A dos días de que concluyera el 2024, mientras merodeaba por el aeropuerto de Londres, cayó en manos de la DEA uno de los hombres más buscados en Costa Rica por tráfico de drogas. La captura de Luis Manuel Picado Grijalba, alias Shock, señalado como responsable intelectual de la mayor masacre registrada en el país, quizás fue un preámbulo del 2025: el año más convulso que pueden recordar los agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Bajo el anonimato, miles de sus funcionarios han contenido la rampante criminalidad que acecha nuestros barrios, al tiempo que los índices de inseguridad ciudadana alcanzan picos inéditos. Costa Rica nunca ha sido más insegura desde que se tiene registro, y en medio del oleaje de narcotráfico, homicidios y sangre, los agentes judiciales han dado la cara y vida por proteger a la población.
Por cargar esta responsabilidad, la redacción de La Nación eligió a los agentes del OIJ como Personaje del Año 2025, y este es un vistazo a cada uno de ellos: los que están y los que ya no están.

La élite judicial
Hace poco más de un mes, 1.200 agentes del OIJ, distribuidos en 66 localidades, ejecutaron la operación Traición. Aquella fue la redada más grande del país, que permitió desarticular el cartel del Caribe Sur (encabezado por Shock y su hermano, alias Noni) y capturar a 28 personas.
En ese allanamiento, así como en las decenas de operativos masivos encabezados por el OIJ a lo largo del año, estuvieron presentes funcionarios vestidos de camuflaje, con pesados equipos y armas de alto calibre: una estampa más vista en escenarios de guerra que en las calles ticas.
Con rifle en mano, esas figuras altas y robustas del Servicio Especial de Respuesta Táctica (SERT) infligen pavor, pero detrás de los pasamontañas prevalecen historias de ticos capacitados y dispuestos a intervenir en aquellos escenarios de máximo riesgo.
Sobran las anécdotas que, ajenas para el tico promedio, son narradas sin mayor reparo por estos selectos agentes; como cuando cinco hombres fornidos dentro de un vehículo, cada uno cargando al menos 35 kilos de equipo y portando chalecos antibalas con botas de combate, aguardaron dos noches y tres días en las afueras de un edificio para dar con un sospechoso. Para cumplir el objetivo de su misión, ninguno salió del automotor y las puertas solo se abrieron para estirar las piernas y orinar.
Esos cinco integrantes del SERT son parte de un cuerpo especial y reducido: como ellos solo hay 34 miembros en todo el país, seleccionados como los mejores agentes del OIJ. Entre el equipo hay francotiradores, expertos en defensa personal, inteligencia policial, labores de rescate y un especialista en medicina táctica: el agente Blanco.
Este paramédico acumula 17 años en el SERT, pero asegura que ninguno ha sido tan retador como el 2025. “Llevamos 453 operativos en el año, vamos a romper el récord. Antes uno entraba a una vivienda y el delincuente lo que tenía era un cuchillo, hoy hemos incautado arsenales con armas pesadas. Se ha triplicado la violencia”, explicó.
Como Blanco, cualquier agente del SERT se dedica a atender las diligencias más peligrosas y complicadas en todo el país. Un día pueden estar en San José trasladando a un extraditable, para el día siguiente viajar a Limón y colaborar en un allanamiento de alto riesgo, dos días después llegar a Golfito para custodiar un cargamento de droga, y cerrar la semana con una persecución para atrapar a uno de los delincuentes más buscados en Nicoya. Todo el transporte, sin excepción, es por tierra.
Al igual que la mayoría de sus colegas, se mantienen disponibles y pendientes del teléfono las 24 horas del día, de lunes a viernes, pues en cualquier momento pueden solicitar su presencia inmediata. Por ese motivo, los agentes se mantienen en constante capacitación y entrenamiento, que incluye una atención especializada para su salud mental a cargo de la Sección de Apoyo Psicológico Operacional (Sapso).
“Hacemos dinámicas para alimentar la mente. Vamos a nadar o hacemos caminatas que nos bajan el estrés y ayudan al físico, pero este año en particular ha sido muy poco, porque no hay tiempo. Ha ocurrido que tenemos un entrenamiento programado para subir a las eólicas con todo el equipo, pero en ese momento nos llaman y tenemos que desplazarnos a Golfito”, señaló el agente.

