“Ese es un trabajo para gente pobre”. “Es un trabajo durísimo”. “¿Ir yo a coger café? ¡Jamás!”.
Algunas de estas frases se las he escuchado a muchas personas cercanas que, incluso, están sin trabajo por la difícil situación económica a la que nos hemos enfrentado la pandemia. Ellos ven en uno de los trabajos más representativos de nuestro país, una actividad que está destinada solo para cierto grupo de personas y no como una oportunidad laboral digna.
Según datos del Instituto del Café de Costa Rica (Icafé), más del 60% de la mano de obra que se dedica en Costa Rica a coger café durante las cosechas es extranjera, en su mayoría nicaragüense y panameña.
Nunca en mi vida he cogido café, no he tenido ni la oportunidad ni la necesidad de hacerlo, pero descubrí que puedo y que pese a lo que muchos piensan, es un trabajo bonito y hasta sencillo. Además, varios cogedores a los que entrevisté y con los que me metí a un cafetal en San Marcos de Tarrazú, me lo confirmaron.
En un día fresco, con buen sol, pero no con un calor abrasador, un grupo de nicaragüenses me contaron de su experiencia, de cómo llegaron al país buscando una manera de generar dinero y llevar de manera honrada y digna el sustento a sus hogares.
Entre ellos había hombres de mediana edad, niños, mujeres y jóvenes. Una de ellas es Dodania Ramos, quien con apenas 17 años decidió emprender viaje a nuestro país desde su tierra natal para trabajar.
Ella tiene un hijo que pronto va a cumplir su primer año, lo dejó en Nicaragua y vino con con un grupo de familiares y amigos cercanos a trabajar a esta finca ubicada en Bajo Carrizal.
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Es una jovencita de hablar poco, algo tímida, pero bien valiente para el trabajo. Nunca en su vida había cogido café, pero aprendió rápido, pues tuvo buenos maestros. La vi de rodillas buscando los granos maduros en las matas más pequeñitas; tal vez por su juventud, esta posición se le hizo fácil para juntar los granitos que estaban tirados en el suelo y que llegaron allí porque los bota la lluvia.
Entre mata y mata se arma el vacilón, porque como en este caso todos son familia y amigos cercanos (que llegaron en su propia burbuja social a trabajar), las risas y las conversaciones son la tónica durante la jornada de trabajo.
Entre esas conversaciones me di cuenta de que la pareja de Dodania estaba triste porque no iba a pasar el primer cumpleaños de su hijo en su compañía, pero también aseguró, mientras contaba algunos recuerdos de su bebé, que valía la pena la distancia para que el pequeño tuviera casa, ropa y comida.
Otra mujer que me llamó la atención fue la pequeña Keylin, de 11 años. Ella casi ni se veía entre las matas que medían cerca de metro y medio de tamaño. Ahí estaba Keylin, buscando los granos maduros y manejando a su gusto las ramas de las matas: con una admirable agilidad y rapidez en sus manos, la pequeñita escogía con gran destreza los granitos maduros.
A su lado estaba su papá, don Juan Humberto Ramos, quien también seleccionaba el café mientras cuidaba de cerca a la más pequeña de la familia.
“Es un trabajo suave para nosotros que estamos acostumbrados a trabajar muy fuerte. Es bonito porque pasa uno entretenido y relajado, en medio de la naturaleza. Vengo con mi hija para enseñarle el valor del trabajo que es también algo sano”, explicó don Juan.
Ella, mientras seguía bien afanada, me contó que estudia en la escuela y que aprovechó las vacaciones para acompañar a su papá y ganarse alguito para ayudar a la familia.
Además de Keylin, Dodania y don Juan, otro miembro de la familia Ramos es David, a quien encontramos como un rayo veloz pasando entre las matas de café.
De manera modesta dijo que era uno de los “más lerdos”, pero aquella agilidad y rapidez impresionaban. “Si las matas están bien cargadas (de granos maduros) duro como 20 minutos llenado una canasta”, contó todo orgulloso.
Si hacemos números, a este muchacho de 22 años le va bien en su jornada. Una canasta y media de café equivale a una cajuela, esta se paga a ¢1.011; así las cosas, por tres canastas llenas serían dos cajuelas y un total de ¢2.022 por una hora de trabajo, lo que al final de una jornada de ocho horas corresponde a ¢16.176 (según la lista de salarios mínimos del Ministerio de Trabajo un trabajador en ocupación no calificada gana ¢10.620 por jornada).
Claro, para lograr coger café con esa agilidad hay que tener muchas experiencia, que solo se gana trabajando como lo ha hecho David desde que tenía 17 años.
Yo intenté ponérmele “al corte” a los experimentados, y con la ayuda de Dennis -quien prefirió que le dijéramos Pato como todos sus compañeros- me puse la canasta a la cintura y comencé.
Entre vacilada y vacilada, porque me temblaban las manos de los nervios por no quedar a la altura, Pato me enseñó a escoger las matas para que se me hiciera más fácil la jornada. “Busque las que están más cargadas, esas son las más fáciles, pero tampoco vaya a dejar las peladitas botadas porque a esas también se les saca bastante”, me advirtió.
Me hizo varias bromas cuando solté sin querer una rama y me dio directo en la cara o cuando me resbalé en uno de los trillos entre las matas, pero reconozco que Pato fue un buen maestro. ¡Y aprendí mucho de él!
Aprendí que por más que traté de ser pulcra en la selección de los granos, se colan uno que otro granillo verde y, no importa, la cosa es que lo que se cogió se cogió y no hay que botarlo.
