
“Es un fuego que quiere estallar, y no le puede importar menos lo que estamos haciendo aquí arriba”.
La voz del director alemán Werner Herzog suena ronca mientras las imágenes de un hoyo flameante y enfurecido muestra una pincelada de su poder destructor.
En el documental Into de Inferno (En el infierno) el cineasta y el vulcanólogo Clive Oppenheimer exploran algunos de los volcanes más imponentes del mundo. Buscan contar la ciencia tras ellos, pero eso no es lo que más importa: persiguen el lado mágico, la fuerza de la naturaleza, los demonios, los dioses y las leyendas que esconden los agujeros encendidos al centro de la Tierra.
“(Herzog) necesita pasar un poco de tiempo en Hawái”, dice el escritor Lawrence Downes en The Washington Post. “Donde la gente que vive en lo alto de los volcanes ha manejado la volatilidad geológica durante siglos con comprensión e incluso afecto, mientras se empacan en este momento y se quitan de en medio. Mantienen la calma y la confianza, para usar la palabra hawaiana que significa moverse: van con la corriente”.

“La corriente” en estos días está sucediendo a lo largo de la zona este de Kilauea, uno de los cinco volcanes que conforman la isla de Hawái.
El Kilauea ha estado en erupción casi permanente desde 1983 en su flanco oriental. Esta semana, su más reciente erupción ofreció un espectáculo cruel para sus vecinos, y alucinante para los lentes de las cámaras.
Casas, calles y automóviles han sido tragados por la lava y cerca de 2.000 personas debieron ser evacuadas en el distrito de Puna (sureste de la isla) por los gases tóxicos. Continuos temblores envían un mensaje contundente: la montaña despertó. Y con ella, también lo hizo la antigua leyenda de la diosa del fuego que según hawaianos vive en el volcán.
Más de 35 casas y otros edificios fueron completamente destruidos por el fuego y la lava.


“Si bien esto es un desastre, no es del tipo de Hollywood o Herzog”, escribe Downes. “Kilauea no es Vesuvio, y Leilani Estates no es Pompeya”.
“El último flujo de lava que llegó aquí fue hace mucho tiempo, así que no creía que hubiera ninguna amenaza”, le dijo Scott Wiggers a The Washington Post. El hombre, quien actualmente es guía turístico en el parque nacional de volcanes en Hawái, se mudó a la isla en en 2011. “Soy un poco arriesgado”.
El riesgo apenas duró unos años en llegar.
“Es un desastre del que puedes alejarte”, le dijo Quince Mento al escritor Downes. Él, exadministrador de defensa civil para el condado de Hawái, bombero retirado y su primo, le contó que la emergencia estaba muy localizada en una zona de la isla.
“Al menos en Hilo (la ciudad más grande), aunque todo el mundo tiene mucha empatía, aquí todo sigue igual”, aseguró.

Amenaza real
En Hawái, asegura Downes en su texto, la amenaza de una catástrofe repentina, aunque no lo parezca así, no es tanto de lava, sino de tsunamis, que han devastado lugares repetidamente como Hilo en minutos.
También de los huracanes, que como resultado del calentamiento global han estado rodando a través de los océanos más a menudo y con más fuerza… con las islas hawaianas de pie en el Pacífico norte como bolos de billar.
“Luego están los desastres a cámara lenta, sucediendo ahora mismo, sobre los que equipos de televisión no hiperventilan”, añadió. “Playas acosadas por la erosión y la basura plástica del océano. Extinción de especies impulsadas por el clima; las aves hawaianas nativas enfriándose en masa por la malaria aviar. Las focas monje de Hawái están muriendo. El árbol de roca madre del bosque nativo, ohia, plagado de una plaga fúngica incurable”.


La leyenda despierta
Al lado de acontecimientos miserables, la erupción del Kilauea, larga y lenta, se destaca en el relieve y llama la atención del mundo por su impotencia.
Para la mitología hawaiana y los practicantes de la religión nativa, la lava tiene un significado más allá de lo palpable.
Para ellos, Kilauea es el hogar de Pelé, la diosa del fuego: la que se sacudió y arrasó con casas y bosque sin ningún reparo.
“Si volaras sobre la reserva forestal de la Puna, parece un mosaico”, le dijo a Downes, Davianna Pomaika’i McGregor, profesora de estudios étnicos y experta en historia hawaiana en la Universidad de Hawái. “Cuando Pelé atraviesa un área (y por supuesto en su reino de Kilauea, que está rodeado por el bosque de Puna), cubre la tierra con lava, pero también deja atrás oasis llenos de bosques en pleno crecimiento, desde los árboles altos hasta helechos y vides”.
Una vez que la lava se enfría, estos oasis (kipukas, en hawaiano), ayudan a revivir la tierra negra, el viento sopla esporas y los pájaros se encargan de esparcir las semillas. La vida regresa.

“La naturaleza de un volcán es impredecible, es volátil”, dijo McGregor. “Es para ser respetado, porque es una fuerza que no podemos controlar, y necesitamos alinearnos con esa fuerza de vida, ese maná, y avanzar con ella”.
McGregor le señaló un libro llamado Ka Honua Ola (La tierra viviente) del erudito hawaiano Pualani Kanaka’ole Kanahele, con sus traducciones de cánticos antiguos sobre erupciones.
Los cánticos inician con la palabra “hulihia”, que significa “volcado, derrocado y azotado”: el signo del poder transformador de Pelé sobre la tierra.
Le recordó uno de los cantos, una invitación de la diosa: “Entra en mi reino, ven a disfrutar de mi danza y la belleza de la erupción. Pero recuerda que todo lo que está caliente aquí es mío”.

