En agosto del 2015, un escalofriante video de 8:06 minutos sacudió al mundo. Los biólogos Nathan Robinson y Christine Figgener, de la organización Leatherback Trust, compartieron una necesaria cachetada en sus redes sociales.
En un bote en el Pacífico costarricense, una tortuga lora se estremecía, sangraba y se quejaba terriblemente mientras un alicate intentaba sacar una pajilla atorada en su fosa nasal.
15 centímetros de puro dolor y sufrimiento obstruían su nariz porque el dueño de esa pajilla tuvo sed y siguió la lógica de la sociedad de consumo: decidió utilizar un pequeño cilindro para llevar el líquido del recipiente a su boca.
Pude haber sido yo, pudo haber sido usted. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber dónde han ido a parar todos nuestros desechos?
No puedo contar la cantidad de pajillas que he utilizado en toda mi vida, ni la cantidad de botellas y bolsas plásticas. Crecí en una generación acostumbrada a tomar refrescos con pajillas en los recreos de la escuela, cargar alimentos de los supermercados en bolsas plásticas y tomar agua embotellada (porque “está más limpia que la del tubo”). ¿Cómo estar segura de que esa pajilla que hizo a una tortuga lora retorcerse del dolor no era mía?
Tan silenciosamente se ha abierto paso el plástico en nuestra vida cotidiana que cuesta notarlo. Pocos le advirtieron a mi generación que estos objetos que parecían tan inofensivos, no lo eran; y que hoy, casi dos siglos después de sus primeras pruebas, nuestros hábitos de consumo nos han llevado a dispararnos en los pies. “Inofensivo” es la descripción opuesta de un material con la capacidad de poner en jaque a algo tan colosal como, por ejemplo, el océano.
El desastre lo creamos en conjunto: con cada pajilla, cada botella y cada empaque de plástico que hemos botado a la basura. Nuestros mares están agonizando y los asesinos somos todos.
El origen de una era
Fue en 1860 cuando la empresa estadounidense Phelan y Collender, fabricante de bolas de billar, ofreció una recompensa de $10.000 a quien inventara un sustituto del marfil.
Estaban en apuros: la caza indiscriminada de elefantes y la inevitable reducción de su población disparó el precio mundial de sus colmillos. Fabricar bolas de billar ya no era tan barato; necesitaban una materia prima sustituta.
Entre los concursantes se encontraba el joven John Wesley Hyatt. No ganó la recompensa pero su invento marcó un hito. Creó el primer plástico natural, patentado con el nombre de celuloide: un valioso compuesto que –entre otros logros– fue vital para el desarrollo de la industria del cine.
Pasó menos de medio siglo (1909) hasta que el químico Leo Hendrik Baekeland obtuvo el primer plástico sintético, llamado bakelita, en honor a su apellido.
¿Cómo podían imaginar Hyatt y Baekeland que sus ingenios revolucionarían el mundo? Habían creado una genialidad: un material con propiedades casi indestructibles, con la capacidad de flotar, de ser moldeable, aislante del calor, resistente a la corrosión, y además, muy barato.
Aceleradamente el plástico pasó a protagonizar muchos de los más grandes avances químicos, tecnológicos, médicos e industriales. Era una maravilla.
Lo que la historia insiste en recordarnos es que no todas las maravillas tienen un buen desenlace y que muchos de los ingeniosos inventos han tenido desastrosas consecuencias. El plástico es uno.
Había algo clave que ninguno de los dos contempló. Mientras el uso del plástico se expandía en el mundo, de la mano también lo haría una sociedad obsesionada con el consumo y, por ende, con el desecho.
La producción masiva del plástico arrancó con fuerza en los años 50. En la década de 1960, la producción mundial alcanzaba los 15 millones de toneladas métricas cada año y para el 2014, llegó a más de 300 millones anuales.
¿El resultado? Basura. Mucha basura. Tanta, que se calcula que para el 2050, habrá más plástico que peces en el océano.
Para comprender qué es lo que hace al plástico tan dañino, en comparación con otro tipo de desechos, hay que tener noción de dos puntos vitales: su durabilidad en el ambiente y lo enraizado que se encuentra en nuestros hábitos de consumo.
El plástico tarda entre 100 y 1.000 años en descomponerse. En el caso de las botellas desechables, el período se acerca a los 500 años. Piense en todas las botellas plásticas que ha utilizado en su vida. Ninguna de ellas ha cumplido el ciclo que necesitan para degradarse, ni lo hará pronto. Cada una sigue dando vueltas en alguna parte del planeta.
