Sus canciones sonreían, pero ella no. La fama le cayó como un relámpago; vendió millones de discos pero acabó en la miseria y se suicidó.
Puede que algunos lectores tararearon aquella pegajosa melodía, religiosa e infantil: ¡Dominique, nique, nique…! A los más jóvenes les sonará a una soberana paparruchada antidiluviana.
Al cuerno con eso. En 1964 la pieza Dominique ganó un Grammy a la mejor canción en la categoría Góspel; conquistó el primer lugar en las listas Bilboard y desplazó a Louie, Louie, interpretado por The Kingsmen, que por esos años felices ocasionaba contorsiones “parkinsonianas” en los bailes juveniles.
Hasta la fecha, y salvo prueba en contrario como dicen los tinterillos, no hay un solo grupo belga que ostente esa marca, y menos con un tema dedicado a la vida de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos.
El impacto mediático fue de proporciones bíblicas, tanto que Ed Sullivan, el patriarca gringo de los shows televisivos, viajó a Bélgica a entrevistar “in situ” a la intérprete, que tenía “alma de querube y lengua celestial.”
Así fue como los fans conocieron a Jeanne-Paule Marie Deckers y se les cayeron las quijadas. Se trataba de la Hermana Luc-Gabrielle, que en 1959 abrazó los hábitos y vivía en el Convento de Fichermont, en Waterloo.
Sor sonrisa
Las historias de monjas –¡Ni qué decir los chistes y más los de curas!– son una veta inacabable, que oscila entre la comicidad o la seriedad. En el caso que nos ocupa, ni uno ni otro.
Al amanecer del 17 de octubre de 1933, en Bruselas –Bélgica– Jeanne dio su primer vagido, en el hogar católico de un pastelero y una ama de casa. La familia emigró a Francia para huir de los alemanes; el padre se unió a la Resistencia y cuando acabó la carnicería, regresaron a su tierra natal.
De carácter melancólico evocaba una infancia gris, matizada solo por los días como “girl scout”; afrontó los avatares de la postguerra, las penurias económicas y estudió para maestra.
Al parecer sus padres deseaban casarla y ella se opuso a esa idea; no encontró mejor salida que el noviciado en la orden de las Hermanas Misionarias Dominicas de Nuestra Señora de Fichermont, donde cambió su nombre por el de Hermana Luc-Gabrielle, a la edad de 26 años.
En el convento le dio por cantar y al compás de su guitarra compuso varias piezas, entre trabajos y avemarías.
La Madre Superiora notó el talento de la joven; con tal de sostener las obras de caridad de la congregación firmó un contrato con la disquera Phillips y grabaron “Dominique”, con la condición de que en la portada del disco no apareciera la imagen ni el nombre de Luc-Gabrielle.
Como nadie imaginó el batazo musical, el estudio se dejó la parte del león –dicen que el 95 por ciento de las utilidades– y el convento el resto. La Hermana: cero, debido a sus votos de pobreza.
Lado B
Para sacarle más punta a la nueva vedette la disquera lanzó otro disco, el que tuvo menor pegue. De todos modos, ella decidió centrarse en su vocación, orar y estudiar.
La industria del cine también sacó su tajada y en 1966 filmaron The singing nun, con Debbie Reynolds y Ricardo Montalbán. El filme nada tenía que ver con la vida de Sor Sonrisa, como la apodaron; según el guion la Hermana se enamoró y colgó –literalmente– los hábitos. En realidad la monja no juró los votos perpetuos debido a diferencias con sus superioras y prefirió la música a rezar El Trisagio. Su amor cristiano siguió intacto porque pasó a ser dominica terciaria, lucía una cruz en el cuello y se consideró una monja hasta el día en que murió.
En la Universidad de Lovaina concluyó sus estudios sobre teología y se fue a vivir con Annie Pécher, una vieja amiga de juventud.
El negocio de la música fue un fracaso. Entró en la onda de las rebeldías en los años 60 y grabó Gracias al Señor por la Píldora Dorada, a favor de los anticonceptivos. La emprendió contra la Iglesia, el machismo y solo le faltó vivir en una comuna hippie.
Tras esos vientos llegaron las tempestades. Con Annie instaló una escuela para niños autistas, impartió lecciones de guitarra y a duras penas sobrevivieron, hasta que les cayeron las siete plagas.
Réquiem
Cuando algo va mal, seguro se pondrá peor. En 1974 el gobierno belga le reclamó a Gabrielle el pago de impuestos por las utilidades de “Dominique”; en vano les explicó que donó todo el dinero a la congregación y jamás recibió ni una piastra.
La deuda era estratosférica y eso la hundió en la depresión; acudió a consulta psicológica, comenzó a ingerir somníferos y alcohol; entró en una serie de dudas con su fe cristiana y pasaba de la desolación a la euforia.
Sus hermanas del convento le pagaron el departamento y la comida: el Cardenal León Suenens le encargó varias canciones para un programa de Renovación Carismática.
Intentó recuperar el éxito con una otra versión de “Dominique” y fracasó. Apeló al seudónimo de “Sor Sonrisa” y declaró: “mi música sonríe pero yo nunca lo hago.”
El 29 de marzo de 1985 hizo un pacto suicida con Annie. Tomaron una sobredosis de licor y sedantes. Ambas fueron sepultadas en el cementerio de Wavre.
Las buenas noticias siempre llegan tarde: ese día la Sociedad Belga de Autores reunió todo el dinero para cancelar la deuda y sobró.
Sobre su tumba una pequeña cruz indica: “La última palabra, siempre, siempre, es de Dios.”