Para llegar a P-7 hay que saltarse una cerca destruida, caminar por un lote abandonado y atravesar un matorral de más de dos metros de altura.
Una vez ahí, en el apretado espacio y bajo el asfixiante sol, la vista es panorámica. La autopista del aeropuerto Juan Santamaría está lista para modelarle a los cinco lentes que apuntan en su dirección.
Los jóvenes detrás de esos lentes esperan sigilosos por el lado de afuera de la malla. Están listos, a su vez, para disparar.
P-7 vendría a ser como el plato de segunda mesa para el creciente grupo de spotters –o aficionados a la fotografía aeronáutica– que se acercan con frecuencia al principal aeropuerto de nuestro país. Su oasis durante los más de 20 años que estuvo abierto, y hasta abril de este año, ahora descansa en paz. La Candela, se llamó.
“Ahí estábamos techados, no importa si hacía sol, si llovía, si estabas desde las 10 de la mañana. Estabas ahí tranquilo y seguro. Ya no tenemos nada ni remotamente parecido”, dice Daniel Umaña, de 32 años.
Cuando la pasión es grande, nada importa. En ausencia de un espacio similar, el ingenio es lo principal. Si toca sumergirse en un matorral o subirse al techo de un carro para conseguir las mejores capturas de aviones, toca.
Mundo emergente
Fuera de nuestras fronteras, la cultura del spotting es ampliamente conocida. Miles de ‘avistadores’ se han organizado en asociaciones, han realizado masivos eventos de aviación, exhiben su trabajo en prestigiosas páginas de Internet y cuentan con la colaboración de aeropuertos y compañías para facilitarles accesos cómodos y seguros a una afición ya establecida.
En nuestro país, se conocen poco. A paso lento pero constante se han ido uniendo a las filas devotos seguidores de la fotografía de aviación que comparten un objetivo en común: congelar los mejores momentos de las máquinas voladoras que los deslumbran.
Aunque no hay un número exacto, entre ellos mismos calculan que en Costa Rica hay un aproximado de 50 personas que invierten gran cantidad de horas mensuales y dinero en este pasatiempo que exige paciencia y constancia. Muchas más participan esporádicamente.
Grupos cerrados de Facebook como ‘Spotters Costa Rica’ reunen a más de 550 miembros (entre fotógrafos y admiradores) y páginas como AviacionCr.net cuentan con más de 8.000 seguidores en esta misma plataforma.
“Con las redes sociales y las cámaras siendo más accesibles se ha facilitado que mucha gente se meta”, dice Umaña, uno de los spotters con más años de experiencia en nuestro país y creador de la página AviacionCR.net. Este servicio ofrece información de vuelos, transmisiones de la torre de control y un espacio para que los fotógrafos exhiban su trabajo.
“Hay países donde hay parqueos o en los cuales ponen en las mallas agujeros para que la gente coloque la cámara y puedan tomar fotos. Acá no tenemos absolutamente nada de eso. Acá más bien te ven con mala cara”, asegura Umaña, informático de profesión. “La gente dice: ‘¡Esos vagos tomando fotos! Parece que nunca han visto un avión. Qué polada’. Tal vez no entienden que es una pasión”.
Pasión y compromiso
¿Por qué invierten cientos de horas y en algunos casos, miles de dólares en equipo, para conseguir las mejores fotos de aeronaves? ¿Por qué este pasatiempo ha resultado tan adictivo para quienes lo practican?
Para Andrés Meneses, spotter de 26 años de edad y actualmente piloto de una compañía panameña, es simplemente una de las muchas formas que tienen de acercarse a lo que aman.
“Como la aviación es tan grande, y más que una carrera es una pasión, la gente que está involucrada ya sea desde simuladores, en parapente, en aeromodelismo, desde la fotografía... yo lo veo como una forma más de estar cerca del medio”, asegura Meneses, también administrador de la página AviacionCr.net. “Lo veo como un derivado de lo que es la pasión hacia la aviación”.
Despegando, aterrizando, al momento justo de tocar la pista, dejando estelas de vapor en el cielo, lloviendo, de noche, con atardeceres de fondo: las posibilidades de crear imágenes impresionantes son infinitas, así como la variedad de sus metálicos “modelos”.
Con la ayuda de aplicaciones móviles, páginas de Internet y radares, los aficionados han ido perfeccionando la forma de rastrear los aviones que se van a acercar a las pistas de nuestro país y así robustecer su colección.
Nuevos aviones, nuevas matrículas, nuevas aerolíneas, nuevas pinturas en las aeronaves: entre más difícil de ver, más es la satisfacción de atraparlos.
