extracción de los cuerpos de sus compañeros fallecidos.
Protagonistas de una tragedia
Esta dolorosa tragedia expuso seis historias humanas que conectaron a todo un país.
Mario Miranda Ramírez, piloto de 40 años, oriundo de Limón y vecino de Desamparados, encontró en los cielos su pasión, heredada de su padre, Cleto Miranda Luna, quien también fue piloto. Trágicamente, ambos compartieron un destino marcado por accidentes aéreos. Cleto falleció en un siniestro en Pavas en enero del 2000, cuando una aeronave bimotor que pilotaba se estrelló contra una vivienda en Rohrmoser.
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Mario ya había enfrentado otra emergencia aérea en marzo de 2017. Mientras volaba como copiloto en un Piper Dakota, un zopilote impactó la aeronave sobre el río Virilla, lo que causó daños estructurales. Sin embargo lograron aterrizar sin heridos. El mismo día del accidente en Escazú, Miranda compartió un video en sus redes sociales mostrando una aproximación a una pista bajo condiciones lluviosas.
La copiloto Ruth Pamela Mora Chavarría, de 26 años, era vecina de la Trinidad de Moravia, en San José. Desde temprana edad soñó con ser piloto y trabajó arduamente para lograrlo. En 2016 se graduó de la especialidad de Diseño Gráfico en el Colegio Técnico Cedes Don Bosco, pero su entusiasmo por la aviación la llevó a certificarse como piloto privada en 2020. Recientemente, en octubre de 2024, aprobó el examen para volar aviones multimotor. Ruth fue descrita como una persona dedicada y responsable por todo lo que hacía.
Entre los pasajeros, Jean Franco Segura Prendas, de 28 años, era un apasionado del turismo y la conservación ambiental. Graduado en Turismo Ecológico por la Universidad de Costa Rica (UCR), destacó por su habilidad para los idiomas, dominando el inglés y el alemán. En los últimos seis años, laboró en roles de servicio al cliente y como guía turístico. Recientemente, se unió a la agencia Horizontes Nature Tours. Este viaje representaba su primer vuelo en avioneta y antes del vuelo expresó que no estaba convencido de subir al avión debido a las condiciones climáticas.
Gabriela López - Calleja Montealegre, de 64 años, era directora y tesorera de la Fundación Horizontes. López trabajó por décadas como líder en el gremio turístico, dejando un legado destacado en el turismo sostenible. A pesar de haberse jubilado hace dos años, continuaba vinculada a la agencia de viajes Horizontes como consultora. Diversos líderes del sector turístico, incluida la gerente general de dicha empresa, Ana Saborío, destacaron su contribución como un pilar en el sector y lamentaron profundamente su partida.
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Enrique Arturo Castillo Incera, de 56 años, era un empresario vinculado al sector turístico. Formaba parte del grupo empresarial Pachira, propietario de los hoteles Pachira Lodge, Evergreen y Aninga, todos ubicados en la región de Tortuguero.
La única sobreviviente, Paola Amador Segura, de 31 años, madre de dos niñas pequeñas. Residente de Tarbaca, en Aserrí, y guía turística de profesión, viajaba con otros tres colaboradores de la agencia Horizontes por razones laborales. Amador luchó por su vida en condiciones extremas hasta ser rescatada.
El accidente aéreo en los cerros de Escazú dejó más que cifras: cinco vidas truncadas, una sobreviviente que desafió la muerte y un operativo que demostró la dedicación de bomberos, baquianos y socorristas.
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