Si bien estar preparados les brinda tranquilidad para afrontar lo que se encuentre al otro lado de la puerta que van a derribar, o el portón que van a embestir, trabajar en operativos no es todo lo que hacen. Los miembros del SERT dan capacitaciones al personal del OIJ, cada uno en su especialidad.
Pero al ejecutar los allanamientos en la madrugada, y dirigir las clases por las tardes, su carga de trabajo no es sostenible a largo plazo; el desgaste físico les pasa factura en lesiones. Blanco, con 17 años de experiencia, aún es joven, pero, ¿cuántos días más podrá seguir durmiendo poco, bajo estrés, y cargando decenas de kilos de equipamiento?
“Para nosotros es complicado… ver compañeros caídos, tener que dar de baja a un sospechoso, eso no es bonito, no estamos aquí para causarle daño a nadie, sino para ayudar igual que lo hace Cruz Roja o Bomberos. No es bonito ingresar a una vivienda, ver niños y adultos mayores llorando, pegando gritos, conmocionados por la situación”.
— Agente Blanco, del SERT

Secuestros: no siempre lograr la meta
“A veces es triste irse para la casa sabiendo que por más que corrimos, por más que nos esforzamos, por más rápidos que intentamos ser, no lo logramos. Tal vez sea un consuelo de tontos, pero al menos buscamos ofrecerle a las familias una respuesta, aunque no sea la mejor, pero eso nos anima a continuar”.
La agente Vargas tiene 23 años de trabajar en el OIJ y ha sido jefa de muchísimas unidades de la institución: estupefaciente, tráfico internacional de drogas, delitos contra la vida, delitos varios, desapariciones y, ahora, es la líder en secuestros. No es difícil imaginarse el nivel de presión que vive permanentemente.
En su criterio, “lo mejor que tiene el OIJ es su recurso humano”. La motivación y el compromiso de sus funcionarios es inquebrantable, aún en los días más difíciles, en los que cada caso es un gancho al hígado, para ellos, la investigación no se acaba hasta que se encuentre a la persona desaparecida, aunque a veces la noticia no es la que todos desean.
“Las desapariciones son un evento traumático. Cuando las cosas no terminan de la mejor manera, queremos que al menos las familias puedan encontrar un cuerpo, cerrar un ciclo, entender qué pasó y que puedan hacer su duelo y su ritual espiritual que los reconforte”, explicó Vargas. Ella tiene claro que, muchas veces, el desenlace de los casos no depende de su trabajo.

En esas ocasiones, la familia es un apoyo importante para los miembros de esta delicada unidad. Actividades tan sencillas como conversar, reírse o salir a tomarse un café pueden ser un refugio cuando el corazón flaquea atosigado por las malas noticias en la oficina.
No obstante, al igual que la mayoría de secciones del OIJ, Secuestros lidia con la escasez.
Vargas afirmó que durante 2025 aumentó la demanda de sus servicios, y las cargas de trabajo se agravan debido a la fuga de talentos. Personas experimentadas y con formación avanzada son sustituidas por jóvenes en proceso de aprendizaje.
“Nosotros vemos como 60 tipos de delitos tipificados en el Código Penal, y no somos ni 25 personas entre jefaturas, investigadores, oficiales… Un investigador está haciendo el trabajo de dos o tres, y lo más preocupante es que la calidad del servicio puede estar siendo afectada, el usuario no está recibiendo la respuesta que quisiéramos, en el tiempo que quisiéramos, porque el volumen es mucho”, lamentó Vargas, quien puede comparar la actualidad con su experiencias de más de dos décadas.
Por la naturaleza de su trabajo, Secuestros no puede aplazar expedientes: 24 horas pueden hacer la diferencia entre encontrar a una persona con o sin vida. A esto se suma su compromiso ético con resolver los casos.
“En las desapariciones en las que la persona no logra ubicarse, administrativamente tenemos que cerrar el caso y rendir un informe a la Fiscalía, pero policialmente nosotros seguimos haciendo diligencias para lograr alguna información útil. Las personas que no aparecen siguen siendo un aspecto que revisamos continuamente para dar con el paradero”, comentó la jefa policial.
¿Cómo podría el país ayudarles a brindar un mejor servicio? “Tener presupuesto para contratar más personal y tener oferentes que puedan pasar las pruebas, porque no es tan sencillo, hay gente que oferta pero se nos queda en el camino”.
Este implacable filtro no es extraño, ya que no cualquiera tiene la fortaleza mental para soportar las decepciones pero seguir convencido de que su trabajo es importante.
