Todavía apesadumbrado y cabizbajo por lo vivido en el naufragio del navío Capitán Bismarkp, Audiel Rivas, pescador de mediana estatura, moreno y de contextura gruesa, recibió a La Nación en su casa en barrio San Martín de Golfito.
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Estaba un poco ronco, pero ofreció su relato en el corredor de la vivienda, acompañado por su compañera sentimental Aracelly Martínez y los dos hijos de ambos, Jeiko Samuel, de cuatro meses y Yuriel Uriel, de dos años.
Rivas pesca desde hace más de nueve años. Luego de salir de la primaria en Golfito, dejó los estudios y se fue a laborar en construcción, pero se aburrió y decidió trabajar en el mar.

El sábado 10 de febrero salieron hacia un punto de pesca a unas 350 millas de Matapalo (Quepos). No lo hicieron el día anterior, aunque tenían el zarpe, porque intentaron en vano conseguir el repuesto de un arrancador.
Poco después de zarpar, a 30 millas de la costa, les había fallado una bomba que ellos denominan caracol, la cual a su vez enfría una pieza llamada carrete, pero decidieron seguir adelante.
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Lo más trágico comenzó, según Rivas, cuando hubo tiempo de lluvia y un rayo descargó sobre la antena y los dejó sin navegador.

Luego, un desperfecto mecánico dañó los arrancadores y no pudieron activar el motor, pese a que trataron de varias formas.
Vieron pasar avioneta
Al verse a la deriva comenzó la preocupación por no saber dónde estaban y quedar a merced de las fuertes corrientes que cada vez los empujaban más.
Una tarde, como a las 6 p. m., pasó una avioneta y dedujeron que estaban cerca de Panamá y aunque quemaron pedazos de espuma y cobijas, no los divisó.
Empezaron a rendir más la comida y el agua, e incluso el capitán comenzó a inyectarse menos insulina.
Los cuatro decidieron dormir en la parte alta del barco por si alguien pasaba, pero no fue así y a los días la desesperanza llegó y los tripulantes volvieron a sus camarotes para evitar el frío de afuera.
Solo el capitán quedó en la parte alta. “El siempre bajaba a comer, pero se puso malito, nosotros le dábamos agua de azúcar, pero al día siguiente no se acordaba de lo que había hecho y hasta se golpeaba en las paredes”, afirmó.
Capitán entró en delirio
El 25 de febrero a las 4 a. m. Audiel se levantó porque le pareció escuchar al capitán hablando con alguien. Cuando llegó a la parte alta, lo vio conversando solo. Rivas le preguntó a quién se dirigía y Vásquez le contestó que con la mamá, ya fallecida, que le llamaba.
Al notarlo enfermo, los tres marineros se turnaron para acompañarlo. Rivas cuenta que se puso a hablar muy fuerte. En un instante, decidió irse a prepararle agua con azúcar pero como no tenían agua, tenía que derretir hielo del que usan para transportar el pescado, cuando en eso oyó que el capitán cayó al mar.
Corrió a agarrar una boya con un mecate, pero "en eso se lanzó Jorge detrás del capitán. La corriente era fuerte y lo tapaba. Cuando nosotros lo trepamos a la lancha, ya estaba fallecido (Vásquez)”, afirmó Rivas.
Pese a que le hicieron maniobras de reanimación y le tomaron el pulso en la garganta, no respiraba. Aún así lo dejaron a ver si volvía y no fue así.
Luego decidieron meterlo en una bolsa plástica con hielo, para conservarlo.
Recargaron artesanalmente el celular
Tenían cuatro días de no tener comunicación alguna con la familia y como el teléfono satelital estaba descargado, agarraron baterías de foco y sacaron otras de las radioboyas hasta que lograron cargarlo y avisaron del deceso.
“Cuando la esposa del capitán llamó para saber de su esposo, yo le mentí, porque no quería decirle que ya había fallecido. Le dije que estaba enfermito, pero no me salían las palabras para decirle que ya había fallecido”, explicó.
Después le dijo que le pusiera un hijo, pero ella se dio cuenta, algo presentía de que él ya no estaba. Ella le pasó a un hijo y el pescador Víctor Umaña tomó el teléfono satelital y le dijo que el papá ya había fallecido”.

En medio de esa tragedia, Rivas describió la alegría que los invadió cuando una tía de Umaña los llamó al satelital para decirles que ya los habían localizado. Poco después llamó otra persona, que les informó que un barco iba a pasar cerca.
“Esos teléfonos valen muy caros, valen casi un millón de pesos, entonces la mayoría de las personas no pueden comprarlos”, afirmó el pescador, quien dijo no saber de quién era el aparato.
“Con el perdón de la familia, debo decir que si el señor (el capitán) no se hubiera muerto, no nos hubieran buscado”, manifestó.
Para ese entonces ya no tenían agua y la comida era escasa, por lo que comían solo una vez al día y tomaban agua del hielo de las dos neveras.
Cuando el barco petrolero los rescató, a eso de las 9 p. m. del domingo 25 de febrero, el médico del navío les dijo que tenían que tomar una decisión porque a los cinco días el cuerpo se descomponía y ellos podían enfermarse, pero ellos insistieron y pudieron llevárselo, en lugar de tirarlo al mar, como se los habían sugerido.

Colocaron los restos de Vásquez en una cámara fría y navegaron dos días hasta tierra ecuatoriana, donde les dieron agua limpia y comida y los llevaron hasta puerto Esmeralda y luego a Quito, donde permanecieron hasta que la Dirección de Migración y Extranjería coordinó su retorno vía aérea.
Rivas dijo que, pese a que contar esta historia le hace revivir lo sufrido, en los próximos días espera volver a su faena de pescador.
Se consideró afortunado por la oportunidad de volver a encontrarse con sus hijos, los más pequeños, así como una adolescente de 15 años, de una relación previa.
Sobre el trabajo en el mar, dijo que es cansado. Nunca se come a las horas que corresponde. A veces pescan y a veces las cuerdas salen vacías, solo con la carnada.
Cuando llegan a un punto de pesca, lanzan el equipo en la tarde y hasta el otro día levantan las artes de pesca. A veces se dura un día entero sacando el producto de los anzuelos, pero no siempre es así.
“Uno quiere traer bastante pescado para ganar plata. Todo mundo cree que es nada más ir y pescar, pero no es así”.
“Son riesgos que tomamos, porque si nos agarran en otro país, allá nos quedamos”.
También afrontan riesgos de un naufragio.
Explicó que un capitán tiene mucha responsabilidad, porque si no captura, le quitan el barco y lo más triste es que a veces vienen con bastante pescado, pero los precios están bajos, entonces, nunca tienen salario fijo.
A veces duran 15 días mar adentro.
Por todo lo expuesto, Rivas lamentó algunas dudas externadas por la viuda del capitán, sobre la forma en que habría muerto Vásquez pues reconoció que él fue el único que lo vio caer al mar y dijo que sostendrá su versión ante quien sea.
