Delgado, bajito, rubio y retraído, William Walker pasó muchas horas leyéndole a su madre en su lecho de enferma. Ese hábito y la tutela materna hicieron de él un escolar excepcional. Sus amigos le llamaban “Billy” y se burlaban de él por sus lecturas y su amaneramiento.
Su novia de juventud fue Ellen Galt Martin, bella y educada joven sordomuda de familia acomodada. Enamorado profundamente, Walker aprendió el lenguaje por señas para comunicarse mejor con ella. A causa de algunos contratiempos debieron alejarse y esto afectó mucho a Ellen, quien murió del cólera en abril de 1849. Rastros del dolor de Walker quedaron en varios artículos publicados por él.
¿Cómo fue que un hombre de extraordinaria inteligencia, políglota, de vasta y profunda cultura, con estudios en medicina, derecho y periodismo y una estadía de dos años en Paris, se transformó en filibustero y tuvo un final trágico, predecible y merecido? ¿Provocó la muerte prematura de su amada aquel cambio radical?
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El historiador Alejandro Bolaños Geyer ofrece el siguiente perfil psicológico de Walker: “… muestra una estructura psíquica de personalidad múltiple originada en un severo complejo edipal. La personalidad múltiple consiste en la fragmentación del subconsciente en dos o más personalidades diferentes, separadas y aisladas unas de otras. En términos médicos, es una “neurosis histérica, de tipo disociativo”, y en literatura es tema de obras inmortales como el Dr. Jekyll and Mr. Hyde de Stevenson y las grandes novelas de Dostoievski.”
Desde París, en carta a su amigo John Berrien Lindsley, Walker da una leve pero esclarecedora pista de su verdadera naturaleza íntima: “¡Qué influencia tan grande puede ejercer la más pequeña circunstancia en todo nuestro ser! La lectura de una sola frase, −qué va, el oír una sola palabra puede cambiar el curso entero de una vida”−. ¿Qué pequeña circunstancia obró en la psique del modosito Billy para convertirlo en un sanguinario y ambicioso filibustero?
Bolaños especula que fue una burla o descalificación dicha por una mujer que Walker llevó al lecho en una de sus andanzas en el bajo mundo parisino. En el momento de la intimidad no pudo consumar el acto porque vio en ella el rostro de su madre y lo paralizó el terror al incesto. Refuerza su teoría con el poema La Crucifixión, escrito por Walker teniendo en mente La novia de Abidos de Byron, una historia de incesto. Allí se lee: “¡Qué enormemente diferente sienten quienes contemplan al mismo tiempo el mismo objeto!”.
Sin duda, no solo por esa disonancia cognitiva ante el incesto, sino también por su sensibilidad poética y por sus escarceos, escabrosos para la época, Byron ejerció en él un impacto obsesivo. Curiosamente, Byron moría en abril de 1824, Walker nacía en mayo del mismo año, y murieron a la misma edad.
Cuando estaba enamorado de Ellen, Walker se manifestaba como decidido defensor de la paz: en 1846, durante los preparativos de la guerra contra México, le escribió a un amigo: “se predicaba la guerra como si fuese el más noble y sublime de los estados y quehaceres del hombre, un espectáculo para deleite de los dioses y semidioses.”
Pero ya en marzo de 1848, consumado el despojo de los territorios de Nuevo México y Alta California y la aceptación de la frontera de Texas en el Río Bravo, Walker aparece como abanderado del Destino Manifiesto en artículos que glorifican el expansionismo norteamericano: “Nuestro destino manifiesto es el de extendernos y poseer todo el continente que la Providencia nos ha dado para que desarrollemos el gran experimento de libertad y auto-gobierno federado que nos ha confiado.”
Walker personificó, por convicción, ese sentimiento.
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Las andanzas de Walker por Centroamérica terminarán con la entrada en escena del inglés Norvell Salmon, capitán del vapor de guerra Icarus. Salmon lo había acechado por el Caribe para neutralizar sus aventuras guerreras y, aunque Walker lo esquivó varias veces, en cuanto supo que había tomado Trujillo y el Fuerte Santa Bárbara, fue hasta allá y le exigió su rendición. El filibustero aprovechó la noche para huir con su gente y adentrarse en el territorio hondureño.
En su fuga, la fuerza de Walker fue atacada por el enviado del presidente Guardiola, el General Mariano Álvarez, y sus 200 olancheños, a quienes se unieron Salmon y sus hombres. Al filibustero lo encontraron refugiado en la finca de un inglés y, sin entrar en combate, Salmon lo convenció de que se rindiera, pero en Trujillo lo entregó, junto a su segundo Antonio Francisco Rudler, a las autoridades hondureñas “incondicionalmente para que fueran tratados conforme a derecho”.
El General Álvarez, que había recibido órdenes precisas del presidente Guardiola, instruyó al Comandante de Trujillo y este inició el juicio sumario de ambos. Aunque la orden de fusilamiento cubría a ambos, al final Rudler se salvó.