Materia inmortal
La alarma suena cada vez más fuerte. Organizaciones ambientales como la Fundación MarViva y Preserve Planet, e iniciativas ciudadanas como La verdad sobre el plástico , advierten que el reciclaje –a pesar de ser necesario– ya no es suficiente. El problema se salió de las manos hace mucho tiempo y no estamos ni cerca de estar haciendo lo necesario para detenerlo.
Solo para tener una noción de la dimensión de aprieto en la que nos metimos voluntariamente, repasemos algunos números: según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el 80% de la contaminación marina proviene de fuentes terrestres. De esta contaminación más del 90% es algún tipo de plástico.
Según un estudio de la Fundación Ellen MacArthur, publicado por el Foro Económico Mundial, cada año, 8 millones de toneladas de plástico se depositan en los océanos. ¿Suena poco? Es el equivalente al contenido de un camión repleto de basura por minuto. Para el 2050, ya no será uno, sino cuatro.
“Nos estamos comenzando a ahogar en nuestra propia basura”, afirma Alonso Muñoz, director de la iniciativa La verdad sobre el plástico . “El mayor problema es el del simbolismo que conlleva el plástico. Un vidrio desechable es un problema, una lata de cerveza desechable es un problema, sin embargo, el plástico es, por excelencia, el material que simboliza lo desechable. Esa forma de vida donde todo es desechable es lo que nos está matando”.
Para Muñoz, es un material nefasto desde que nace. “Es un derivado del petróleo. Estamos sacando petróleo de la tierra, que debería quedarse en la tierra y por un proceso que requiere mucha energía se llega a un material que es absolutamente no degradable”, explica.
Según datos de MarViva, es tanto el plástico que producimos, que el 8% de todo el petróleo mundial se dedica a la producción de plásticos. Si el actual crecimiento de su uso continúa, el sector representará el 20% del consumo total del petróleo y el 15% del presupuesto global de carbono anual para el año 2050.
Ahora, vamos a lo micro.
Nuestro pequeño "país verde"
Alberto Quesada, asesor en el departamento de Incidencia Política de la Fundación MarViva, advierte que Costa Rica está muy alejado de salvarse de la adicción al plástico. Su organización está impulsando la campaña #ChaoPlásticoDesechable, un llamado a la urgencia de una regulación en la producción y comercialización del plástico, así como una incitación a la ciudadanía a dejar de utilizarlo: la aplastante mayoría de veces no lo necesitamos.
“Costa Rica tiene un 92% de territorio marino. Es decir, de los más de 500.000 kilómetros cuadrados, casi todo es área marina. Por eso para nosotros es de vital importancia la forma en que gestionamos y consumimos”, dice.
“En 1964, producíamos cerca de 15 millones de toneladas de plástico al año. En 50 años, el consumo de este material ha aumentado más de 20 veces. Más del 50% de este aumento es plástico desechable. La forma en la que hemos crecido es como una sociedad de consumo y de desecho. Agarramos la botella, nos la tomamos y la botamos. Agarramos la pajilla, la metemos en el vaso y la botamos. El 50% de este número son productos que están hechos para ser desechados”.
¿Y a mí en qué me afecta que los ríos y mares se vean ‘feos’?, se preguntarán algunos. Va mucho más allá. Investigaciones han logrado demostrar cómo los plásticos no son tan estables en el medio ambiente y se pueden fragmentar en partículas más pequeñas, llamadas “microplásticos”.
En este momento, 270 mil toneladas métricas de plástico flotan en los océanos, fragmentadas en 5 billones de partículas, según una investigación dirigida por Markus Eriksen. Los peces los confunden con comida y nosotros los confundimos a ellos con alimento saludable. En otras palabras: nos estamos comiendo el plástico.
Algunos de los efectos negativos más estudiados han sido la posibilidad de generar cáncer y la capacidad de afectar el sistema endocrino, ya sea en el período prenatal o en la adultez. Además, se reportan más de 170 especies marinas afectadas por la ingesta de plásticos hechos por humanos.
Reciclar no es suficiente
Cuando se empezó a expandir la concientización ambiental, en escuelas, colegios y campañas publicitarias, se hizo común la idea de que no todo estaba tan perdido, todavía había una salida: el reciclaje.
Más de 40 años después del lanzamiento del primer símbolo de reciclaje universal, sólo el 14% de los envases de plástico se recoge para su reciclaje, sostienen datos de MarViva. Sumadas las pérdidas de valor adicionales en la clasificación y el reprocesamiento, menos del 5% del valor material es retenido para un uso posterior.