“Es como cuando uno compra un álbum Panini”, agrega Meneses. “Uno no quiere (fotos) repetidas. Las repetidas las regala o las cambia. Es igual con ésto. Cuando ya uno tiene todos los aviones de Avianca o todos los de Copa pero me falta éste, uno va exclusivamente por ese. No le dan nada a uno pero da la satisfacción de que ya se tiene”.
La historia entre ellos por lo general se repite: sus papás los llevaban a ver aviones desde niños, se enamoraron de la aviación, comenzaron con una cámara pequeña y su equipo fue evolucionando.
“A mí siempre me han gustado los aviones”, asegura Umaña. “Soy de Heredia, de San Pablo. Ahora vivo en San Joaquín de Flores. Compré ahí, de hecho, porque cuando está la pista 25 (de este a oeste) dan la vuelta justo encima de la casa. A ese punto llego de fiebre”.
Para muchos, también se ha convertido en una responsabilidad. La historia de la aviación tica debe quedar documentada para no olvidarla.
“Hay muy pocos registros de lo que ha pasado. Hay muy pocas fotos de lo que eran las aerolíneas de Costa Rica en los años 70, por ejemplo”, dice. “El avión que trajo Iron Maiden en la gira, que estaba pintado especialmente para ellos, ahora es un avión que ha regresado a Costa Rica como carguero de FedEx. Es interesante también ver la vida de un avión y en qué se convierte”.
ADN
La pasión por los aviones usualmente se hereda. A Jorge Solano, arquitecto y spotter de 49 años, su papá lo llevaba al campo de aterrizaje en San Carlos. Hace 41 años se acercó al mundo de la fotografía aérea.
“Apenas pude tener una camarita que era una 110 de rollo, de esas Kodak, ya empecé a experimentar y a tomar fotos. De ahí en adelante ha sido toda una pasión. En el 2000 nació mi primer hijo, Jorge Andrés, y parece que venía con la misma sangre. Cuando tenía 5 años ya andaba con una camarilla digital”, asegura Solano. “Seguimos visitando el aeropuerto por lo menos una o dos veces a la semana. Ahorita estábamos en San Carlos y teníamos que spottear . Donde estemos, si vemos un avión, ahí hay foto”.
No siempre estuvo tan acompañado. En la década de los ochenta y noventa, Solano era de los pocos spotter constantes de nuestro país.
“Cuando se digitalizó la fotografía, después del año 2000, empecé a ver ya más spotters . Daniel Umaña comenzó la página de AviacionCr. A raíz de que uno publicaba ahí ya me empezaron a contactar. Que quién era yo”, cuenta Solano.
“Comencé a conocerlos a ellos y empezamos a hacer amistad. Empezó el grupo a fortalecerse. Todos ellos eran carajillos. Yo era como el viejillo, como el papá”, recuerda. “A muchos de estos muchachillos los vi desde el colegio. Verlos ahora como ingenieros o como capitanes, como a Meneses… Es es un hobby que los aleja de las drogas”.
Su satisfacción más grande es poder compartirlo con su hijo. Que el disfrute sea mutuo.
“Saber integrar el aparato, una de las obras de ingeniería mejor hechas por el hombre y combinar eso con un atardecer, un día nublado, con el paisaje urbano es un arte”.
Turismo aeronáutico
Se dice que el spotting surgió en el siglo XlX en Inglaterra cuando las personas iban a estaciones de trenes para apuntar en libretas horarios y modelos de ferrocarriles y llevar un registro.
Con la llegada de los aviones y la fotografía, se comenzó a dejar constancia gráfica de los movimientos de aeropuertos en el mundo.
Su popularidad se ha difundido globalmente. Tanto, que la actividad ha generado también turismo aeronáutico: los más apasionados viajan por el mundo con el único objetivo de capturar nuevos modelos y buscar lo raro.
Los spotters de nuestro país no son la excepción.
Para los hermanos Tomás (27 años) y Julián (18 años) Cubero, se ha vuelto una tradición.
“Hacemos viajes específicamente para spottear ”, cuenta Tomás, aficionado de la fotografía de aviación desde hace más de 10 años. “Nos vamos una semana, diez días, a Miami, Houston, Los Ángeles. Vamos detrás de aviones prácticamente todo el día: desde que amanece hasta que ya no hay luz”.
Tomás, DJ de profesión bajo el seudónimo de Tocuma, se enamoró de los aviones desde niño y de la fotografía aérea en el colegio. Su trabajo, por lo general de noche y los fines de semana, le facilita desplazarse al aeropuerto en cualquier momento que algo llame su atención.