Aprendí que también lo que está en el suelo se recoge, que es otra parte importante de la jornada porque, como dije antes, todo cuenta.
Aprendí, después de una regañada con broma incluida, que las hojas se tienen que sacar del saco, que eso es como una limpieza.
Aprendí que no tengo manos tan ágiles, pero que con el tiempo y la experiencia podría mejorar bastante y que en algo aporté a la cosecha de Pato, aunque sea con un poquitillo de café cogido en unos 30 minutos.
Aprendí, sobretodo, a respetar y a dignificar esta honrada manera de ganarse la vida.
Al final del ratito que cogí café, Pato y el patrón me piropearon, me dijeron que cojo bonito el café y que casi no se me fueron granitos verdes.
“Yo eché las muelas en esta finca, cojo café desde que tenía como nueve años. Es un brete bien bonito, entretenido y se gana bien”, recordó mi maestro Pato, quien ahora tiene 28 años, y es uno de los peones fijos de la finca.
Pato trabaja todo el año dándole mantenimiento al cafetal poniéndole abono a las matas, también cuidándolas de las enfermedades y plagas que afectan a nuestro grano de oro.
Seguros
El dueño de la finca donde encontramos a estos trabajadores es David Montero, quien desde hace más de 40 años trabaja con café.
Él aseguró que, año con año, la mano de obra extranjera en los cafetales supera por mucho a la costarricense, justamente por los estereotipos que se manejan entre los ticos de que coger café es extenuante, poco rentable y en muchas ocasiones es más lo que se trabaja que lo que se gana.
Montero explicó que este año tuvo que comenzar las cogidas un poco más tarde. Las autoridades migratorias endurecieron las restricciones en las fronteras del país por la pandemia, lo que atrasó, más de lo esperado, la entrada de nicaragüenses y panameños. Curiosamente, a pesar del aumento del desempleo en el país por la crisis económica, el patrón no recibió ofertas de ticos para coger café.
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“Yo hubiera empezado hace como 15 días las cogidas, pero no tenía quién cogiera porque no hay ticos que quieran venir y tuve que esperar mucho a los otros peones”, comentó.
Entre las regulaciones de salud y los trámites migratorios, las familias que trabajan donde Montero tuvieron retrasos. Eso sí, apenas llegaron descansaron un par de horas por el pesado viaje por tierra, para luego ponerse el cincho con la canasta y comenzar cuanto antes su faena.
El patrón en la finca dispone de unas casitas para que los peones se ubiquen con tranquilidad, para que no tengan que salir de la propiedad más que para comprar alimentos; allí duermen, cocinan y se bañan. “Hay que darles comodidades en lo más que se pueda para que ellos estén tranquilos y trabajen con buenas ganas”, dijo Montero.
Justamente, y debido a la pandemia, este año los cuidados de Montero con sus peones aumentaron. No pueden salir de la finca más que para comprar la comida necesaria, esa es una de las restricciones más fuertes para evitar cualquier contagio de la enfermedad covid-19.
Los peones saben de la situación actual y ellos también se cuidan para no enfermarse, porque necesitan trabajar.
Otro grupo de cogedores que conocimos en nuestro recorrido fue el de una familia de indígenas Ngöbe-Buglé provenientes de Panamá. Ellos son 18 personas lideradas por Gregorio Abreu, el mayor del grupo, padre, esposo, hermano y tío de estos cogedores. Ellos viven en Bocas del Toro.
“Salimos de la frontera de Río Sereno como a la una de la mañana, pero en Migración duramos mucho tiempo”, contó Abreu.
Entre los trámites y el viaje, este grupo llegó a la finca de Montero a eso de la medianoche del día siguiente al que empezaron su travesía.
La familia está compuesta por hombres y mujeres de todas las edades. Los más jóvenes estaban comenzando su adolescencia. Todos ellos son personas muy tímidas, de poco hablar, así que solo don Gregorio me contó un poco más de su historia.
“Es un trabajo normal, bueno y fácil”, explicó sobre la recolección. Después de la temporada de las cogidas, ellos vuelven a su tierra natal en busca de más trabajo.
Este es el segundo año en que estos indígenas trabajan con Montero. En el 2019 hicieron el contacto por otro peón que ya tenía experiencia en la finca del patrón. La relación se forja así, por experiencias y contactos. Un año viene alguien y trae a otra persona recomendada; al siguiente se suman más conocidos a la labor.
El traslado de los peones también se hace de esa manera: durante el año los cogedores se mantienen en contacto con el dueño de la finca y un transportista se encarga de llevarlos desde las fronteras hasta los cafetales; todos trabajan en conjunto, compartiendo las ganancias.
Oportunidad
Coger café es una muy buena oportunidad de generar ganancias, más aún en la época de fin de año. El café está listo en muchos sectores del país para la recolección, así que los interesados tienen la opción de buscar la finca que les quede más cerca.
En el sitio web del Icafé ofrecen el servicio en línea para registrarse como cogedor de café. Los interesados deben de llenar un formulario con sus datos personales y hasta se les da la opción de elegir el lugar donde desearía realizar la actividad.
Esta bolsa de empleo también se pone a disposición de los cafetaleros, para que ellos, como patronos, se pongan en contacto con los interesados en trabajar.
Anímese, si no tiene trabajo, si necesita dinero, esta es una labor digna y que puede traer buenos réditos a la bolsa en estos momentos de crisis.