Desde hace 28 años, la Fundación Rahab, ubicada en San José, ha brindado apoyo a mujeres víctimas de trata con fines sexuales, tráfico y proxenetismo.
Por primera vez, el equipo de profesionales de la fundación enfrenta una sensación de inseguridad debido a la incursión del crimen organizado, señaló Marcela Barrantes, trabajadora social en la organización desde hace seis años.
“Cada vez identificamos más casos de chicas a las que les brindamos atención y que están vinculadas con estas redes. ‘Es que mi pareja es sicario, está asociada al narcotráfico, a robos’. En este momento, después de estos años que he estado aquí, hemos empezado a sentirnos, como fundación, un poco inseguras”, indicó.
Según Barrantes, han llegado hombres con “actitudes amenazantes” a buscar a las mujeres en la fundación. Algunas han perdido a sus hijos, miembros de pandillas, como consecuencia del sicariato.
María Luisa Rivera, coordinadora del área psicosocial de la fundación, respalda esta afirmación. Explica que, a través de las entrevistas iniciales a las que se somete cada mujer que busca ayuda han notado, a menudo, su vínculo con actos delictivos o, en otros casos, que son víctimas de ellos.
En su mayoría, coinciden en que son mujeres en situación de vulnerabilidad social, algunas sin conciencia de que estaban siendo explotadas, pues asumieron esa realidad como su forma de sobrevivir y sostener un hogar, en ocasiones, con hasta cuatro niños a su cargo.
Algunas arrastran antecedentes de abuso sexual, incluso incestuoso; otras fueron explotadas por su propia familia.
“Marilyn”, agente investigadora de la Sección Especializada en Violencia de Género, Trata de Personas y Tráfico Ilícito de Migrantes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) —cuya identidad se resguarda por seguridad—, asegura que las alertas que recibe la Policía Judicial sobre los delitos de trata con fines sexuales y proxenetismo en San José pasaron de un promedio anual de 100 casos a una cifra que está entre 200 y 250 en el último año.
El aumento en estos reportes coincide con las cifras de la Fundación Rahab. Usualmente, sus programas atienden entre 30 y 40 personas; sin embargo, en la actualidad, son 60 mujeres quienes buscan ahí la oportunidad de descubrir una “nueva vida”.
En un contexto donde las cifras evidencian el crecimiento del problema en la capital, expertos coinciden en que ambos delitos están estrechamente vinculados con otros, como la tenencia ilegal de armas, la legitimación de capitales y, cada vez con mayor incidencia, el narcotráfico.
“Marilyn” describió San José con una sola palabra: inseguridad. Las organizaciones de trata, dice, entre otras cosas, se aprovechan de esto para captar a sus víctimas.
Afirma que, en muchos casos, tanto el proxeneta como el tratante se dedican a la venta de estupefacientes y obligan a sus víctimas a consumirlos.

“Consumen una serie de sustancias psicoactivas para disociarse de la realidad que están viviendo, para poder soportar estas situaciones violentas. Algunas han tenido que someterse a reconstrucciones anales y vaginales después de sesiones de tres días en Jacó. El consumo de estas sustancias las adormece y las dispone”, explicó Barrantes, trabajadora social de la Fundación.
Las pesquisas del OIJ evidencian que los proxenetas también utilizan armas de fuego para defenderse y amenazar a sus víctimas y a sus familias, con el fin de evitar que escapen del círculo de explotación en el que se encuentran atrapadas.
A esta situación se suma la legitimación de capitales. En la Sección de Trata de Personas del OIJ, los investigadores identifican incrementos sustanciales en las ganancias de los proxenetas y tratantes.
“Percibimos un incremento económico en la compra de vehículos de alta gama, adquisición de propiedades y bienes. Son personas que no tienen otro negocio o actividad laboral que justifique sus ingresos”, explicó “Marilyn”, agente de la Policía Judicial.
Los precios por los que venden a mujeres son variados; no obstante, de acuerdo con los casos en investigación por el OIJ, la investigadora asegura que los tratantes o proxenetas se quedan con el 50% o hasta el 75% de las ganancias generadas por sus víctimas.
“Ellas pasan a ser un objeto, hasta incluso como una forma de sobrevivencia. Al final se asumen como eso, como un objeto”, afirma Barrantes, trabajadora en Rahab.
“Quedan totalmente despojadas de su dignidad”, agrega.
A algunas mujeres que llegan a la organización se les debe enseñar desde lo más básico, como agarrar el tenedor. A otras, cómo ejercer la maternidad cuando quedan embarazadas en condiciones de explotación. Otras deben aprender a leer e, incluso, a poner sus propios límites.
“A veces están tan desvalidas que sus hijos lo perciben y pueden llegar a ser víctimas de ellos”, explicó Barrantes.