Esta historia quedó para la posteridad. Un fotógrafo tenaz y audaz aguardó pacientemente en las gradas de la entrada del Teatro Nacional, a la caza de su objetivo. Armado de calma y cierta testarudez, Francisco Coto se plantó a esperar. Como buen fotógrafo, era consciente de la brevedad del momento y la importancia de cada segundo para obtener la mejor imagen. Y así sucedió.
Coto logró retratar al presidente estadounidense John F. Kennedy en su gloriosa entrada al mítico recinto cultural. La imagen se convirtió en un ícono de la fotografía y la historia reciente del país. Era marzo de 1963 y la visita del mandatario norteamericano era una de las noticias más destacadas, tanto en Costa Rica como en la región. Coto, con su astucia, no podía dejar pasar la oportunidad de tomarle una foto.
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Se sentó, esperó y lo consiguió.
“Mi papá contaba que el presidente le pasó por encima y que casi lo majó al pasar por las gradas”, recordó Yamil Coto, hijo del veterano fotógrafo que cumplirá 99 años el 22 de julio
Cinco décadas después, Coto tendría nuevamente la oportunidad de retratar a otro presidente de Estados Unidos en una visita histórica a Costa Rica. En el 2013, durante la estadía de Barack Obama en el país, Coto y sus hijos se las ingeniaron para intentar recrear la foto de Kennedy.
Las circunstancias habían cambiado. Coto ya tenía 89 años y se desplazaba en silla de ruedas. Sin embargo, su pasión por la fotografía no le permitió quedarse en casa. Con la ayuda de sus hijos, ideó la forma de asistir a una de las presentaciones públicas de Obama y, aunque no logró replicar aquella imagen de 1963, sí pudo captar al presidente en unas instantáneas que también quedarán en la memoria colectiva.
Para conseguirlo, sus hijos le instalaron un brazo especial en la silla de ruedas para sostener la cámara. Sin embargo, fue el agudo ojo clínico y el talento de Coto lo que dictó el momento de presionar el obturador.
Podemos definir la carrera de Francisco Coto en la fotografía como pasión y más pasión. Él fue uno de los lentes más destacados en la historia reciente de Costa Rica. Su vida estuvo dedicada a capturar lo cotidiano y a hacer posar a miles de costarricenses en su estudio.
Estamos seguros de que en muchas -muchísimas- familias costarricenses hay alguien que ha pasado por el estudio Foto Coto, ya sea en sus dos ubicaciones anteriores en San José o en el actual local en Coronado, para inmortalizar una primera comunión, un cumpleaños o una boda.
Don Fran, como cariñosamente lo llaman muchos de aquellos que posaron y sonrieron frente a su cámara, sigue siendo ese hombre cariñoso, gracioso y ocurrente que, hace muchos años, tomaba su cámara con ímpetu para capturar escenas de la vida cotidiana, retratar a San José y sus paisajes urbanos, o incluso salir apresurado con un carro “robado” a su hermano para fotografiar la explosión del volcán Irazú, también en 1963.

La carrera de Coto en la fotografía se extendió aproximadamente 40 años. Durante todo ese tiempo, se dedicó a reflejar la vida del costarricense con su visión particular. Incluso, su trabajo fue reconocido con una importante exposición presentada en el Museo Nacional en el 2012 bajo el título Cazador de memorias.
Su obra también ha sido exhibida en otros lugares como el edificio de Correos de Costa Rica y los Museos del Banco Central. También fuera de nuestras fronteras se ha visto su trabajo con exposiciones en Houston, Los Ángeles y Nueva York (Estados Unidos) y en Roma (Italia).
En el 2010 recibió el premio ICOMOS de Costa Rica (entregado por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) en reconocimiento a su archivo histórico fotográfico.
Apasionado de la imagen
Aquellos que recuerden a don Fran lo ven con su cámara en la mano, capturando diversas escenas de la calle o bien en su estudio. En sus labores por décadas estuvo acompañado por su esposa, doña Virginia Elizondo, y sus hijos Alberto, Celia, Cynthia y Yamil.
No obstante, mucho antes de que la fotografía se convirtiera en parte de su vida, Francisco era un apasionado por la imagen. El cine fue su primer amor, y desde muy joven deseaba convertirse en cameraman, posiblemente influenciado por su padre, quien llevó a su esposa e hijos a vivir a Nueva York cuando Francisco tenía apenas un año.
Su papá era pianista del cine muudo. “Imagino que él iba a verlo tocar durante las películas”, explicó Alberto Coto, hijo de don Fran.

