¿Cóomo? ¿Que el niño de oro de Hollwyood murió desangrado sobre la alfombra, en un accidente doméstico? ¡Increíble! El mismo que le espetó en público al malencarado de Humphrey Bogart: “Te odio, eres un bastardo.”
Todos pusieron los ojos cuadrados, al escuchar la noticia el 16 de noviembre de 1981: William Holden –en una de sus tantas borracheras– entró a su casa, trastabilló, se dio un testarazo contra una mesa de cristal y la sangre saltó como un surtidor. Tenía 63 años.
Esa fue una muerte ridícula, impensable y prosaica, para quienes lo vieron desguazando rivales a puñetazos en Sueño Dorado; barrer a un ejército de pendencieros en Grupo Salvaje; luchar contra el fuego en El coloso en llamas, o devolver la dignidad a una turba de prisioneros en El puente sobre el Río Kwai.
La mayoría de sus acólitos habría esperado un óbito digno de su vida salvaje: que lo embistiera un búfalo, lo devorara un tiburón tigre; lo mordiera una mamba o – dada su gallardía – muriera apuñalado por defender el honor de una señorita, en una riña callejera.
Una vez descartado el homicidio, porque – cosa rara en Los Ángeles – Holden carecía de enemigos, algunos supusieron que el suicidio era una posibilidad, pues padecía un severo cáncer.
Ni una ni otra, solo un vulgar percance casero. El cuerpo lo encontró cuatro días después el gerente del lujoso apartamento que el actor alquilaba en Santa Mónica. El cadáver olía a diablos.
La policía explicó que Holden tenía una herida de seis centímetros en la frente; al parecer intentó contener la hemorragia con unos clínex. Estaba tan, pero tan borracho, que ni siquiera pudo pedir auxilio y la vida se le escurrió, como un globo que se desinfla, lentamente.
El actor vino al mundo el 17 de abril de 1918, en Illinois, con una cuchara de oro en la boca. Sus padres Mary Blanche, maestra, y William Franklin Beedle, químico industrial, le pagaron una educación de lujo al primogénito.
Con sus dos hermanos menores brilló en la gimnasia, el fútbol, el béisbol y el ciclismo. En la adolescencia no había quien lo separara de su motocicleta, porque el peligro lo llamaba como un mal pensamiento.
En la Universidad de Pasadena, California, estudió química, practicó boxeo, tocó el violín y -ocasionalmente- actuó en las veladas estudiantiles, donde lució su belleza y donaire.
A las pruebas nos remitimos: 1,80 de altura;ojos azul cielo; atlético; inteligente y gentil, tanto que las madres lo apodaron “boy next door”, es decir, el jovencito con el cual desearían que se casara su hija.
Un cazatalentos lo descubrió a los 17 años, le hizo unas pruebas y lo fichó para engordar la “guardería hollywoodiana” de futuras promesas de la pantalla.
Con 23 años se casó con Brenda Marshall y vivieron juntos tres décadas. Le dio vuelta con al menos siete semidiosas, entre ellas Grace Kelly, Audrey Hepburn, Jackie Kennedy y Capucine.
Tras el divorcio hizo nueva vida con Stefanie Powers, actriz televisiva 24 años menor que él. Parecía un león en celo y tuvo decenas de amantes desconocidas, pero sabía dosificarse.
La colina del adiós
Las mujeres le caían del cielo, pero solo una logró descubrir su peculiar secreto y lo mandó a la porra. En Traidor en el Infierno hizo yunta con Audrey Hepburn y, para variar, se enrollaron en un amorío arrabalero.
A punto estuvieron de casarse pero ella canceló la boda porque William le confesó que era incapaz de tener hijos. Debido a su insaciable lujuria y para evitar inoportunos embarazos con jovencitas, optó por la vasectomía.
Por dicha, antes engendró dos hijos con Brenda, Peter y Scott, además de adoptar a una niña que ella concibió en un matrimonio previo.
Lo tuvo todo y lo derrochó. Dicen que bebía para superar sus desdichas; bastantes eran amorosas y – si la prensa dice la verdad – porque una noche mató a un conductor en un percance vial y nunca pudo superar esa tragedia.
Filmó todo tipo de cintas y apenas reparaba en lo que le convenía para su carrera. “Haz todas las películas que puedas. Una de cada cuatro será buena, una de cada diez será muy buena y una de cada quince te dará un premio de la Academia.”
Gran parte de sus ganancias las destinó a una fundación dedicada a la preservación, conservación y protección de los animales, la cual fundó con Stephanie. Eran tiempos primitivos en los que hablar de ecología era como vender neveras en el Polo Norte.
Compartió con su segunda mujer la afición a los safaris, pero ella lo hizo cambiar de parecer; lo persuadió para proteger a los animales en vez de matarlos.
Después de terminar Network se convirtió en un hombre amargado que solo era feliz en África, en la reserva que estableció en Kenya. Ahí no bebía.
Vacilante, inseguro, envejecido, el licor lo destruyó. Atrás quedó el actor más taquillero durante dos décadas y uno de los diez hombres dorados de la industria del celuloide.
Perdió toda dignidad. “Soy una prostituta, todos los actores lo somos. Vendemos nuestros cuerpos al mejor postor.”
Fue nominado tres veces al Oscar y lo ganó por Traidor en el infierno, en 1953. Devoto republicano fue el padrino de bodas de Ronald Reagan, si bien se alineó contra él en la cacería de brujas del macartismo.
Pocos, como él, vapulearon el sueño americano y se convirtió en el hombre de la sonrisa oportuna, algo así como un pan dulce en ayunas.