Todos los nombres de las madres y sus hijos son ficticios con el objetivo de proteger sus identidades.
La rutina de Joaquín fue alterada. Este niño, de dos años y dos meses, creyó que su familia lo había olvidado. Empezó a resentir la falta de visitas de las personas a quienes conoce desde que nació.
Él tampoco va al Cecudi (Centro de Cuido y Desarrollo Infantil) como lo hacía varios días a la semana. Su vida cambió y su inocencia infantil no le permite entender qué está pasando.
Joaquín vive desde su nacimiento con su mamá Paulina, de 23 años, en el Centro de Atención Institucional Vilma Curling, penal para mujeres en el que ha habido cambios para proteger a las privadas de libertad, a sus niños y al personal del contagio por el coronavirus.
Ya Joaquín no va a quedarse todos los fines de semana con sus abuelos maternos, con quienes está familiarizado y que según su mamá, lo llenan de amor. Para ella es importante la convivencia de su niño con sus parientes, pues en 10 meses, cuando el pequeño alcance los tres años, edad máxima para vivir con su mamá en el centro penitenciario, él irá a vivir con los señores. Ellos velarán por él mientras Paulina cumple con los siete años y nueve meses a los que fue sentenciada.
Una pantalla de computadora sirve como ventana para conversar con esta muchacha, quien tiene los ojos opacos, en ellos no hay brillo, pero tampoco lágrimas. Está tranquila, prefiere mantenerse así.
Que su niño no pueda salir en el escenario actual la serena. Su madre ya sufrió la enfermedad, pero “por dicha”, dice, logró recuperarse. El miedo más grande de Paulina es que su pequeño y único hijo pueda contagiarse, por eso, en la burbuja que son en el módulo materno infantil, en el que habitan 14 privadas de libertad junto a sus niños y niñas, así como cuatro mujeres embarazadas, juntas pasan limpiando y desinfectando todas las superficies.
Joaquín deja atrás su rutina de antes (las visitas de los abuelos, por ejemplo) y ahora él y su mamá forman figuras con plastiscina o hacen ejercicios juntos. Cada vez que puede ella le preparara pollo con papas, puré o un postre como budín, sus platillos favoritos. En este módulo las mujeres tienen permitido recibir alimentos de afuera y cocinarlos para sus niños, quienes pueden disfrutar de un menú distinto al de las habitantes de los otros módulos.
“En realidad hay que adaptarse. En ese momento es mejor mantener la calma. Uno juega con los niños para entretenerlos, en estos tiempos lo mejor es que no salgan. Uno los estimula. Hace actividades para que no se estresen. Mi hijo se distrae, pero como dejó de salir a ver a su familia él sentía que ya no lo iban a visitar más”, confía Paulina.
Ella extraña ver físicamente a sus familiares, pero gracias a la búsqueda de donaciones de equipo el centro es el primero en el país en implementar videollamadas para que todas las mujeres privadas de libertad puedan sentir cerca a los suyos, principalmente a sus hijos en este contexto de distanciamiento social.
Inicialmente esta fue una medida correctiva que dictó el juzgado de ejecución de la pena y que obligaba al Ministerio de Justicia a hacer en todos los centros penitenciarios un lugar de videollamadas para que privados de libertad pudiesen hablar con sus familias, sin embargo, no existe presupuesto para ello, explicó Kattia Góngora, directora del Vilma Curling.
“Se requirieron tablets y el pago mensual de internet, también un router especial para que las mujeres tuvieran acceso igual a las videollamadas, se hizo protocolo y se estableció un sistema desde el Vilma Curling para garantizar el derecho de todas para que hablaran con sus hijos. Ha sido toda una experiencia hermosísima. Tenían cinco meses de no ver a sus familias, principalmente a sus hijos, ningún otro centro ha podido lograr conseguir una donación más cara que es de las tablets e internet, que no es posible que presupuestariamente la institución lo aporte. Aquí arrancó el 15 de agosto como un tributo al día de las madres, ese día se hizo una prueba con 13 mujeres del centro y después de eso se arrancó con sistema que permite que todas hagan ronda de llamadas de lunes a domingo de 8 a 4”; contó la directora.