Unos años más tarde, la familia regresó a Costa Rica. El padre, don Manuel Coto, y su esposa, doña Celia Fernández, volvieron con sus hijos Jorge y Francisco cuando León Cortés asumió la presidencia de la República. ¿Qué tenía que ver don León con los Coto? Pues resulta que su esposa, doña Julita Fernández, era tía del futuro fotógrafo. Fue ella quien tuvo una gran influencia en despertar el interés de Francisco por la fotografía, al regalarle su primera cámara.
“Cuando papá empezó a trabajar, lo hizo como proyeccionista en los cines Variedades y Palace de San José. Su pasión por el cine, sumada al regalo de doña Julita, despertó su interés por la fotografía. Seguro ahí nació su fascinación, esa que lo llevó a tomar un curso de camarógrafo en una escuela de Hollywood, pero en ese entonces era por correo”, agregó Alberto sobre la historia de su padre.

Coto admiraba profundamente a su tío León, el mandatario, y decidió que sería el protagonista de su primer ensayo fotográfico. “Se dedicó a capturar escenas apacibles y no solo como figura pública. De esta forma creó una extensa serie de cándidos retratos: registro inusual de cualquier otro presidente de Costa Rica”, se lee en la historia de Coto que se usó para la exposición en el Museo Nacional.
La curiosidad y la pasión fueron elementos claves en sus inicios como fotógrafo. Según recordó su hijo Yamil, incluso su padre optó por salir a la calle a tomar fotografías de la gente. Les entregaba una tarjeta con sus datos y luego los protagonistas de las fotos acudían a buscarlas como recuerdo.
Con el tiempo, Francisco se especializó. Se enfocó en fotografiar la vida cotidiana, pero desde una perspectiva en la que la historia era la protagonista. Sus juegos con las luces, con las perspectivas, lentes y técnicas dieron como resultado un reflejo de la sociedad costarricense de aquellos años, que ahora forma parte de nuestra memoria colectiva.
La sensibilidad que don Fran demostraba al capturar la vida del transeúnte junto a los edificios, se trasladó también a su estudio, donde las familias acudían para inmortalizar momentos importantes de sus vidas.
Sus primeros trabajos se centraron en la fotografía deportiva, especialmente en partidos de fútbol. Sin embargo, también se destacó en la cobertura de eventos políticos y sociales, y sus obras eran publicadas en los periódicos de la época.
En 1949, Francisco fundó su primer estudio en San José, ubicado en la avenida 3 frente al edificio Uribe y Pagés. En 1950, su hermano Jorge se unió al negocio. Sin embargo, con el tiempo, los hermanos decidieron seguir caminos separados.
Francisco trasladó su estudio al barrio Aranjuez, donde ganó mayor reconocimiento como retratista. Entre sus clientes se encontraban destacadas personalidades políticas, como los expresidentes Rodrigo Carazo Odio, Mario Echandi Jiménez y Luis Alberto Monge, según se explicó en la exposición recopilada bajo el título Cazador de memorias.