“Cuando ya cumplí 18 y tenía mi carro empecé a venir entre semana y días que no podía venir antes. Poco a poco y por estar tomándole a lo mismo comencé a enfocarme a una parte específica que son los aviones ejecutivos”, cuenta el vecino de Guachipelín de Escazú. “Encontré una variedad mayor que con los aviones comerciales grandes. Si vos acá te ponés a esperar un avión comercial grande pasan meses hasta que podés ver algo diferente, mientras que con los privados vas cambiando”.
Constantemente están pendientes de qué aeronaves vendrán. Días antes de las llegadas planean el itinerario de visita a la malla del aeropuerto. Otras veces, no da tiempo de planear nada: solo de alistar el equipo y correr.
“Si uno viene aquí va a ver lo mismo todos los días”, dice Julián, spotter desde los 14 años. “Es por eso que empezamos a seguir los ejecutivos y la historia que hay detrás: de quién es el avión, por qué vino, por qué está pintado así y hasta por qué tiene cierta matrícula”.
En su última visita a Florida, en abril de este año, Julián pudo fotografiar la salida del presidente estadounidense Donald Trump en el Air Force One.
“Él había estado visitando casi todos los fines de semana de invierno su casa en Palm Beach”, cuenta Tomás. “Va ahí a jugar golf. Yo estaba en San José y más o menos tenía el itinerario de cómo se iba a mover. Le dije a Julián: ‘el domingo a las 4 de la tarde va a salir Trump, tiene que irse a tal parqueo, a tal nivel, ahí no le van a decir nada’”.
“Yo estaba entre todas las cámaras de tele y vieron a un chiquillo tomando fotos. Se quedaban superextrañados”, dice Julián.
En Miami, al estar esperando el avión de Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, tuvieron un cambio de planes a último momento que los puso a correr.
“Estábamos esperándolo en un spot y cuando venía muy, muy cerca, cambiaron la pista”, cuenta Tomás. “Lo que pasa es que si aquí cambian la pista agarrás el carro y te vas para allá en un par de minutos. Allá son calles y semáforos. Agarramos el carro rapidísimo. Ni parqueé el carro. Puse las intermitentes y le empezamos a tomar porque sino no lo íbamos a agarrar”.
“Esta última vez que andábamos en Miami nos tocó ver al rey de Marruecos”, agrega. “Agarramos el avión de él. Atrás venía un avión militar carguero que traía todo el equipaje. Eran contenedores y contenedores con muebles, jet skis, carros. Absolutamente todo lo traen”.
Aviones de colección
Al igual que cualquier otro spotter dedicado, los ticos acumulan discos duros con miles de gigas de material. Algunas fotografías las publican en los grupos y páginas, otras las guardan como recuerdo de su colección personal digital.
Los hermanos Cubero calculan que pueden haber fotografiado ya más de 5.000 aviones entre ambos. Su sueño es ir a spottear un mes a Luton, en Londres, uno de los más importantes aeropuertos de aviones privados en Europa.
La competitividad entre los spotters se vuelve inevitable. Aunque pocas veces logran vender su trabajo, algunos han conseguido que sus fotografías se publiquen en revistas internacionales. Si bien éste no es el objetivo principal del spotting , es una recompensa por tantas horas de dedicación.
“También se ha puesto muy de moda en Costa Rica”, dice Tomás. “Hubo un boom, me imagino que por los grupos en Facebook y la gente vio que era divertido. Mucha gente viene a tomar fotos con celulares, con sus cámaras pequeñas, pero vienen. En un vuelo inaugural como el de KML no te podés acercar acá, es imposible. Cuando vino Obama fue así. Brazos, patadas, una cosa terrible porque viene mucha gente. Cuando vino Air France había como 1.000 personas aunque era de noche y estaba lloviendo”.
Con la clausura del bar y restaurante La Candela, algunos temen que el pasatiempo pierda adeptos. No a los más fieles. Eso nunca.
“No va a decaer para los que queremos meternos aquí en el matorral y tomar fotos”, asegura Andrés Meneses. “A menos de que Aviación Civil o Aeris piensen en ese tema de estimular la fiebre por la aviación. Desafortunadamente esta zona no es muy bonita. A La Candela mucha gente la envidiaba: la cercanía, estar a nivel de la pista. Cuando uno vio el rótulo de ‘clausurado’... pega. Pero a la gente que de verdad le gusta, va a seguir viniendo. Subiéndose en el carro, usando una escalera para tomar fotos”.
Julián Cubero coincide: “Es irrelevante dónde estemos. Podemos estar en una isla que siempre vamos a ir a buscar el aeropuerto”.