Sobre la unión con sus familiares, Paulina comenta: “Mi familia nunca me ha dejado abandonada. Ahorita por el virus no nos podemos ver, pero siempre me ayudan: me mandan encomiendas y hablamos por teléfono. Uno se siente feliz de tener ese apoyo. Hay un montón de sentimientos encontrados porque están conmigo”.
La joven mujer agregó: “En términos generales estoy tranquila. Si no hay visita no me pongo tensa. Ahorita mi felicidad es estar con mi bebé, cuidarlo mucho, disfrutar el momento porque en unos meses se lo llevan. Él ahorita se divierte mucho”, contó Paulina, quien está llevando estudios nocturnos para ganar el śetimo año.
Joaquín se divierte con su mamá y los otros niños, entre ellos Angélica, una pequeña de año y siete meses con rebosantes y rosadas mejillas y cabello oscuro y rizado.
Ellos comparten en el amplio playground que se ubica en el módulo en el que viven con sus mamás. Allí hay carritos en los que pueden subirse y simular que manejan. Las paredes son coloridas y hay alegres murales que los invitan a soñar con las flores y las criaturas del mar.
Angélica es hija de Lucía, de 31 años, y a quien le queda poco tiempo para cumplir su pena.
La normalidad de la nena no se ha alterado demasiado; su mamá nunca la ha enviado al Cecudi (al que pueden asistir los niños que viven con su mamá en el centro a partir de un año), su intención es pasar con ella todo el tiempo.
“Ella siempre ha estado conmigo”, dice la mujer por videollama. Ella escucha y responde, pero sus ojos están atentos a su pequeña, a quien llevó a bordo de un carrito rosado de esos que tienen una agarradera para que lleven a los bebés a pasear.
Lucía está tranquila porque en el centro penal, además de “rehabilitarse”, se siente segura, cree que allí hay menos probabilidad de que ella o Angélica se puedan contagiar, incluso cuando se han detectado en todo el centro 11 casos que se han atendido con celeridad. Al 28 de octubre, había cinco activos.
Ella destaca el buen trato que recibe en el Vilma Curling y agradece a la directora la implementación de las videollamadas: así siente a su familia cerca.
“En el centro estoy agradecida. Si no hubiera llegado quien sabe dónde estuviera. Llegué por robo agravado y me quedan ocho meses para salir. Lo que más alegría me da es que me voy con mi niña”, cuenta con entusiasmo Lucía, quien anhela reunirse con sus hijos de 15 y cinco años, a quienes su madre tiene en custodia.
"Eso me da tranquilidad. Que mis hijos estén con ella me da paz. Qué mejor persona que mi mamá para cuidarlos. Yo soy la mayor de nueve hermanos.
Hablo con mis hijos por teléfono, quisiera tenerlos a par, pero no se puede y menos en estos tiempos. Pienso mucho en ellos. Pero estoy tranquila. Aquí lo apoyan mucho a uno. Estoy agradecida con el penal. No lo veo como cárcel, sino como centro de rehabilitación. Ahora soy otra persona. Todo lo que había perdido lo he recuperado".
Lucía lleva su cabello negro y abundante, como el de su bebé, amarrado con una cola que simula un moño. Atenta a la pantalla de la computadora mediante la que nos pusieron en contacto, ella narra sus días.
Dice que en la época actual ella y sus compañeras de módulo velan, aún más, por la limpieza y se ayudan entre sí.
“Aquí tenemos cocina, refri, microondas, lavadora, cada una cuenta con su cuarto en el que hay closet, tele y baño. Los niños tienen su sala. Están muy bien. Les dan juguetitos. Antes del coronavirus venían cada quince días señoras de iglesia a hacer manualidades y a traerles cosas a ellos”, dice Lucía, una mujer que no oculta su agradecimiento y no solamente por las facilidades que encuentra en el lugar, sino porque asegura que ahora su vida será otra por ella y sus tres hijos.
“No tengo temor del virus. Lo que hago es pedirle a Dios por las personas de afuera. Aquí uno está protegido”.