En la historia más reciente, en 1989, el estudio fotográfico se trasladó a San Isidro de Coronado, donde actualmente es atendido por Celia y Yamil. Junto al local se encuentra la casa en la que residen don Francisco y su esposa.
Estilos
A lo largo de su carrera, Coto logró combinar sus dos facetas: la fotografía de estudio y la captura de momentos en la calle. “Comenzó a tomar fotos por toda Costa Rica. Le interesaban temas desde arquitectura y tecnología -como los carros del momento-; en fin, los cambios en la ciudad. Pero también salió en sus paseos a retratar el campo y su gente. Hubo retratos de agricultores, pescadores, también de los paisajes en playas, montañas y volcanes”, contó Alberto.
Sobre esos viajes, Celia recordó con cariño cómo su papá modificó una vieja camioneta Volkswagen para trasladarse con la familia. En uno de esos tantos viajes, todos fueron por carretera a Guatemala.
“Me encantaba salir de viaje con él. Nos llevaba a lugares larguísimos. Recuerdo que nos bajaba del carro para él ponerse a tomar fotos de playas y volcanes. Cuando fuimos a Guatemala tomamos fotos de todo el trayecto, fue algo encantador”, narró Celia.
Las características del arte de Coto en la fotografía son muy diversas. El ser humano siempre fue protagonista en sus instantáneas, buscando representar a las personas de manera sutil, incluso en tomas de paisajes naturales o arquitectura.
“En la parte técnica, la luz y la composición que él lograba en sus fotos, eso es de una persona con una sensibilidad altísima. Eso se ve en todas las fotos de él: en sus encuadres, en la dinámica que hay en las imágenes”, explicó Alberto Coto sobre el talento de su padre.

Coto también se encargó de documentar los cambios que experimentó Costa Rica durante su época más activa como fotógrafo, especialmente la transición de lo rural a lo urbano. Además, se involucró en estos cambios al participar como soldado en el bando figuerista durante la guerra civil de 1948.
Su lente no se limitó únicamente al Valle Central. Coto recorrió todo el país en busca de imágenes cotidianas, de la naturaleza, y de la vida en general. Sus fotografías destacan por capturar la rutina en el campo y sus habitantes, así como los paisajes montañosos, volcanes, mares y playas.
“Se convirtió en una especie de cronista de nuestro tiempo a través de la estética, el trazo lumínico y, sus tomas generalmente, están en el umbral entre la expresividad y la técnica”, escribió la curadora de arte María Guardia Yglesias en su reseña para la exhibición en el Museo Nacional.

El autorretrato fue otra de sus aristas. Guardia Yglesias recordó que el artista, de manera delicada, se introducía en las escenas colocando su cámara en un punto focal y retratándose sin aparecer. “En algunas de las fotografías, y, a la manera de los autorretratos tradicionales, Coto aparece revestido de los atributos característicos, como la cámara, el bolso de películas, y, posando para una segunda cámara colocada”, escribió Guardia.
La foto más importante
La historia de Coto está llena de fotografías que reflejan su habilidad técnica y su búsqueda constante de capturar las mejores imágenes para la posteridad. Su casa en Coronado se asemeja a un acogedor museo fotográfico, repleto de recuerdos familiares y glorias contadas a través de imágenes.
En la sala, destaca una fotografía icónica en gran formato: el Teatro Nacional visto desde la perspectiva del escenario, cuando el telón se abrió para Coto, quien estaba frente al público. Es una imagen poderosa, llena de colores y luces, que muestra “el otro lado” de este mítico recinto cultural que solo unos pocos afortunados pueden apreciar.
Entre los recuerdos fotográficos más destacados se encuentran las impresionantes imágenes que capturó durante las erupciones del volcán Irazú, entre 1963 y 1965. “La más importante para él es donde salen los tamaños de rocas gigantes del volcán Irazú. Él se robó el carro del hermano por un día para irse al volcán a tomar esa fotografía. Recordaba que esa fue la más sentida para él porque fue cuando corrió más peligro de muerte, porque el volcán expulsaba piedras gigantes como del tamaño de un automóvil y él estaba a unos 200 o 300 metros del lugar”
”Al día siguiente fue otra vez justo al lugar donde tenía el trípode puesto y se encontró una piedra gigante donde él había estado. Ahí fue cuando dijo que ya no iba más. Esa es la fotografía más impresionante para él”, contó Yamil.