En el juicio militar, Walker hizo un alegato amplio, variado y, a veces, enrevesado. Admitió que, en calidad de ciudadano y General de Nicaragua, se sentía acreditado para pasar a ese país a disfrutar de ciertos privilegios y derechos que tenía allá; y fue por tal motivo que, a fin de proporcionarse “vía de comunicación” por Honduras, ocupó la plaza de Trujillo. Además, adujo que aquella operación era una represalia por el ataque que las fuerzas hondureñas le habían hecho en tierra nicaragüense durante la guerra que libraron los centroamericanos contra él.
Rudler, por contraste, declaró que Walker lo llevó hasta aquellos rumbos para apoderarse de Roatán (Islas de la Bahía) donde los ingleses no les habían permitido desembarcar. Walker negó tal versión y explicó que su única intención había sido proporcionarles a los isleños garantías ante el Estado de Honduras, al que Inglaterra devolvería las islas. Admitió que había sido invitado por algunos isleños y que solo proyectaba organizar desde ahí la expedición a Nicaragua y que la operación en Trujillo la había decidido a última hora.
En un segundo interrogatorio Rudler dio más detalles de sus acciones en Roatán y confesó que el principal plan de Walker era derrocar al General Guardiola y poner en la presidencia al General Cabañas. En su réplica Walker admite que en la proclama suya al llegar a Trujillo había mencionado los derechos que tenía en Nicaragua y que, como los moradores de las Islas de la Bahía requerían garantías para someterse al Gobierno de Honduras, y los americanos residentes allí también lo habían llamado para lo mismo, se había ofrecido para acaudillar el movimiento y deponer a Guardiola si este no les daba esas garantías.
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A Walker se le recordó que si había sido expulsado por las repúblicas centroamericanas de Nicaragua era porque “…no tenía ningún título legal para ostentar el poder, que había decretado la esclavitud, había asesinado a muchos hombres notables…”. Como era de esperar, no estuvo de acuerdo con esas apreciaciones y buscó que se le juzgara en un Consejo de Guerra y no por bandolerismo por las fechorías cometidos por él y los suyos mientras controlaban la plaza de Trujillo.
En el resumen del juicio se lee: “…se la hace saber a Walker que, al atacar la plaza sin un título legal, sin declaratoria de guerra y con hombres armados ha cometido acto de piratería o filibusterismo, delito grave que se castiga con la pena mayor en todas las Naciones.” Por su parte Walker alegó que el filibusterismo era delito que se cometía en el mar y no en tierra, y que estaba en guerra con el estado de Honduras desde que este se la había declarado en 1856. Era claro que el filibustero buscaba dar un sesgo político a sus acciones en Trujillo, pero el jurado lo vio como un bandolero y como tal lo le condenó al fusilamiento.
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Walker caminó impávido, custodiado, adelante por dos soldados con espada desenvainada y seguido por otros tres con bayoneta calada. Llevaba el sombrero en su mano derecha y en la otra un crucifico que miraba fijamente. A su lado, un cura lo salmodió en el corto trayecto que va desde el Fuerte Santa Bárbara hasta la Plaza de Armas de Trujillo, lugar del ajusticiamiento.
Antes de sentarse en la silla del cadalso, por el tono quedo de su voz le pidió al cura que repitiera en voz alta las siguientes palabras: “… soy católico romano. Es injusta la guerra que le hecho a Honduras por sugestiones de algunos roataneños. Los que me han acompañado no tienen culpa sino yo. Pido perdón al pueblo. Recibo con resignación la muerte. Quiera que sea un bien para la sociedad”. Tenía 36 años y de no conocérsele sus veleidades ideológicas y éticas, podría habérsele tomado por un hombre sensato y sincero. Su valentía no estaba en duda y su arrojo y su belicosidad permiten especular que a partir de la muerte de Ellen tuvo prisa por morir.
No tuvo la suerte que anhelaba cuando escribió: “… y es en nuestra tierra natal donde deseamos que reposen nuestros huesos cuando hayamos realizado los propósitos de nuestro ser y alcanzado los fines para los que fuimos creados”. En su Nashville natal, apenas lo recuerdan con una placa que destaca sus empresas bélicas (fallidas), mientras que su tumba en tierra extraña es visitada, sobre todo, por gringos atraídos por su insólita historia. Ni políticos ni familiares han reclamado jamás sus restos que esperan el olvido eterno en el antiguo cementerio de Trujillo.
Trujillo mantiene sus restos, con hidalguía y justicia, bajo una simple lápida, circundada por una verja pequeña y sin una cruz que advierta que ahí yace un cristiano (originalmente presbiteriano, después católico por conveniencia). No pareciera haber ahí una tumba, pero sí hay una advertencia explícita sobre la lápida, en cuya parte superior, en bajorrelieve, se lee: WILLIAM WALKER. Debajo, en una placa metálica, está la leyenda: “WILLIAM WALKER” FUSILADO, 12 setiembre de 1860.