El módulo materno infantil
Kattia Góngora, directora del Vilma Curling explicó que el módulo materno infantil se hizo, principalmente, para validar el derecho que tiene la madre de vivir con su bebé y el niño con su mamá.
“El interés superior del niño es uno de los criterios jurídicos más tomados en cuenta a la hora de establecer un módulo de estos. Solo existen dos módulos en el país: el del centro Vilma Curling y el centro de formación juvenil Zurquí, que es más pequeño y tiene capacidad para tres mamás y sus hijos. El objetivo de estos módulos es beneficiar el vínculo tan importante entre la madre y su bebé menor de tres años”, detalló.
-¿Por qué tres años?
-“Tres años es la edad que se recomienda en las reglas de Mandela o instrumentos internacionales para que un niño esté con su mamá, sin embargo, es potestad de la dirección de cada centro. Tres años es la edad recomendada por el sistema penitenciario costarricense, esa es la edad en la cual los niños y las niñas no van a percibir que están viviendo en un centro penitenciario, la idea es que ellos puedan tener una vida lo más parecida posible a la vida de afuera. Por eso es que las mamás tienen reglas muy específicas para estar en este módulo y los niños tienen beneficios especiales. Las mamás no pueden bajo ninguna circunstancia tener problemas disciplinarios graves, no tener problemas con las demás, ni entrar en pleitos; deben mantener el respeto y mantener la nutrición de los niños muy adecuada: no esperar que los niños coman solos, les damos insumos, pero la madre es responsable de alimentarlos, de mantenerlos limpios y en estado de salud adecuado. Ese es el objetivo del módulo materno infantil. Validar el derecho humano que tiene tanto la madre de estar con hijos e hijas como de niños y niñas estar con sus madres”.
Incertidumbre en la espera
Mientras Paulina y Lucía agradecen poder convivir con sus pequeños mientras cumplen sus sentencias, Pamela ruega que los gemelos que espera no nazcan en el centro penitenciario.
Esta muchacha, de 19 años, está en condición de indiciada por cuatro meses. Tiene seis meses y medio de embarazo y le quedan 90 días para cumplir con la prisión preventiva.
Además de no tener idea de cuál será su futuro y de si será sentenciada o no, el mayor sufrimiento de esta joven es estar alejada de su hija de cuatro años, sobre todo en los tiempos actuales.
“Aquí hay días malos y buenos. A veces es tranquilo, sin problemas, pero otros días hay discusiones. Entré acá en tiempos de coronavirus. Es complicado porque tenés una persona que amás afuera, no tiene tu protección, no sabés si está mal. Uno la llama y me pregunta que dónde estás, que dónde te ve”, dice Pamela, quien es sigilosa pero de palabras firmes.
Por su estado, Pamela debe salir a citas de control prenatal. El miedo por el virus está presente, pues es consciente del peligro que hay en cualquier parte.
“Ahorita en el centro estamos cuatro embarazadas y el miedo al contagio siempre está. Hay riesgo en todo lado”.
Estar alejada de su mamá, madrina y abuelita también le duele, teme por su bienestar y extraña su calidez. Como la pandemia impide las visitas, ella aprovecha sus salidas para que cuando la llevan del centro a las citas, sus familiares se acerquen afuera de la clínica y tener oportunidad de saludarlas y rogarles que se cuiden del mortal virus.
“Nunca me he separado de mi mamá ni de ellas. Mi pareja, el papá de los gemelos también está privado de libertad, a veces me comunico con él”, dice.
Durante el día, Pamela comparte con sus compañeras y los niños de ellas. También se entretiene con juegos de mesa y cocina los alimentos que le envía su familia.
Por su estado ha tenido algunos antojos que no ha podido cumplir, quiso comer mamones chinos pero no permiten que esa fruta ingrese al penal. “Seguro no dejan que entren por la semillita, puede ser peligrosa para los niños”, asume.
Pamela tiene la primaria completa y espera que su proceso concluya con su libertad.