Un momento curioso en la trayectoria de Coto fue cuando esperó al presidente Obama para retratarlo. Dado que su foto de Kennedy ya era parte de la historia de la fotografía nacional, muchos de los fotógrafos que aguardaban a Obama en aquel 2013 reconocieron a don Francisco y se armó un revuelo por la presencia del colega.
“Le tomaban fotos a mi papá y lo entrevistaban los reporteros. Se convirtió en un momento histórico porque estaba la misma persona que fotografió a los dos presidentes”, recordó Alberto.
Ese momento fue aprovechado por don Francisco y la familia para enviar un regalo especial al presidente de Estados Unidos a través de la entonces mandataria Laura Chinchilla. Le mandaron a Obama la icónica fotografía de Kennedy entrando al Teatro Nacional. Días después Coto recibió una carta de agradecimiento firmada por el propio Obama.
Sin embargo, posiblemente la foto más importante de la vida de Coto no fue ninguna de estas, sino un simple retrato que le hizo a una rubia hermosa hace muchos años.
Entre todos los relatos compartidos por doña Virginia y sus hijos sobre don Francisco, conocimos la historia de esa imagen que después se convirtió en un símbolo de amor: Coto y doña Virginia se conocieron cuando ella estaba en sus veinte y él era mayor. Ella estaba de vacaciones en Puntarenas cuando Coto se le acercó mientras nadaba y le dijo: “¡Qué lindo que nadas! ¿Tienes novio?”.
Después de averiguar dónde se hospedaba, Coto buscó a doña Virginia. Tuvieron una conversación y, como siempre llevaba su cámara consigo, le tomó una fotografía a la bella joven. Desde ese momento, su amor perduró en el tiempo. Se casaron en 1964 y tienen cuatro hijos y tres nietos.
El estudio y los recuerdos
La pasión de Francisco Coto por la fotografía, especialmente la de estudio, es innegable.

“Creo que las fotos que más disfrutaba eran las del estudio. Convivir con las familias y ayudarlos a guardar los recuerdos de momentos especiales y que esto se volviera una tradición en el país, lo marcó mucho. Esa tradición la heredamos nosotros, ese cariño hacia los clientes y ese trato especial. Él disfrutaba mucho estar en el estudio”, afirmó Yamil.
Posiblemente muchos de los lectores reconocerán la firma de Coto en algunos retratos familiares que hay en las casas de sus padres. Esa rúbrica sencilla, pequeña y de color blanco que aún se usa como marca de calidad en las fotografías también es parte de la cultura costarricense.
Con el tiempo, y con Celia y Yamil al frente, el estudio ha diversificado sus servicios, pero aún mantienen la esencia Coto.


“Tenemos las tradicionales fotos del primer añito, también de la primera comunión y las familiares en Navidad. Pero ahora que se han puesto de moda también las fotos de embarazos, compromisos, aniversarios y toda fecha especial, tenemos un jardín para hacer las sesiones al aire libre”, explicó Celia.
También ofrecen servicio de marquetería, de montaje de álbumes, impresiones. Incluso, cuando el trabajo lo amerita, los hijos de don Francisco salen del estudio a realizar sesiones.
La memoria fotográfica de don Francisco es preservada por sus hijos en la Fundación Francisco Coto. Resguardan fotos físicas y también cientos de negativos. Cada detalle del trabajo de su padre es cuidado con amor, ya que creen firmemente que su labor en la fotografía es un documento histórico que refleja lo que somos como costarricenses.
“La intención es dar a conocer su trabajo a quienes no lo conozcan todavía. Muchas de esas fotos ni yo mismo sabía que existían. Es un trabajo bastante fuerte al que hay que dedicarle tiempo, no es fácil, pero es satisfactorio el sacrificio porque estamos preocupados por mantener su legado”, dijo Alberto.
Francisco Coto es un cronista de la historia costarricense. Su trabajo y su icónica firma quedarán grabados en las páginas de la cultura nacional. En muchos hogares costarricenses, sus retratos son tesoros llenos de memorias y recuerdos. Don Francisco es una leyenda viviente no solo de la fotografía tica, sino también un ícono e inspiración para aquellos que han elegido la fotografía como su medio artístico y de vida.



