
Stepan tiene –aproximadamente– dos horas sentado frente a un computador. Stepan es –aparentemente– un hombre alto. Le gusta el rock and roll , tiene un perro y un gato. Stepan tiene barba. Su cama es grande, las paredes de su cuarto son verdes, el piso es de madera, y tiene un peluche de Pokemón.
Esto yo lo sé porque desde mi computador puedo ver el cuarto de Stepan, cuando se rasca la cabeza y juega con su gato. Pero eso también lo saben miles de cientos de desconocidos alrededor del mundo. Dicha información no es exclusiva.
Stepan es tan solo uno, de los muchos “participantes” que son filmados en una casa 24/7 para la página en Internet Real Life Cam. Un sitio que reclutó a parejas dispuestas a vivir en apartamentos monitoreados por cámaras web todo el día.

La pantalla inicial del sitio muestra un amplio menú con nombres. Al darle click a cualquiera, se puede ver una imagen estática: un cuarto, una sala o una cocina. Más abajo en el menú, está la opción Premiun . Si pago lo que me piden, puedo recorrer toda la casa, entrar a otras habitaciones, y tener acceso a más piel.
Esto para que desconocidos puedan ver la vida privada de los demás.
Los otros, en este caso, son “europeos ordinarios”, de acuerdo con un artículo de The Daily Do t, que explica de qué trata la página.
En ese mismo texto, el autor escribe:
“¿Eso lo hace mejor? ¿Pensar que las personas que pagan por entrar al sitio Real Life Cam no son los pervertidos que asumimos que pueden ser; y que a cambio, esas personas que pagan por ver se sienten confortadas por observar auténticos humanos intentar vivir en este mundo tan loco?
Puede ser.
No hay respuesta definitiva. Lo cierto es que el sitio existe, y no es el único.
La vida misma
Yo no iba a pagar el Premiun por dos razones: la quincena estaba lejos de mí, y tener más acceso a más vida personal me aterraba. Con tan solo la opción limitada y un par de horas de ver las imágenes, ya me sentía culpable si alejaba la mirada.
El experimento fue así: tres días monitoreaba aleatoriamente las pantallas de RealLifeCam cada dos horas.
El primer día, el viernes, comencé a las 8 a. m. Al parecer, a esa hora, todos dormían. Un par de horas después, Masha preparaba una pasta; Alberto miraba un partido de fútbol, y Paul, sentado en una esquina de su sala, estaba escribiendo, o dibujando. Tenía en su mano izquierda un lapicero, y llevaba puesta una camiseta blanca, un jeans, y estaba sentando con las piernas cruzadas.

Parecía que Paul estudiaba, pero no logré leer sobre qué. A ratos, levantaba la mirada mientras se comía las uñas. Luego se rascaba la nariz, y continuaba viendo a través de lo que supongo que era una ventana.
De pronto ya era mediodía. No me había bañado ni empezado el almuerzo. Todo lo que me importaba, era saber qué iba a pasar con Paul.
La realidad.
“La cultura digital en la que estamos inmersos penaliza lo efímero, lo irrepetible, puesto que nos ha acostumbrado a consumir cualquier contenido en el momento en que nos apetece, desde el lugar que más nos conviene y a través del dispositivo que mejor se adapta a las circunstancias”, afirma Ferran Lalueza, profesor de Comunicación y Social Media en la Universidad Oberta de Catalunya (UOC).
De acuerdo con el artículo de The Daily Dot, las personas que aparecen en Real Life Cam dieron su completo consentimiento para ser grabados en todo momento, a pesar de las consecuencias que esto pueda presentar.
Lo que sucede es que el intercambio monetario por permitir las pantallas en sus lugares, es atractiva para los participantes.

Por ejemplo, el sitio web –según La Nación de Argentina–, LiveJasmin obtiene por mes más de $ 9.400 por las sesiones de una mujer que se graba en situaciones íntimas.
LiveJasmin es un sitio web de entretenimiento para adultos en línea que se centra en la transmisión de cámaras en vivo.
“Este sitio online tiene entre 35 y 40 millones de usuarios diarios. En cada momento hay cerca de 2000 modelos conectadas. No es difícil entender cómo la industria del sexo con cámaras web generó, según estimaciones, entre $ 2000 y $ 3000 millones en 2016”.
Durante el tercer día de mi experimento, el domingo, había pasado horas sumergida en la vida de los demás. Observándolos dormir, comer, ver los celulares. Pero Stepan ya no estaba por ningún lado. Había salido, tal vez. Ya no quedaba mucho por ver. “La vida virtual está delimitada”, pensé.