“Queremos que al menos las familias puedan encontrar un cuerpo, cerrar un ciclo, entender qué pasó y que puedan hacer su duelo y su ritual espiritual que los reconforte”
— Agente Vargas, Unidad de Secuestros
Quien resguarda el campo y la ciudad
En Pejibaye de Cartago, pocos niños sueñan con ser policías. A lo mejor no ven muchos oficiales, y pocas patrullas recorren sus alrededores, por lo que sus referencias sobre un cuerpo policial se reducen a ciertas películas producidas al norte del continente. Pero uno de esos pequeños, con vocación para ayudar, creció para convertirse en investigador judicial.
Sánchez encontró a sus 24 años una unidad que requería alguien perspicaz con disponibilidad. Quizás fue casualidad, o quizás el destino; lo cierto es que entonces no pudo imaginar que ese trabajo lo llevaría a pasar las siguientes dos décadas atendiendo a personas exasperadas por la pérdida de un celular o interviniendo para detener a un rottweiler en peleas clandestinas.
“Muchas veces, uno llega con esa ilusión de ingresar a una institución como el OIJ y, suena romántico, pero uno llega a enamorarse de la labor. No deja de ser peligroso, pero es algo que hay que vivir el día a día”, rememora Sánchez, un hombre alto y reservado, que se frota las manos para apaciguar los nervios mientras habla de su oficio.
Sus jornadas, aunque inician con el alba y cierran bajo el cielo estrellado, no lo eximen de mantenerse alerta al salir de la oficina. Ya sea de madrugada, durante las vacaciones o en medio de una reunión familiar, acude siempre que una llamada telefónica lo disponga.
Lo hace con gusto; en su escritorio, al igual que los otros 24 funcionarios de su sección, recibe entre 600 y 700 denuncias mensuales por hurtos en San José. Debe escuchar el testimonio de personas sumidas en la angustia tras el robo de su cartera, revisar grabaciones de cámaras, ubicar testigos e incluso participar en operativos en las afueras de conciertos masivos o los partidos donde se disputan boletos al Mundial.

Y cuando no está en la capital, dedica su tiempo a rastrear ganado robado por estructuras del crimen organizado. Descifra el paradero de esas vacas sustraídas o caballos desaparecidos en territorios a los que solo se accede tras caminatas de hasta diez horas bajo lluvias engripantes o un calor que hace que las botas de hule se adhieran a la piel.
En uno de esos operativos, recuerda el día en que aprendió a domar un búfalo en Barra del Colorado. En medio de esos humedales, donde apenas se distinguen señales que alertan sobre la presencia de manatíes a millas de distancia, se las ingenió para rescatar decenas de animales y trasladar, a como pudo, sus cientos de kilos en lanchas.
Cuando el ganado está domesticado, el operativo fluye, pero en la mayoría de los casos, el maltrato sufrido durante el robo deja secuelas en los animales: parásitos, infecciones o gusaneras abiertas. En algunas situaciones, reconoce con la voz entrecortada, lo más humano sería el sacrificio, mientras evoca las ocasiones en que debió internarse en terrenos poblados por serpientes, ranas venenosas y espinas para intentar salvar criaturas que ya estaban perdidas.
Aunque quisiera regresar a casa y relatar los pormenores de la oficina, se interpone la confidencialidad inherente al abordaje de casos sensibles. Revelar detalles podría comprometer investigaciones en curso y, además, inquietar a sus allegados, por lo que opta por reservarse lo vivido durante la mayor parte de su día.
La alternativa, asegura, consiste en volcar su energía en escuchar cuanto sea posible a la ciudadanía. “A veces uno sabe de antemano que no hay solución para un caso, ya sea por las circunstancias o por la forma en que se presenta la denuncia. Entonces he aprendido a escuchar a esas personas, a darles un espacio para desahogarse. A veces, lo único que necesitan es que alguien las escuche”, explica el oficial, conocido en la oficina por soltar chistes que alivian el peso de la jornada.
Por ahora, a Sánchez se le puede encontrar en alguna clase de natación o en los campos de su natal Cartago, donde procura desconectarse del estrés laboral y del ritmo de la ciudad. Y cuando no lo logra, lo impulsa la certeza de que, pese a los altibajos del oficio, ha podido devolver el ganado robado a personas cuyo patrimonio representa su único sustento.
