3:57 p. m. del lunes 22 de abril de 1991. El terremoto más potente del planeta, en ese año, tuvo su epicentro en Valle La Estrella, una comunidad rural de gente humilde en el extremo noreste del país.
Costa Rica entera sintió la potente sacudida de 7,7 grados que destruyó edificaciones, puentes, carreteras y miles de viviendas. Dejó 651 personas heridas y 48 muertos.
Han pasado 30 años desde aquella tarde trágica, pero para quienes estuvieron en la primera línea de servicio, el recuerdo es inolvidable.
Alonso Tenorio, Yenan Flores y Manuel Loaiza rememoran su misión como cruzrojistas en la zona del desastre: salvar vidas y llevar alimento y consuelo a quienes lo habían perdido todo.
A ellos se suma el relato de German Güendel, el bombero que logró instalar un sistema de comunicaciones que pudiera enlazar al Caribe con la capital en medio de la emergencia.
Yenan, por ejemplo, era un jovencito de 17 años que combinaba su voluntariado en la Cruz Roja con sus obligaciones en el colegio. Esa tarde estaba estudiando para un examen de quinto año, cuando sobrevino el terremoto. De inmediato, se puso a las órdenes de su comité local, en Moravia, y para la noche ya estaba sobre la ruta 32, o lo que quedaba de ella, rumbo al epicentro.
“Fuimos los primeros en entrar por tierra... Después del terremoto los que teníamos ese sentimiento de humanidad ya estábamos listos para prestar ayuda donde fuera y yo recuerdo que ese día llegamos, a la Cruz Roja de Moravia, Alonso Tenorio, Jose Pablo Morales, Manuel Porras y yo. Todos teníamos una mochila lista con las cosas que necesitábamos, porque sí entendíamos que salíamos, pero no sabíamos cuándo íbamos a regresar.
“Esa misma noche estábamos disponibles en la sede central y fuimos los primeros, al mando de Carlos Gutiérrez, los que ingresamos a Limón por tierra. Ese viaje fue una odisea. En la carretera había grietas, en algunas no se veía el fondo, y sobre ellas teníamos que poner unas tablas de madera grandes para que pasara la ambulancia. Era una caricatura de los Picapiedra”, relata Yenan Flores desde Naples, Florida, Estados Unidos, donde reside desde hace 22 años.
Alonso Tenorio tenía 23 años y rememora que el viaje se interrumpió en el puente sobre el río Chirripó, que había colapsado. Ahí pasaron la noche, a la intemperie. Estaban a 30 km del centro de Limón.
Al día siguiente intentaron pasar por la parte menos profunda del río, pero no pudieron y tuvieron que ser remolcados por un tractor.
“Cuando logramos cruzar observamos las enormes grietas en la carretera. Eran impresionantes, en algunos sectores colocamos tablones para que el carro pasara... A pocos metros del puente, del lado de Limón, nos encontramos un tráiler volcado y el chofer fuera de él en buen estado de salud y después una casa totalmente destruida, pero sus ocupantes igual estaban bien, y así pasaron más o menos cuatro horas para llegar al centro de Limón.
Logramos llegar a la base de Limón donde la gente llegaba a pedir ayuda, muchos lo perdieron todo.
Para Tenorio, hoy fotoperiodista de La Nación, y para Flores, preparador físico y dueño de una compañía de pintura, el recuerdo más fuerte sobrevino cuando participaron en el rescate de la única víctima que murió en el Hotel Internacional, un notificador del Juzgado Segundo Penal de Limón identificado como Johnny Holl. El hotel esquinero, de cuatro pisos y ubicado a 100 metros del mar, se derrumbó.
Ambos recuerdan que ingresaron con la guía de Juan Campos Zumbado, para entonces, el único costarricense especializado en rescates en espacios confinados.
Tuvieron el apoyo de un equipo de rescatistas británicos que vinieron con cámaras infrarrojas y equipos para detectar sonidos, los más modernos en la época y de una brigada suiza con perros entrenados.
Tras varios días de trabajo, el señor fue localizado en el primer piso al lado izquierdo de la estructura.
Flores dice que la chaqueta de la víctima era de color claro y con parches y estaba colocada en el respaldar de una silla. Él la tomó y fue la referencia para que sus familiares, que esperaban a dos cuadras del sitio del siniestro, pudieran identificarlo. “Por cosas de la vida esa jacket sigue conmigo, es un recuerdo imborrable”, reconoce.
Luego las labores de ambos se repartieron entre inspeccionar la situación en Valle La Estrella, al que ingresaron caminando por los ríos Bananito y Estrella y apoyar en el aeropuerto de Limón en el traslado de los heridos, muchos de ellos con fracturas expuestas en extremidades inferiores.