“Siendo un país tan pequeño en habitantes, consumimos al menos 600 millones de botellas de plástico desechable cada año. Eso es un montón de botellas por persona. Los seres humanos hemos demostrado ser incapaces de gestionar de manera adecuada nuestros residuos”, explica Quesada. “En el mundo, de todo este plástico que se produce y que consumimos, solo logramos reciclar el 2%. Si en algún momento se nos ocurría que el tema del reciclaje era la salvación, después de muchos años de haber inventado la técnica, resulta que no somos nada eficientes”.
¿Y en Costa Rica? Una auditoría de la Contraloría General de la República del servicio de recolección de residuos que realizan las municipalidades, señaló que en los 81 cantones del país, apenas el 1% de los desechos fueron recuperados de forma separada por parte de los municipios desde el 2010, hasta el 2014. “A este paso, mientras avanzamos un 1% en capacidad de reciclaje, avanzamos un 30% en capacidad de generar residuos. Nunca van a ir de la mano. Por eso, la mejor forma de gestionar un residuo es no generándolo”.
“El reciclaje es muy complejo cuando se trata del plástico. Además de que el producto es indestructible y no se integra al ambiente de ninguna forma, por los tipos de plástico que existen –que son más de 20– se hace muy complejo su reciclaje y por lo tanto, muy poco rentable. Por eso los indicadores son tan bajos”, agrega.
Sacar provecho
Para la gerente de Incidencia Política de dicha organización, Viviana Gutiérrez, son datos tan alarmantes que nos involucra a todos. “No son soluciones que pueden venir de una sola dirección o de un solo sector. Desde muchas esferas se pueden buscar”, asegura.
Una de ellas, inicia en la ciudadanía. “Los ciudadanos tienen que instar a que el Poder Ejecutivo y las municipalidades regulen cómo se produce y vende el plástico. Es la manera en que se pueden corregir los impactos negativos al ambiente de esta industria. Otros países como Canadá, Italia, México, Argentina, Australia y miembros de la Unión Europea ya instauraron impuestos, prohibiciones o regulaciones mixtas al plástico”.
“Hoy unas pocas empresas hacen mucho y otras nada, sin norma que las obligue. Irlanda es un ejemplo exitoso de regulación. Aplica un impuesto de 22 céntimos por bolsa a los consumidores, para modificar el comportamiento de los consumidores con las bolsas. Desde la introducción del impuesto se producen en menor cantidad. El consumo por persona disminuyó de 328 bolsas por año a 20”, cuenta Gutiérrez.
Alonso Muñoz concuerda. “Un ejemplo importante de presión ciudadana fue con el tema de las tabacaleras. Todos estábamos a favor de eso, inclusive los que fuman. Todos estamos mejor ahora. Lo mismo con el tema de bienestar animal. Fue una presión ciudadana enorme. La ciudadanía debe exigirle a quien toma las decisiones, que tome las correctas”.
En el mundo, muchas iniciativas ya han aprendido a sacarle el jugo a estos desechos.
Rotterdam será la primera ciudad del mundo en la que los carros dejarán de rodar solo por asfalto. A partir del 2017, la ciudad holandesa construirá carreteras con los residuos de plástico rescatados de los océanos. Serán bloques de polímeros armados en forma de Lego . A la vez, evita el lanzamiento de los millones de toneladas de CO2 que se emiten con la fabricación del asfalto.
En Panamá, actualmente se construye la Plastic Bottle Villae, primera aldea levantada a partir de botellas de plástico recolectadas. Se ubica en la isla principal del archipiélago de Bocas del Toro, en el mar Caribe.
En Colombia, la empresa Conceptos Plásticos, acaba de ganar el concurso The Venture de Chivas, que premia con $1.000 millones las mejores ideas de negocio generadoras de cambio en el mundo. Están construyendo viviendas baratas, fáciles de hacer, resistentes y construidas con plástico desechable.
La lista continúa y las ideas son cada vez más llamativas, pero la alarma sigue presente: el planeta ya no aguanta más plástico.
“La mejor forma que tenemos para actuar es diciéndole ‘chao’ al plástico desechable”, invita Quesada. “Es cambiando nuestros hábitos. Cada vez que llegamos a un supermercado tenemos que pensar: ¿necesito esa botella, necesito esa pajilla, necesito esa bolsa?”.
Si esas preguntas no lo detienen, cada vez que vea un pescado en su plato, pregúntese cuánto plástico comió ese pez y cuánto está dispuesto a ingerir usted.
Si esa imagen tampoco es suficiente, piense en en la tortuga lora que se retorció del dolor por nuestra culpa; o recuerde a Cacahuete, la tortuga de Misuri que creció deformada por el plástico que mantiene seis latas unidas. Nuestro plástico.
Si estos tres pasos no lo hacen reconsiderar sus hábitos y no lo hacen sentir completamente miserable y avergonzado, ya nada lo hará.