“No tengo malos propósitos. Ahorita hay un proceso de investigación, espero salir libre. Quiero estudiar y buscar un trabajo; seguir trabajando como trabajaba antes de quedar embarazada y dejar las malas compañías”, asegura. Ella tiene la primaria completa. Piensa retomar sus estudios, aún no sabe qué profesión le gustaría llevar, aunque dice que le gusta la farmacia. Por ahora, su máximo anhelo es que sus seres queridos no se infecten de coronavirus y que sus bebés no nazcan en la cárcel.
Una realidad distinta
En el CAI Vilma Curling, en el que habitan 567 privadas de libertad, hay tantas historias como sentimientos. Ahora mismo, la angustia de Mariana no se debe solamente a sus 30 años de condena, sino a tener que despedirse de su niño, quien a inicios de octubre cumplió tres años y tuvo que separarse de su mamá con quien estuvo desde el nacimiento. Lo más doloroso de este alejamiento es que se da en épocas de coronavirus, dice ella.
De antemano esta muchacha, de 24 años, advierte que no quiere conversar demasiado de su historia porque se pone mal, sin embargo, mientras habla de ella y su bebé no puede evitar hablar de su primera hija, quien falleció a los dos meses.
"Mi hijo cumplió tres años el 2 de octubre, me dejaron tenerlo ese día, pero ya el 3 se fue a vivir con el papá.
"Yo estoy aquí por mi otra bebé. Falleció hace casi seis años. Tenía dos meses.
Un jueves la dejé con el papá de ella, que ahora está muerto. Ella estaba despierta y cuando mi hermano llegó al cuarto yo me estaba bañando. Mi hermano dice que mi bebé convulsionó. El papá la sacudió. Llamamos al 911. Me preguntan que si se cayó. Yo dije que no sabía. Mi bebé murió, eso me dijo el oficial del OIJ. Me dijeron que estaba detenida por tentativa (de homicidio). Mi bebé fallece de un golpecito en la cabeza. Nunca tuve oportunidad de preguntar qué pasó. Me dieron prisión preventiva un año y un mes. Fuimos a juicio, me absolvieron; pero un año y tres meses después me meten a la pena máxima por homicidio calificado", detalló.
Sobre el caso de Mariana, la directora del centro mencionó: "Es un caso muy doloroso. En mi criterio ella no debería estar en la cárcel. Ella tuvo un primer juicio donde fue absuelta porque se logra comprobar que la persona que ejercía violencia contra ella era su compañero, quien fue ajusticiado en determinado momento y no tuvo participación en el juicio. La fiscalía apela, hacen segundo juicio y consideran que ella tenía responsabilidad en muerte de la bebé porque debió protegerla.
(...) Ella es una madre ejemplar, excelente madre que en este momento tiene que separarse de su hijo por cumplir una sentencia de un delito que no fue de su propia mano, sino de mano de un compañero agresor. Qué lamentable cuando las mujeres por su condición de género quedan expuestas a tanta vulnerabilidad".
A Mariana la voz no deja de quebrársele. Independientemente de su situación, en la que varias veces han intentado ayudarla, ella ahora lamenta separarse de su hijo en este tiempo.
“Es doblemente duro. Me afectó porque yo había perdido a mi bebé; cuando me separé de mi hijo fue el sentimiento más horrible. Sé que mi familia lo cuida. Yo con él fui sobreprotectora. No sé cómo fue el golpe de mi hija, entonces a él lo cuidé mucho. Escucharlo llorar por teléfono es terrible. No se lo deseo a nadie”, expresa.
La llegada del virus y la cancelación de las visitas complicaron más las circunstancias de Mariana, pues desde abril, cuando se restringieron los ingresos de familiares y las salidas de los niños, ella y su pequeño se apegaron más, por ello cree que separarse de él fue más complejo para los dos.
“Él iba al Cecudi y yo también lo llevaba a estimulación temprana, pues tuvo un retraso en la motora. Además, tiene dificultades en la vista. Mi bebé usa anteojitos”, contó.
Con la salida de su hijo también llegó el cambio de módulo. Ahora Mariana siente que el tiempo no pasa.