Yenan recuerda que dormían donde se pudiera, en un garaje, una acera o incluso en un cajero automático.
“Una noche brillante se me ocurrió irme a dormir al cajero del Banco Popular, que estaba cerquita de la Cruz Roja. Era tanto el calor que yo volví a ver el cajero automático y dije, ‘pero ahí hay aire acondicionado’ y fui y me metí ahí y cuando me desperté no cabía una sola persona más. Luego nos cerraron el cajero”, relata.
La llegada a Alta Talamanca
Manuel Loaiza Naranjo fue otro de las decenas o cientos de socorristas que inundaron el Caribe en un gesto por rescatar a los más golpeados por la emergencia. Él, de 29 años, ya era un especialista de la Unidad de Montaña de la Cruz Roja, así que su misión implicó recibir en Limón a los heridos de la Alta Talamanca.
Sus compañeros entraron por tierra hasta donde pudieron, en la unidad de rescate 424 y luego se apoyaron en dos helicópteros Bell del Grupo de Observadores de las Naciones Unidas para Centroamérica (Onuca), que estaban en la región vigilando el cese de las ayudas a fuerzas irregulares y a los movimientos de insurrección.
También los apoyó un helicóptero de fabricación rusa prestado por el gobierno de Daniel Ortega, en Nicaragua.
Eso les permitió evacuar a decenas de personas, muchas de ellas con lesiones en extremidades inferiores o que acumulaban días incomunicadas, sin acceso a agua potable o alimentos.
Los más graves llegaban vía aérea al aeropuerto internacional de Limón, donde un Lockheed C-130 Hercules del Gobierno de los Estados Unidos (EE. UU.), hacía las veces de ambulancia aérea.
Según rememora Loaiza, las labores de enlace con la Embajada de EE. UU. en la terminal aérea estaban al mando de Keith Holtermann. El avión ingresó a territorio tico lleno de provisiones y equipo vital para las labores de salvamento y luego se convirtió en el medio más eficaz para trasladar al Juan Santamaría a los pacientes que requerían atención en hospitales metropolitanos.
“Hice como dos o tres vuelos ambulancia en ese Hercules, fue de gran ayuda. Con él pude regresar a San José después de una semana en la atención de los heridos en Limón”, rememora Loaiza, hoy en operaciones del 9-1-1.
Un enlace de comunicaciones
German Güendel era bombero aquel 22 de abril. Estaba de guardia en la Central de Comunicaciones (OCO) cuando sobrevino el sismo. Dos horas después ya iba de camino hacia Limón para tratar de montar un enlace de comunicaciones para conectar la zona del terremoto con San José.
Bomberos tenía entonces un vehículo de comunicaciones con todo el equipo necesario para esa misión, así que en él se enrumbó hacia el Caribe.
“Vea lo que es la vida, estaba Héctor Chaves, hoy director de Bomberos. Él era voluntario y estaba por ahí y le dijo: Héctor, jale, vaya cómprese unos atunes y unas galletas y vámonos, con la misma ropa que tenemos. Lo que hice fue que pasé por el frente de mi casa para ver si no se había caído y como la vi en pie me fui para Limón”.
Según recuerda con precisión, decidieron montar el centro de comunicaciones en un punto intermedio que ya conocían: Batán. Para pasar los zanjones de la carretera colocaron escaleras reforzadas con árboles, a modo de rampas.
“Llegar a Batán fue una odisea, porque aquellos cangilones en la calle, la licuefacción... Yo vi en un pueblito ahí, cerca de Batán, hubo licuefacción, las casas que estaban montadas en pilotes, dieron vuelta, eso fue terrible.
“Llegamos a Batán y ahí fue algo increíble, recuperar muertos, temblaba a cada rato, la gente asustada, casas caídas. Esa primera noche dormimos en la calle, con los compañeros de Cruz Roja y de Fuerza Púbica.
“Una anécdota muy dolorosa era ver que la gente quería que les entregáramos los cuerpos de sus familiares caídos, pero no se podía, había que entregárselos al OIJ, al Poder Judicial, había que traerlos a San José. Nosotros los teníamos en el cajón de un pick-up mientras llegaba el OIJ”, describe Güendel, quien años después se convirtió en el primer jefe de operaciones del 9-1-1.
Con tristeza, reconoce que la gente no quería salir de las casas, aunque estas estaban a punto de colapsar.
Hoy ya retirado, don German, quien también cubrió la emergencia del huracán Mitch en Honduras, reconoce que esos 15 días en Batán fueron de los más duros de su carrera como bombero.
“Gracias a Dios logramos el cometido de ayudar, que eso es parte de lo que siempre nos ha motivado, para eso fui bombero toda mi vida”.
Colaboraron el documentalista Jorge Muñoz y la videografa Gabriela Gago.