“Nosotros aparte de ser funcionarios somos personas. También sufrimos y tenemos afectaciones psicológicas y todo el aspecto. Lo que pasa es que hemos tratado de aprender a vivir con eso”
— Agente Sánchez, de la sección de Hurtos

Atajar el cibercrimen
Esas estafas en las que delincuentes se hacen pasar por familiares, o los timos que alteran la letra pequeña de la lotería, de los que quizá usted o alguno de sus allegados ha sido víctima, las acoge Monge, uno de los investigadores especializados en estafas y fraude registral del OIJ.
Abogado de profesión y con 18 años de servicio en la institución, Monge pasó de atender centenares de denuncias por vehículos robados a enfrentar miles de casos de personas que caen en enlaces maliciosos. Hoy, asegura, los delincuentes “ya no se esfuerzan” en las calles, pero sí frente a las computadoras.
Monge también es uno de los muchos agentes que, en los últimos tres meses, ha vivido la intensificación de los allanamientos. Poco importa que su especialización sea en fraude, o que su agenda esté copada; ya es habitual que deba dejar aislar sus pendientes, al igual que las jefaturas cerca de la jubilación, para apoyar en los operativos donde se asienta el narcotráfico.
Y cuando lograr permanecer en su oficina, teme escuchar lo que desde hace unos años suena en los pasillos: la noticia de un compañero que fallece en cumplimiento del deber o la renuncia de colegas desbordados por la carga emocional. “Pasamos de que en 15 años renunciaran cinco personas, a que en dos años renunciaran 150. Perder gente de mucha experiencia endurece la carga de casos complejos y esa pérdida masiva crea espacios que no tenemos cómo taparlos”, explica.
La situación se agrava, añade, porque formar a un investigador especializado en fraude toma al menos cinco años.
En paralelo, Monge resiente a flor de piel las rebajas presupuestarias impuestas a la institución. La disputa por aumentar los recursos al OIJ, que se arrastra desde hace dos vueltas al sol, los dejó sin las plazas que les permitiría relajarse en vacaciones, sin sentir que sus legajos los asfixian, o poder utilizar los drones cuando se requieren sin necesidad de depender de los escasos funcionarios que los pueden operar.
Según el oficial, es común, en todas las secciones, que los compañeros abandonen la profesión por el bagaje que desborda sus funciones. La sobrecarga administrativa, que eventualmente estalla en sus hogares, ha llevado a que algunos atraviesen divorcios por las condiciones laborales, que les obligan pasar horas incomunicados; otros, incluso, buscan alivianar la tensión con unos tragos cuando cae la noche.
Lo que vive el OIJ, lo vive Costa Rica
“El OIJ es un reflejo de la sociedad costarricense”, dice Cristian Mora, jefe de la Sapso, cuando se le pregunta por el desgaste psicológico que genera trabajar reprimiendo a la criminalidad.
A los funcionarios del OIJ, que superan filtros rigurosos para acceder a sus puestos, les es inherente actuar con ecuanimidad al atender tanto a jueces como a personas ofendidas; sin embargo, para sostener ese equilibrio requieren un respaldo institucional.
No es casualidad que, solo este año, Sapso haya atendido más de 1.500 citas vinculadas con la salud mental del personal del OIJ. Según explicó el psicólogo, la mayor carga no proviene necesariamente de los riesgos del oficio ni del cansancio físico, pues ese golpe de adrenalina forma parte del estímulo profesional, sino de los conflictos disciplinarios, las trabas burocráticas y administrativas y, en particular, de la imposibilidad de dar respuesta oportuna a todas las solicitudes que reciben.
“Parece mentira, pero el día a día de su cotidianidad, temas de familia, temas de relación de pareja, temas de consumo de licor (...). Son todas estas cosas, que a cualquier ser humano nos afectan y nos pueden distorsionar en algún momento de la vida, que ellos como seres humanos también lo tienen”, comentó.
¿Cuál es el propósito, entonces, de un funcionario del OIJ cuyo trabajo es cada vez más agobiante en una coyuntura donde la violencia apremia ? En los ojos vidriosos del agente Monge, se asoma la respuesta: “Tener un mejor país”.
“Usted el domingo en la noche está preparando su semana y pensando en los casos que le quedan. No es que el viernes usted dice ‘puedo hacer planes con mi familia’, porque si te llaman un sábado a las 11 p. m., tenés que estar disponible”.
— Agente Monge, de la sección de Fraudes