“Cuando tenía a mi bebé no sentía los días tan largos porque estaba con él. Ahora lo único que hago es pensar en él y escribo cartas para que vean mi caso. La vez pasada en entrevista con la ministra me dieron esperanza. Porque cuando escuchó mi caso, la directora me ayudó y dicen que van a ver si lo revisan. Vamos a meter papeles y que me rebajen la sentencia. Quiero estar cerca de mi hijo”, añadió Mariana, quien quiere trabajar cosiendo y desea continuar sacando la maestría en administración de empresas en la Universidad Estatal a Distancia (UNED).
Una oportunidad que llegó antes de tiempo
María conoce a Mariana, a Pamela, a Lucía y a Paulina. En algún momento todas coincidieron en el módulo materno infantil. Allí María vio crecer a su hija menor. Hoy, aún en medio de la preocupación mundial por la pandemia, esta mujer está agradecida.
El coronavirus permitió que se acelerara el proceso de valoración de su caso y quedó en libertad muchos años antes de que se cumpliera su sentencia. Catorce mujeres más del mismo módulo obtuvieron el beneficio, sea porque su caso estaba para revisión y tenían buen comportamiento, o porque tenían factores de riesgo.
“Cuando empezó la pandemia había 32 privadas de libertad, ahorita hay 18 (en este módulo). Ha habido un esfuerzo por parte de la institución para que las mujeres que estaban embarazadas o con bebé y pudiesen tener el beneficio que contenía la circular que salió cuando empezó la pandemia. Decía que se les diera prioridad de beneficios extraordinarios, se pidió a todos los centros tener revisiones extraordinarias. Eso quiere decir que además de los consejos ordinarios normales que tienen cada cierto tiempo (para valorar si ameritan la libertad), la gente con factores de riesgo y las mujeres que vivían con sus bebés en módulo o embarazadas tuviesen prioridad. Desde el principio hemos hecho sesiones donde hemos recomendado mujeres en este módulo. Tuvimos suerte de sacar bastantes”, explicó la directora.
En el caso de María, ella quedó en libertad desde abril y está viviendo con su bebé y con sus dos hijas mayores. El letal virus que tanto sufrimiento ha causado a ella le dio una oportunidad.
“Tenía un año de estar ahí. Cada año hay valoraciones. Eso influye mucho en el comportamiento, llevarse bien con las otras privadas de libertad, no tener reportes. Se aproximaba el momento de mi valoración, que dura tres meses, y por el coronavirus me llegó rápido, había hecho cursos de empoderamiento y emprendedurismo para salir bien a la sociedad. Cuando llegó el día de mi valoración me hicieron entrevistas, vieron que tenía un lugar viable para vivir, eso más una recomendación me permitió salir en libertad”, contó.
María tenía un año y tres meses en prisión. Tras esta salida ella no debe regresar, como sí es el caso de otras señoras que pudieron salir por tener enfermedades que son factor de riesgo para el coronavirus y a quienes tienen que valorar en unos meses.
“Mientras me porte bien no tengo que regresar. Tengo que firmar todas las semanas; por lo del coronavirus no estamos yendo a firmar, pero sí tenemos que reportarnos a un semi instituto de la mujer. Mientras cumpla con eso, no me meta en problemas y no cometa más delitos yo no tengo que regresar”, detalló María, a quien le quedaban cinco años de pena.
Esta mujer dice que haber estado presa fue como “tocar el infierno” y que poder salir con su hija y reunirse con sus otras niñas ha sido maravilloso.
“Solo puedo agradecer a Dios y a doña Kattia (la directora), ella es muy humana. No nos juzga ni señala, nos ve por lo que somos como personas”, agrega.
María continúa: “A mi bebé le quedaban solo ocho meses para estar conmigo en el centro y eso era una agonía. Yo sentía morirme pensando en que ella se iba a ir y yo iba a seguir ahí. Cuando llegó la noticia fue lo más esperado de mi vida. Alistarla para salir y encontrarnos con mis otras hijas fue lo máximo. Es una felicidad indescriptible. Mi agradecimiento con Dios es increíble”.
Por el coronavirus María teletrabaja, es agente de ventas. Sus hijas también estudian por internet. Cuenta que se cuidan mucho con todas las medidas, y han empezado a salir al cine para compartir juntas, lo que antes era impensable.